Sánchez parecía Koldo vaciado o derretido, ahí desfallecido en su escaño azul como en un silloncito y en un enfurruñamiento románticos, entre la dignidad y las musarañas, entre la injusticia y el piano. Luego, decidió poner a calentar la tetera con veneno, o la amenaza pasivo agresiva, que no sabemos si piensa irse al Tíbet, tomar la cicuta para salir definitivamente en los libros de historia o tomarla para volver como resucitado. Un juez ha abierto diligencias contra su mujer, Begoña Gómez, primera dama con sus labores de empresaria de éxito y sin carrera, y por supuesto un político español nunca dará explicaciones, disipará dudas o entenderá la sospecha, sino que le dará el ataque de dignidad como un ataque de gota que te vuelve pendenciero, igual que Koldo, o amargo y desesperado, igual que el presidente, tendido en su escaño como un minúsculo lord Byron.

A Sánchez le han tocado a la santa, que es una ignominia, una línea roja, una blasfemia, una humillación, como si él fuera simplemente Ayuso o Urdangarin (el caso Nóos también salió de una denuncia de Manos Limpias y poco importó entonces su ultraderechismo de mayordomo con algodón). Pero no es lo mismo hablar de novios macarras de la fachosfera Disney (Ayuso es un poco bruja sexy), o de jugadores de balonmano e infantas de bordado, que hablar de un estadista de talla mundial y una empresaria de éxito que capta fondos diciéndote “sostenéibol” como diciéndote abracadabra. Esta humillación irreparable de Sánchez lo puede llevar a la tumba acompañado de ángeles con laúd, como a la reina Dido abandonada por Eneas, o puede ser el Peugeot de honra y purificación que lo conduzca a su segunda venida, o tercera, o la que vaya ya. Sánchez sigue el manual del agraviado, que es un manual como de cojo de iglesia, con un poco de dolor, un poco de altivez, un poco de ronquera y un poco de pena.

"Quizá se vaya a un descampado, frente a un altar pordiosero hecho de fantas, ganchitos y camping gas, como Koldo, a quejarse de que ya no puede salir a la calle por culpa de los jueces"

Yo no me creo que Sánchez se vaya por esto ni por nada, sino que se alimentará del victimismo y buscará renacer. Quizá se vaya a un descampado, frente a un altar pordiosero hecho de fantas, ganchitos y camping gas, como Koldo, a quejarse de que ya no puede salir a la calle por culpa de los jueces, la prensa o los albañiles. Pero teniendo el lawfare y la fachosfera como excusa, Begoña podría vender mascarillas podridas, o vender el Sáhara, o proclamar la República Independiente de la Moncloa, y no pasaría nada. La verdad es que no sabemos si Begoña Gómez, que parece adjunta al colchón de Sánchez en lo político o en lo simbólico, debería ser intocable por ser su santa, por ser empresaria de éxito o por ser esa sirena prodigiosa que atrae al dinero con un inglés que a lo mejor no es inglés sino un gaélico hipnótico o artúrico. Pero Sánchez siempre podría decir que es intocable por las tres cosas, que se resumen en una sola, como todo aquí: el interés de Sánchez es el interés de España. Cualquier cosa, menos volarse la cabeza con un violín, que es con lo que parece que amenaza ahora.

A Sánchez se le veía indignado o mareado, como el que se indigna o se marea por un mal vino que además viene con el descoque del camarero (quizá los jueces deberían ser respetuosos y aquitinados camareros de Sánchez, que es lo que ya parecen los fiscales). A veces el mareo no es suficiente y uno tiene que fingir que le ha petado la patata, o que quiere irse de este perro mundo, o que va a coger la puerta y no va a volver, que es lo que decía nuestra madre. Sin embargo, como en lo de Koldo, quizá el ataque de dignidad es simplemente el único ataque que queda, aparte del ataque de risa. Ni Koldo ni Begoña parecen poder explicar cómo estaban donde estaban haciendo lo que hacían con quienes lo hacían, y no me refiero alrededor de esos mesones con conchas y cornamentas antediluvianas sino alrededor del dinero público. Si no, supongo que lo explicarían inmediatamente para dejar a la fachosfera en ridículo y seguir con sus labores filantrópicas y sostenéibols. En todo caso, la sospecha del personal y la investigación del juez son comprensibles y hasta atinadas. Menos comprensibles son los desmayos con apretón en el pecho, los cabreos con fusta o la amenaza de tirarse por la ventana porque se investiga a la señora por tráfico de influencias como por adulterio con un mozo de cuadras.

Eso de que los jueces no se puedan meter con la señora, como si se metiera con ella un borracho, parece un argumento del conde de Romanones, no de un demócrata. El demócrata asume que la justicia se puede fijar en ti en cualquier momento, y más si vas del colchón sagrado de la Moncloa a la caza de fondos públicos para tus profes de inglés falso o para tus chiringuitos volanderos. Si eres inocente, te explicas y te defiendes, no gritas que la familia es intocable, como la vajilla buena, y que el honor te exige una reparación o la muerte. A mí esta intocabilidad me parece, en todo caso, un desprecio a la tradición española. Si aquí la familia fuera intocable, nos quedaríamos sin nochebuenas, sin negocios y sin política. Nos quedaríamos hasta sin Juan Guerra, el que lo comenzó todo como un santo fundador y sandalio.

El presidente que deja a los delincuentes redactar el Código Penal y votar su propia amnistía está dolido de corazón o de espalda, como Koldo en las sillitas estrechas del Senado. Y todo porque un juez se dedica a ser juez e investiga la maravilla de esta sirena del dinero público que se ha hecho empresaria de éxito hablando el lenguaje de las ballenas. El presidente parecía Koldo, atrapado por la injusticia como por un cepo de osos. O parecía más bien Puigdemont, con todo el contubernio fachosférico ahí atacándole por los pelos, entristeciéndole los ojos y alimentando su victimismo y su venganza. La amenaza del presidente, como la de nuestra madre, no tiene más sentido que afianzarse y gustarse como víctima.

Sabemos que Sánchez puede aguantar todas las humillaciones porque la moral no le toca. Y sabemos que el único relato que haría compatibles la defensa de la inocencia de su santa y la rendición de todo su castillo sería una denuncia traumática y dramática de todo el sistema, como la de los indepes. Su sacrificio sería entonces la prueba del lawfare; sería la prueba, paradójicamente, de la necesidad de otra venida aún más gloriosa, con un poder, un tronío y una purificación aún más radicales. No tendría que elegir entre tomar la cicuta y amnistiar a Begoña Gómez, porque ocurrirían las dos cosas, siquiera como intento, consecutiva y milagrosamente. Y sería, más que nunca, por el interés nacional y mundial, y hasta por el interés de las ballenas. O es esto, o es que Sánchez está definitivamente vencido. No por la injusticia, sino por la verdad.