Antonio Hernández Mancha parece ahora un viejo torero o futbolista de la derecha española, hasta tiene esa diadema, como de Ortega Cano, hecha a la vez de recuerdo y olvido, una especie de alopecia de gloria, como aquellos delanteros alopécicos de tanto rematar de cabeza por la patria. La gente ha olvidado a Hernández Mancha pero recuerda inmediatamente a Hernández Mancha con el déjà vu radiofónico de su voz tan poco radiofónica. Su fugacidad en Alianza Popular fue todavía más fugaz porque apareció cuando el partido se había quedado sin Fraga como si hubieran talado el roble de la finca. Hernández Mancha llegó a la presidencia de aquella AP, pues, entre la sombra escasa de su sombra y el luto y el homenaje del patriarca, y claro, nadie se lo creía mucho como líder ni como roble. Su contribución a la transición de AP al PP, que es la transición de la derecha posfranquista a la derecha europea, o al menos el intento, se ha quedado entre el mito y la anécdota. Su libro no sé si llega a explicarlo, pero allí, junto a Rajoy y José María García, a mí lo que me parecía es que Hernández Mancha había metido un gol quizá no de Zarra, pero sí de Rincón o así para esa transición o desasnamiento de la derecha española.

Todos los políticos están escribiendo sus memorias, incluso los que habíamos olvidado, y Hernández Mancha ha aprovechado esa moda y el misterio que aún lo rodea para traernos su libro, que se llama también misteriosamente Secretos de mi partido. Quizá es un misterio que después del vozarrón de Fraga viniera esa voz atiplada de Hernández Mancha, y que después de aquella derecha como de galeón apareciera otra de gente pequeñita, afilada y tenaz que culminaría, si bien otra vez por la mano de Fraga, en Aznar. Aznar, por cierto, aparecía en la convocatoria como uno de los presentadores del libro pero al final no estuvo. Hubiera sido una pedagógica y hasta estética gradación, de Hernández Mancha a Rajoy pasando por Aznar, como un arcoíris de los diferentes señores grises que han ido dando forma a esa derecha gris que no deja de dar señores grises, ahora Feijóo. Pero yo no sé si fue la vieja rivalidad (creo que Mancha compitió contra Miñón, con quien trabajaba Aznar) o esa cosa de no repetirse demasiado con señores grises, lo que nos privó de su presencia.

Entre ausencias redundantes y fantasmas concurrentes, y bajo frescos como de una ONU de los seguros, el auditorio de Mutua Madrileña, con demasiado frío para los vivos, a uno le daba la impresión de que había convocado a una derecha como descongelada o desenterrada. Uno esperaba encontrar prebostes y musas del PP, asistiendo por curiosidad o por herencia, pero yo diría que aquello estaba lleno de gente como el propio Mancha, conocidos olvidados, toreros de gloria pasajera o futbolistas de manteo patriótico y cromo cianótico que yo no identificaba. Seguro que había exministros de los que llamaban tecnócratas y seguro que había pioneros de la modernización de la derecha y retranqueados de la eternidad de la derecha, pero apenas reconocí a Fátima Báñez, que me sigue pareciendo que imita a Isabel Tocino, y a Borja Sémper, que parecía un camarero en Ascot.

A lo mejor no había más gente del PP porque eso ya no era el PP, aunque tampoco fuera Ascot. De todas formas, cuando uno se plantea si la derecha ha evolucionado por entre sus hombres grises de terno gris, quizá no venga mal un evento de éstos, donde haya pioneros de la cosa y hasta alcurnias de la cosa, y aparezca una señora con look marbellí de los 80 y otra con pamela lavanda, efluvios lavanda y no sé si litera lavanda (hay quien acude a la presentación de un libro como a morir en Venecia). La herencia de aquella primera derecha representada por Hernández Mancha estaba más bien llena de señoritas herederas, con sus madres vestidas de centro de mesa fino, sus padres vestidos de comodoro y sus novios vestidos a medias entre el cóctel y Wimbledon. A lo mejor ésa era la prueba de que el PP ha cambiado, y por eso apenas estaba, o de que la derecha no ha cambiado, y entonces el PP no es derecha. A ver si, después de todo, es centro de verdad, siquiera por las pintas de hamaquero de Borja Sémper, allí entre todas esas orquídeas lánguidas e impropias para cualquier libro, incluso el que describa las metamorfosis de la propia derecha.

