Hoy hace diez años, Felipe de Borbón fue proclamado rey de España ante las Cortes Generales. Era la primera ceremonia de esta naturaleza, con un traspaso dinástico ordenado y constitucional, que tenía lugar en nuestro país desde la que protagonizó su bisabuelo, Alfonso XIII, cuando solo tenía 16 años, en 1902.

El jueves 19 de junio de 2014, día del Corpus Christi, festivo excepcional en la Comunidad de Madrid, hubo en la capital una celebración moderada, con la gente, ni mucha ni poca, aprovechando el buen tiempo y las calles cortadas al tráfico para celebrar la primavera y la promesa de renovación que traía Felipe. Hubo recorrido en Rolls-Royce, una versión abreviada del que diez años antes habían realizado el entonces príncipe de Asturias y Letizia Ortiz con ocasión de su boda. Madrid se engalanó modestamente, el Ayuntamiento repartió banderitas nacionales. Ni siquiera faltaron los suvenires de inspiración británica puestos en circulación por avispados comerciantes, los ceniceros, los platitos decorativos, las camisetas con la efigie de los nuevos reyes que durante un tiempo se lucieron entre la juventud madrileña como prenda irónica, o no tanto. 

La institución venía de sufrir un desgaste profundo y acelerado. Después de casi cuatro décadas de consenso en torno a los logros de Juan Carlos –el heredero de Franco a título de rey que devino en providencial hacedor de la democracia–, el accidente de cadera en Botsuana en abril de 2012 abrió la caja de los trapos sucios. Afloraron la amante –la última y todas las anteriores–, los dineros dudosos depositados fuera de España, los comportamientos poco ejemplares. El proverbial pacto de silencio alrededor de las actividades más o menos privadas del monarca se transformó progresivamente en una implacable exigencia de responsabilidad y transparencia. De repente todo el mundo quería saber lo que no había querido ver. Incluso prestigiosos comunicadores terminaron reconociéndose cómplices y entonaron públicamente el mea culpa.

Resetear la Corona

Algo más de dos años después del incidente africano, el 2 de junio de 2014, Juan Carlos, abandonado por muchos de sus más estrechos y cómplices edecanes, cedía y firmaba la abdicación en favor de su hijo, Felipe VI. La Corona, que gracias al exitoso desempeño de su titular se había ganado insospechadamente el favor de una amplia mayoría de los españoles desde 1975, afrontaba la obligación de resetearse. Todo ello en un contexto político muy delicado, con la gran crisis de 2008 dando todavía fuertes coletazos, el bipartidismo afrontando una crisis incipiente y el proceso catalán a punto de dinamitar los equilibrios del régimen del 78.

Será precisamente la grave situación desencadenada por el referéndum ilegal convocado por la Generalitat de Cataluña el 1 de octubre de 2017 la que propicie el momento estelar de este primer decenio de Felipe VI, su mensaje a la nación del 3 de octubre. También el más crítico políticamente hablando. Fue la prueba de fuego y de madurez de un rey que hoy cumple diez años con una imagen sólida y una reputación consolidada, aunque no se cuente con información demoscópica oficial: el CIS no pregunta por la monarquía desde hace casi una década. Pero la alabada seriedad de Felipe, la labor de la reina Letizia –un activo indudable en los últimos años– y la aparición fulgurante de la princesa Leonor han contribuido en buena medida a galvanizar la imagen de la familia real y colocarla en una posición de solvencia inimaginable hace pocos años.

«Ha sido un rey ejemplar» y ha cumplido sin traspasar sus funciones constitucionales «ni un solo momento»

Enrique Moradiellos

Ya en el discurso inaugural que pronunció ante las Cortes aquel 19 de junio, Felipe VI marcó las líneas maestras del reinado que comenzaba. «La Corona debe buscar la cercanía con los ciudadanos, saber ganarse continuamente su aprecio, su respeto y su confianza; y para ello, velar por la dignidad de la institución, preservar su prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente, como corresponde a su función institucional y a su responsabilidad social», dijo entonces, condicionado en parte por el comportamiento de su progenitor. «Porque, sólo de esa manera, se hará acreedora de la autoridad moral necesaria para el ejercicio de sus funciones. Hoy, más que nunca, los ciudadanos demandan con toda la razón que los principios morales y éticos inspiren –y la ejemplaridad presida– nuestra vida pública. Y el Rey, a la cabeza del Estado, tiene que ser no sólo un referente sino también un servidor de esa justa y legítima exigencia de todos los ciudadanos».

