Un artículo publicado esta semana en The Economist ha provocado revuelo y cierta preocupación en el gobierno. El semanario británico no es un medio de masas, tampoco es un medio progre sino todo lo contrario, pero es influyente en el mundo del dinero y en las cancillerías europeas. El título del artículo -titular es un arte y lo más difícil para un periodista, porque debe recoger la esencia de la información sin dejarse llevar por el sensacionalismo- es suficientemente explícito: "Sánchez se aferra al poder a costa de la democracia española". ¡Puf!

Como era de esperar, la pieza ha sido convenientemente ignorada en los medios afines al gobierno. Si el mismo medio hubiese alabado al presidente, algún telediario le habría dedicado un espacio. No hablemos ya de los periódicos que abanican a Pedro Sánchez como el salvador de la democracia.

Dice The Economist: "En el cargo desde 2018, Sánchez es el gran superviviente de la política europea, un estratega astuto y despiadado". Y continúa: "Gobierna a un coste cada vez mayor para la calidad de la democracia española y sus instituciones".

Realmente, el semanario no nos descubre nada nuevo. Nos dice lo que algunos ya le hemos contado a nuestros lectores por activa y por pasiva. Pero la opinión doméstica Moncloa ya la tiene descontada, incluso amortizada como producto de "la máquina del fango". Pero ¡ay!, decir eso de The Economist sería algo más que un fútil atrevimiento. En su argumentación, no sólo figuran las cesiones a los independentistas, como la ley de amnistía, o el concierto fiscal para Cataluña, sino las procelosas aventuras de Begoña Gómez en el mundo de los negocios, cosa fea para los estándares de cualquier democracia que se respete a sí misma, sobre todo cuando desde el gobierno se pone a caer de un burro al juez que instruye el caso.

Me consta el disgusto en Moncloa, aunque traten de quitarle importancia porque se trata, dicen, de un "medio que aquí no lo leen más que cuatro empresarios de derechas". No. Sánchez sabe, como su alfil Albares, que esa revista está sobre la mesa de los despachos más poderosos. No les ha gustado porque afea esa imagen que tanto se ha trabajado el presidente en Europa como un tipo atractivo y brillante, un valladar contra la extrema derecha.

Como no podía ser menos, The Economist le reconoce a Sánchez un cuadro macroeconómico mejor que el de la media europea. Pero avisa de los riesgos: el mayor crecimiento se debe al boom turístico, a las ayudas Next Generation, y al aumento del gasto público. En 2026 se acaba la fiesta.

Pero hay en este artículo una perla que no hay que pasar por alto: "El mayor activo de Sánchez es una oposición ineficaz y dividida". Quizás por eso en el PP tampoco quieran darle mucha bola.

Ese juicio es tan atinado como el que retrata al presidente. Núñez Feijóo ha ganado varias elecciones seguidas. Pero eso no es suficiente para gobernar. En Génova parece que tienen asumido que la mayoría de Sánchez es tan resistente como antinatura. Y se consuelan pensando que en 2027 tendrán una nueva oportunidad. ¡Largo me lo fiais!

En una entrevista publicada por El Mundo el pasado 7 de septiembre, el líder del PP afirmó: "En este momento la moción de censura es tan imprescindible como imposible". Es un reconocimiento, casi una confesión, de su debilidad política.

En Moncloa no ha gustado el artículo, que retrata al presidente como un 'estratega astuto y despiadado'

Narcotizados con el fatum que les condena, y nos condena a todos, a resistir en una legislatura larga y tediosa, abren debates que pueden tener su utilidad, pero que despistan sobre lo que de verdad importa: el deterioro de la democracia que está provocando Sánchez para mantenerse en el poder. Tener propuestas de reducción de jornada, o vivienda está muy bien... Pero no se trata de eso. ¿O es que acaso cree Feijóo que va a derrotar a Sánchez con una mejora en la política de conciliación?

Feijóo, atrapado en su laberinto argumental, "imprescindible pero imposible", ha desaprovechado una oportunidad única para mover el tablero. El cabreo de Puigdemont con Sánchez (no se explica el ex president que el gobierno no le haya torcido el brazo al Supremo o que el Constitucional vaya tan despacio) por no disfrutar ya de la amnistía pactada con él para la investidura, le ofrecía al líder de la oposición una ocasión de oro para poner a Junts frente al espejo de sus contradicciones. Más aún, teniendo en cuenta que a finales de este mes hay un congreso en el que los moderados del partido (esa especie en extinción llamada postconvergentes) serán barridos del mapa para dejarle a Puigdemont todo el poder en sus manos.

Si la situación es tan grave como Feijóo dice que es, la moción de censura está totalmente justificada. Porque hay posibilidades de ganar. Sólo es necesario que Junts se abstenga, cosa no descartable.

Incluso aún perdiendo, si Puigdemont al final se arrodilla de nuevo ante el presidente del gobierno, tenía sentido. Recordemos la moción de censura que en mayo de 1980 presentó Felipe González a Adolfo Suárez. El líder del PSOE sabía que iba a perder en votos (de hecho la moción fue rechazada con 166 en contra y 152 a favor), pero ganó el debate y el apoyo de la opinión pública, e infligió un desgaste enorme al entonces presidente del gobierno, que, desde ese momento, ya no levantó cabeza. Las mociones, a veces, son instrumentales. Por cierto, en aquella ocasión, Manuel Fraga (Alianza Popular) se abstuvo.