Puede que allí estuviera toda la derecha (la derecha amplia que añora Aznar), desde el pijo al oficinista, y a la vez todos o casi todos los señores y señoras poquita cosa que han ido transformando aquella Alianza Popular, con nombre todavía como de Alcázar, en una derecha europea y civilizada. O puede que aquello sólo fuera un ejercicio de melancolía y por eso Hernández Mancha parecía un torero comiendo juanolas, Rajoy parecía un abuelo de barbería y José María García parecía un cura. El gran García, mítico y deslavazado, como un faquir, no habló nada del libro y casi nada del autor. En vez de eso, hizo un largo sermón de funeral, el funeral por la justicia, por la prensa y por la política, que sin dejar de tener razón le sonaba a funeral por el Fiat Topolino.

Quizá nunca fueron tan brillantes ni tan honestos, lo que sí es cierto es que la sociedad nunca estuvo tan estupidizada como para no terminar dándose cuenta de cuándo le robaban los cuartos

Los políticos ya no son brillantes, ni honestos, decía García, y unas lágrimas amargas parecían a punto de cortocircuitar el micrófono. Quizá nunca fueron tan brillantes ni tan honestos, lo que sí es cierto es que la sociedad nunca estuvo tan estupidizada como para no terminar dándose cuenta de cuándo le robaban los cuartos, la verdad y la democracia. Ése es el signo de los tiempos, no que ya no haya periodistas con agallas ni purazo, ni políticos con reloj de cadena. Ni siquiera que Sánchez se pida los Falcon como una oferta de 2x1 en pizzas, que García llegó a mencionar el episodio. El PP y el PSOE deberían llegar a acuerdos para evitar los extremismos, sugirió como un bebé de 90 años. A Rajoy le preguntó si lo habían intentado y Rajoy asintió resoplando. El ambiente de Ascot era ya un ambiente de barbería, que tampoco creo yo que se arregle nada refunfuñando entre incoherencias, batallitas y pelusa de patilla.

Mariano Rajoy sí habló del autor y del libro, que no es sólo una biografía y no es del todo un desvelamiento, sino que es una reflexión que alcanza también la actualidad, aunque la alcance un poco desde la cretona. El peligro de los populismos, la injusticia del pacto fiscal (que Artur Mas ya le propuso, recordó Rajoy), la construcción europea a través de unos verdaderos Estados Unidos de Europa, el 155, y hasta las pintas de los nuevos políticos y el lenguaje inclusivo repasó Rajoy con muchos momentos de humor. Rajoy sigue siendo gracioso, siempre fue gracioso, lo malo es que era gracioso incluso en medio de la tragedia, sobre todo la tragedia que él mismo provocaba.

Hernández Mancha se declaró un europeísta ferviente y un optimista pendular, que sabe que el péndulo no se queda nunca en los extremos. “No todo está perdido, en España tampoco”. Fue lo que más me sorprendió después del sermón de funeral (García) y el chiste de funeral (Rajoy), este optimismo casi de gafe que me recordó un poco a Feijóo. Cuando terminó el acto estaba diluviando y nadie podía salir, ni siquiera en las barcazas de los sombreros o en los galeones de la derecha de galeón. Aquello parecía El ángel exterminador de Buñuel. Así está la derecha, o así está España. Sigue siendo difícil ser optimista cuando la política parece que sólo es para guapos cínicos o para gafes melancólicos.