Transparencia, ejemplaridad y proximidad

Estos son los principios que articulan aquel primer discurso real y el proyecto monárquico de Felipe VI. Lo advierte el historiador Enrique Moradiellos. Este académico de la Historia, catedrático de la Universidad de Extremadura y premio nacional de Historia por su sintética monografía sobre Franco, Anatomía de un dictador, ha sido, junto con el historiador de la fotografía y académico de Bellas Artes Publio López Mondéjar, el responsable de dar forma a la exposición conmemorativa que con motivo del décimo aniversario de Felipe VI puede verse en el Palacio Real.

Un modesto homenaje para un rey modesto –la modestia, obligada y elegida, podría ser un cuarto principio de la ejecutoria de Felipe– organizado por Patrimonio Nacional y la Diputación de la Grandeza, a falta de iniciativas conmemorativas de más fuste a cargo del Gobierno. Que se limitaba este martes a reconocer, a través de la ministra portavoz, Pilar Alegría, los diez años de «compromiso, transparencia y lealtad» de Felipe VI al frente de la Jefatura del Estado.

«Me propusieron echar una mirada atrás a este decenio y me pareció fascinante», explica Moradiellos en conversación con El Independiente. «Se nos ocurrió hacer una crónica de la historia de España a lo largo de estos diez años utilizando las actividades que la jefatura del Estado ha realizado», comenzando con la proclamación y terminando con la jura constitucional de la heredera. «Queríamos ver qué había hecho este rey en este contexto convulso, saliendo de una crisis institucional» tras una abdicación que fue «muy bienvenida», asegura.

Rigor constitucional

Aplicando al análisis del periodo su minuciosa práctica historiográfica, Moradiellos revisó la agenda de actividades de la Casa Real y leyó los discursos pronunciados por el rey en estos años. Pendiente de actualizar los datos, hasta el pasado mes de febrero, detalla el historiador, Felipe VI «ha estado presente en su calidad institucional en el espacio público en más de 3.440 actos, de los cuales 2.624 fueron audiencias, donde recibió a no menos de 22.000 personas». Además ha realizado 171 viajes al extranjero, en los cuales realizó 936 actividades y ha ejercido como anfitrión en 213 visitas de jefes de Estado o de gobierno.

Toda esa información se ha decantado en una crónica de esta década a través de 23 fotografías escogidas por López Mondéjar, y la conclusión para Moradiellos es clara: «Ha sido un rey ejemplar» que ha cumplido con creces los compromisos expresados en su discurso de proclamación. Y lo ha hecho sin traspasar sus funciones constitucionales «ni un solo momento».

En su observación de la actividad real, Moradiellos ha fijado un arco argumental, «un alfa y un omega», a partir de otros dos discursos. El historiador reconoce una «divisa del reinado» de Felipe VI en las palabras finales que pronunció en la ceremonia del cuarenta aniversario de la Constitución y que, según él, sintetizan la idea que tiene de su deber como monarca parlamentario: «La Corona está ya indisolublemente unida −en la vida de España− a la democracia y a la libertad». El omega serían las palabras de su hija, la princesa de Asturias, el día de su mayoría de edad y de su jura de la Constitución como heredera al trono: «Les pido que confíen en mí, como yo tengo puesta toda mi confianza en nuestro futuro, en el futuro de España». «La articulación de ambos discursos explica bien estos diez años», asegura Moradiellos. Vocación de servicio para trabajar por las libertades y la prosperidad del país, presentes y futuras.

