El domingo se definirá la fotografía. La encuadrarán y enfocarán los ciudadanos. A ellos corresponderá fijar la exposición, la velocidad del obturador y la sensibilidad de la instantánea. Desde la recuperación de la democracia, en Euskadi la imagen se ha venido repitiendo elección tras elección: un Parlamento mayoritariamente nacionalista. Sólo la ilegalización de la izquierda abertzale dejó, en 2009, por debajo de la mayoría absoluta la representación del nacionalismo en la Cámara vasca. La paradoja quizá se produzca este domingo cuando culmine el escrutinio. Si las encuestas están en lo cierto, Euskadi tendrá a partir del lunes el Parlamento autonómico más ‘abertzale’ de toda su historia y lo hará en el momento en el que la pulsión independentista registra su nivel más bajo desde que hay registros.

Los vascos nunca votaron más nacionalista que ahora y jamás tuvieron menos deseos de independencia que en la actualidad. Los sondeos prevén que entre siete y ocho escaños de cada diez los ocupe un parlamentario o parlamentaria del PNV o de EH Bildu, las marcas abiertamente soberanistas. Supondría que en el mejor de los casos cerca de un 80% de los escaños los obtendrían ambas formaciones, todo apunta a que una en el gobierno y la otra liderando la oposición.

La evolución del voto hacia partidos nacionalistas pese al descenso del sentimiento identitario vasco, y más aún del independentista, se explica por diversas causas. Desde la desaparición de ETA el discurso en clave soberanista se ha moderado de modo importante. Incluso en la izquierda abertzale ha perdido peso y mucho más en el PNV. La estrategia de ‘mutación’ iniciada en 2012 por la izquierda abertzale con la fundación de Bildu abogó por priorizar el mensaje social en detrimento del ‘nacional’. Medio ambiente, feminismo, Vivienda o servicios públicos se han convertido en las nuevas etiquetas, más aún tras la pandemia, con las que las generaciones que no vivieron la violencia etarra vinculan a la coalición de Arnaldo Otegi.

De igual manera, el PNV ha ido enfriando ese discurso nacionalista. Al igual que Bildu, lo tiene hoy depositado en la recámara de su ideario, cuando no en un cajón que sólo abre en procesos electorales. Muestra de ello es el empuje con el que el propio Urkullu impulsó en 2017 una ponencia de autogobierno que debía alumbrar un nuevo ‘encaje territorial’ y una renovada relación con España. Los borradores que se presentaron en 2019 han estado parados toda esta legislatura. Ni PNV ni Bildu han querido retomar la cuestión.

Independencia, un apoyo del 22%

En esta campaña ambos partidos anuncian su intención de reactivar este debate. Bildu incluso habla de volver a convocar la ponencia parlamentaria en un plazo de tres meses y de partir de un acuerdo de bases que alcanzaron con el PNV en mayo de 2018 y que la formación de Ortuzar terminó ignorando. El PNV por ahora insiste en que primero se debe completar el desarrollo del Estatuto de Gernika de 1979 y después reiniciar una actualización del Estatuto.

A la desafección independentista también ha contribuido el ‘ruido’ soberanista que en los últimos años ha llegado desde Cataluña y que no ha sido correspondido ni por los partidos ni por el conjunto de la sociedad vasca. La necesidad de normalizar una sociedad azotada durante décadas por la violencia y el pulso independentista se ha impuesto. Elementos todos ellos que han dado como resultado la primacía de dos formaciones nacionalistas y mayoritarias pero cuyo ‘sabor abertzale’ se ha diluido.

Hoy, según el último Sociómetro del Gobierno vasco, apenas el 22% de la ciudadanía vasca apoyaría la independencia del País Vasco y un 33% sólo lo haría dependiendo de las circunstancias en las que se promoviera. Se trata de una cuestión que ni siquiera entre los votantes del PNV es mayoritaria y que junto con los de la izquierda abertzale acumula un importante retroceso en los últimos años.

Caída de independentistas en PNV y Bildu

El Sociómetro muestra cómo entre los votantes de la izquierda abertzale se ha pasado de un apoyo sin fisuras a la independencia del 86% en 2014 a respaldarlo hoy ‘sólo’ el 55%. De igual manera, entre los simpatizantes del PNV el descenso es muy similar. Del 47% de sus votantes que afirmaban estar plenamente de acuerdo con la independencia de Euskadi hace diez años se ha pasado a apenas un 17%.

Sin embargo, el suelo y el trasfondo nacionalista sigue estando ahí. Los entre 54 y 56 escaños que PNV y Bildu podrían sumar este 21-A, de un total de 75 que integran la Cámara de Vitoria, representarían una imagen nacionalista muy superior a la que mostraba el Parlamento de la década de los 80, los 90 y la primera década de los 2000. Tan sólo en 1980, -las primeras elecciones autonómicas-, el nacionalismo ocupó un peso equiparable al que ahora se prevé. Aquel parlamento que rebrotó tras la dictadura franquista lo componían 60 escaños, de los que HB y PNV ocuparon 42, el 70%. A partir de esos comicios el número de escaños se amplió hasta los 75 actuales y desde entonces la horquilla ha variado entre los 35 escaños nacionalistas de 2009 y el ‘techo’ de 52 alcanzado en 1986 y en 2020.

Sin duda, los procesos que en todos estos años han ido removiendo el tablero político vasco, a derecha e izquierda del nacionalismo, también están detrás del engorde de las dos marcas que este domingo competirán por una victoria que se anuncia reñida, ajustada. El trasvase de voto hacia el PNV y la izquierda abertzale se ha producido por fenómenos como la absorción de partidos, el acercamiento a entornos soberanistas de partidos no necesariamente nacionalistas y la modulación premeditada del concepto y aspiración del propio nacionalismo, que ha pasado en muchos casos del independentismo al pragmatismo social.

El 'engorde' de Bildu y PNV

Así, en las cuatro décadas de parlamento autonómico vasco la izquierda abertzale ha visto cómo distintos sectores ideológicos terminaban bajo su influencia, cuando no sobre su manto. Sucedió con sectores afines a la extinta Euskadiko Ezkerra, finalmente insertada en el PSE. También con el entorno que aglutinó Aralar y más recientemente con Eusko Alkartasuna y Alternatiba. Todos ellos han terminado bajo el paragüas de lo que un día fue Herri Batasuna y hoy representa la coalición EH Bildu, con el control de Sortu. Una coalición que se prepara para seguir ‘engordando’ su electorado a partir de este domingo con la absorción de facto de la mayor parte del voto de Podemos/Sumar.

Con el PNV la evolución ha sido similar pero más estable. En 1984 logró 32 asientos, cerca de la mayoría absoluta. La escisión posterior provocada por el entonces lehendakari, Carlos Garaikoetxea le hundiría en las autonómicas que convocó de modo precipitado su sucesor, el recientemente fallecido José Antonio Ardanza en 1986. La representación jeltzale cayó hasta los 17 escaños. A partir de ahí inició una recuperación. Llegó incluso a concurrir en coalición con EA, lo que en 2001 le permitió alcanzar su mejor resultado hasta el momento, 33 asientos.

El final de ETA que trajo la legalización de la izquierda abertzale en 2001 y la decisión de EA de desvincularse del PNV para integrarse en Bildu le volvió a rebajar ligeramente su representación, siempre mayoritaria en el Parlamento.