En las noches electorales, que son como noches de casino, ya no hace falta que baile Sánchez con chistera y rosa, mientras sí puedan bailar sus socios con palos y hachas. Había música bailona en lo de Bildu y no me extraña, porque ha conseguido empatar con el PNV llevando a un desconocido que se ponía gafas de colador para parecer candidato, como el que se las pone para parecer DJ, y para decir que ETA no era una banda terrorista, como si lo dijera un notario. Para que ocurra esto, para que unos románticos de los tiros, como los que son románticos de los boleros, y unos fanáticos de la nación ideológica, aún peores que los de la nación de la raza, pasen por una izquierda de huerto y ruló no basta un candidato con gafa manchada de tiza. Ha sido necesario, sobre todo, que Bildu pueda llevar al País Vasco sus piezas hortelanas y hippies desde Madrid, que es lo que le facilitaba Sánchez en vez de refutarlos y descubrirlos. Sánchez ya no necesita votos, es más fácil conseguir votos para sus posibles socios, y así está engordando el nacionalismo como nunca, como una piscina de pirañas alimentada con menudillos del Estado.

Sánchez está convirtiendo a los nacionalismos / independentismos (son lo mismo, lo que ocurre es que uno habla desde la espera paciente y otro desde la amenaza inminente) en el negocio político más lucrativo. El nacionalismo melancólico que, además de administrar la finca local, vivía también de adorar piedras y vender parcelas con vacas autóctonas en el cielo, de repente puede llevarle a su parroquia no ya esperanzas renovadas sino una cantidad de dinero, cacería y abalorios que nunca había conseguido. Y, además, el pedagógico relato ganador de que el Estado reconoce que sus tribunales son opresores y sus instituciones corruptas, mientras los que aún justifican y homenajean a los terroristas, y los que han participado y participan en la limpieza étnica e ideológica de los disidentes, son reconocidos como valiosos socios en el camino hacia el progreso social, económico y democrático.

Hasta el mismo Sánchez se da ya cuenta de que sólo puede crecer alrededor de los nacionalismos o adherido a los nacionalismos, como vemos en el País Vasco y Cataluña. Mantener en el poder a Sánchez es la apuesta más segura para mantener vivo y rosadete al nacionalismo, igual que mantener en el poder a los nacionalismos es la apuesta más segura para mantener vivo y rosadete al PSOE, o lo que queda de él. Y en eso están, en retroalimentarse mientras fingen competir. Yo creo que en algunas casas se dividirán en el voto, como se dividen los huevos entre varios cestos, el rezo entre varios santos o la lotería en varios décimos. No se trata de solventar contradicciones ideológicas sino de seleccionar estrategias de casino, que cada noche electoral con Sánchez parece que echa a andar una ruleta en la que gana siempre el mismo, no por más guapo ni más sinvergüenza sino porque la tiene trucada.

Bildu ha empatado con el PNV, escaño arriba o escaño abajo, que todavía se les puede mover un escaño como a veces se les mueven los esqueletos haciéndoles un ruido de maracas que ellos aprovechan para las fiestas. No parece que hayan influido mucho las ambigüedades sin ambigüedad de Otxandiano con ETA, porque quizá la sociedad vasca está ya asentada en la enfermedad moral sin remedio. El caso es que el pacto de Sánchez con el PNV parece lo más claro y lo más sencillo, pero en realidad no lo es. Lo más claro sería que el progresista y demócrata PSOE pactara con el progresista y demócrata Bildu, dejando de lado la derecha de cura, mesón, braguero y taco. Esto de las fuerzas de progreso, de las políticas de progreso y de los gobiernos de progreso parece muy claro, muy rectilíneo, y no entiende uno que el más progresista de los progresistas y el más demócrata de los demócratas descarte una nueva alianza de la izquierda para irse a sujetar el rabillo de la chapela del viejo PNV. No sé qué tendrá Bildu que se lo impide, a menos que tenga lo que todo el mundo sabe que tiene y Sánchez ha colaborado tanto en que se olvide. Pero de nuevo estamos buscando contradicciones en lo que sólo es una decisión basada en la probabilidad.

Parece que en estas elecciones en el País Vasco no ha cambiado mucho, que allí sigue el árbol de las nueces y en Madrid sigue el colchón de agua de Sánchez.

Ya dije que el desaire de Sánchez con este Bildu moral o inmoralmente ganador, primero sacándole a la ETA en las tertulias, como si se la sacara Carlos Herrera, y luego eligiendo apoyar al PNV, se puede arreglar más fácilmente que si propiciara el desahucio del PNV, que inevitablemente se vengaría a garrotazos de piedra. Yo creo que Bildu se conforma con poco, apenas algún rábano izquierdista más y, sobre todo, el relato que le haga seguir ganando votos y mitología entre la izquierda abertzale que ahora se mueve entre el clasicismo de ETA y el clasicismo del pisito colmena. Eso sí, parece que en estas elecciones en el País Vasco no ha cambiado mucho, que allí sigue el árbol de las nueces y en Madrid sigue el colchón de agua de Sánchez. Pero sí ha cambiado. Con Sánchez cada vez se ve más claro que los nacionalismos valen la pena, que los extremismos valen la pena, y que hasta prender una vela al etarra de tu barrio, como un santo con pistolas de tu barrio, y hacerlo además con unas gafitas como robadas a una viuda, todo eso vale la pena. Están los bobos con eso de la independencia, que ya no piden la independencia, cuando resulta que ya tienen algo mejor. Lo decía Savater el otro día: “El proyecto nacionalista no es que Euskadi salga de España, sino que España salga de Euskadi”. Sí, que te haga la limpieza ideológica el propio Estado, que te subvencione el monopolio político, moral, cultural, judicial y económico el propio Estado. La independencia, con Sánchez, va dando ya hasta pereza, pudiendo tener el mismo cielo con vacas ahora mismo y pagado por los españoles. Así bailan ellos por Sánchez o baila Sánchez con ellos.