El discurso del rey

Aunque si hay un Discurso del Rey es el del 3 de octubre. Cuando «se dirigió a la nación porque las autoridades legítimas se enfrentaban a un incumplimiento reiterado y consciente de la Constitución y del Estatuto de Cataluña», recalca Moradiellos. «Fue un discurso de una altura y una trascendencia que veremos con el tiempo. Cambió el sentido de la crisis, todo el mundo se dio cuenta. Por eso los que quisieron cambiar la legalidad le han cogido ojeriza. Pero olvidan que el rey juró guardar y hacer guardar la Constitución. Y actuó ante una situación de extrema gravedad, ante una deslealtad, inadmisible hacia los poderes de un Estado social y de derecho, que socavaba la armonía y la convivencia de la ciudadanía. Mostró su apoyo a los legítimos poderes del Estado, llevó sosiego al ánimo de la sociedad y reafirmó que la Corona estaba ligada al respeto de la ley. Ya hubieran querido muchos en julio del 36», en vísperas del golpe que desencadenó la Guerra Civil, que hubiera existido un poder moderador equivalente, ilustra el historiador.

Un ejemplo, a su juicio, de la manera que tiene el rey de entender su función de arbitraje, moderación, cohesión y promoción de los intereses del Estado «casi como un alto funcionario. Es un profesional. Por eso no habla nunca de manera privada». Y de demostrar la vigencia de la monarquía frente a quienes creen que se trata de una «antigualla medieval». Para Moradiellos, la fórmula monárquica, «que en el Oriente antiguo, Egipto o Mesopotamia se consideraba la base misma de la civilización», permite garantizar la continuidad en la cabeza del Estado sin grandes cismas que puedan abocar a la guerra civil, al estallido de una escisión irreversible en la comunidad política. 

El rey garantiza la cohesión nacional, contribuye a la pervivencia de la comunidad «con un grado mínimo de concordia interna y de seguridad externa». Para ello, su figura debe ser emblemática, simbólica, estar por encima de la contienda política. Y al servicio del país. «Es lo único que justifica el privilegio». Aunque en ocasiones implique «tragarse decisiones como una amnistía». O transigir con el exilio de un padre, podría añadirse. Circunstancias que le ha afeado cierta derecha esencialista, abriendo un frente minoritario pero ruidoso contra su figura.

La monarquía agraviada

El aniversario real ha motivado cierto triunfalismo alrededor de la Corona y la buena estrella reputacional de la que disfruta últimamente. Pero algunos observadores no pueden dejar pasar la gravedad del momento político español ni las anomalías y agravios que viene padeciendo la monarquía constitucional en los últimos tiempos. Uno de ellos es el periodista, analista y escritor hispanobritánico Tom Burns Marañón, gran conocedor de la historia reciente de nuestro país y autor de libros como Conversaciones sobre el Rey (1995) o La monarquía necesaria (2007).

«En tiempos de la República la CEDA era un partido accidentalista con la República. Hoy el PSOE, o el sanchismo, es accidentalista con la Corona»

Tom Burns Marañón

«Hay cierta verdad en que Felipe VI ha reformado la monarquía. Él es estupendo y ha hecho cosas muy buenas. Pero comparemos los líos que tiene sobre la mesa este rey con lo que tenía su padre en el décimo aniversario de su reinado», opina Burns en conversación con este periódico. «En 1985 España iba viento en popa, Juan Carlos estaba en la portada de la revista Time, era doctor honoris causa en Oxford y Cambridge, el país estaba optimista, se encaminaba hacia los Juegos Olímpicos, tenía un Gobierno estable y moderado».

Ahora, sin embargo, el Gobierno «tiene un socio de coalición abiertamente republicano y depende de los votos de los separatistas. Todo lo que dijo Felipe que era inadmisible en su discurso del 3 de octubre, lo que tendría que haber sido la guía del Gobierno, se le ha echado en cara. Y eso que Sánchez en su momento apoyó el 155».

«La monarquía constitucional no puede funcionar con un Gobierno cuya querencia o necesidad política es la república», asegura Burns, antes de afear el «ninguneo constante a la Corona» que hace Sánchez al rey, con gestos como hacerle esperar en actos protocolarios, meterse las manos en los bolsillos en su presencia o que el ministro de Exteriores no le acompañe en la jura de un presidente iberoamericano como Javier Milei. O prescindiendo de las audiencias semanales en Zarzuela, una práctica que Juan Carlos adaptó del Reino Unido y que han seguido todos los presidentes del Gobierno hasta Sánchez.

«No hay suficiente alarma sobre este tema. En tiempos de la Segunda República se decía de la CEDA que era un partido accidentalista en cuanto a su lealtad a la república. Y creo que hoy el PSOE, o el sanchismo, es accidentalista con la Corona», concluye.