Es la matrioska del terror. No parece tener fin. Ha funcionado con el aliento del miedo y la cohesión que permite la amenaza. Y así desde hace más de medio siglo. Cuando el cascarón principal parecía derrotado, en su interior ocultaba otro más pequeño pero igual de terrible. Uno tras otro, de escisión en escisión, de pulso en pulso. Lo hizo en tiempos de la dictadura, en la Transición, en la consolidación de la democracia y ahora en la era post ETA.
Ni siquiera las ansias de paz han sofocado el hilo del temor a un rebrote de la violencia en Euskadi. Ha sido el estado natural del llamado Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV), un cúmulo de familias ideológicas, de colectivos y agrupaciones radicales que bajo el manto de la izquierda extrema y revolucionaria no sólo dieron el calor a la ETA más cruel sino que no se resignan a sellar su final y lo que representó durante décadas. El último ejemplo, la última muñeca rusa del discurso radical abertzale ha aflorado hace sólo unos días. Lo ha hecho de la mano de ex presos de ETA y de familiares de reos en prisión agrupados bajo el colectivo Askatasunaren Bidean (Camino de la libertad) y que se han convertido en el núcleo duro de un nuevo partido, Herritarren Batasuna (Unidad Popular) nacido para recuperar la esencia de lo que supuso “la lucha” que lideró Herri Batasuna en los años de plomo “del conflicto”.
Para la ‘resucitada’ HB, la izquierda abertzale tradicional representada hoy por Sortu y liderada por Arnaldo Otegi les ha traicionado. Su apuesta por desmarcarse del pasado y emprender un nuevo tiempo alejado de lo que representó ETA es una traición. “Se han echado en brazos del enemigo, nos dan vergüenza”, aseguraron durante su presentación los portavoces de la renacida HB.
‘Nostálgicos’ en la calle y en las prisiones
Son sólo una pieza más en el puzzle que durante los cinco años sin ETA ha comenzado a tomar cuerpo en el País Vasco. Un movimiento por ahora pequeño pero que no controla la izquierda abertzale y que ni siquiera lo que queda de ETA domina. La banda ha llegado a mostrarse contrario a él por irrumpir en su proceso de disolución. Este frente político más extremo, representado por la nueva HB, -por ahora sin gran peso-, asegura que no se “echará al monte” ni propugnará “la vuelta a las armas”. Por el momento sus mensajes han estado dirigidos a denunciar la institucionalización de la izquierda abertzale.
Crítica que de forma paralela y con argumentos similares también se está produciendo entre los propios presos de ETA. En las cárceles españolas y francesas actualmente se encuentran presos alrededor de 350 militantes de ETA. Hasta el año 2011 todos ellos secundaban las directrices marcadas por ETA y en la que personajes como la abogada Arantza Zulueta, hoy en prisión, se convertían en correa de transmisión para fijar posición firme y uniforme dentro de las cárceles. Era el llamado EPPK (Euskal Preso Politikoen Kolektiboa-‘Colectivo de Presos Políticos vascos’).
Las ansias de la izquierda abertzale por refundarse y las exigencias del Estado por reconocer el daño han hecho mella, aunque no en todos
En estos cinco años el desgaste del colectivo, las ansias de la izquierda abertzale por refundarse y las exigencias del Estado para forzar a los etarras a dar pasos hacia el reconocimiento del daño causado y la reparación de las víctimas para acogerse a beneficios penitenciarios, ha hecho mella. No en todos. Mientras la salida de etarras de prisión se comenzaba a normalizar, el número de presos dispuestos a desoír la vieja directriz de no acogerse a beneficios crecía hasta forzar a la propia ETA a dar libertad y romper su consigna.
Pero los duros se han resistido. Muchos están hoy en Herritarren Batasuna, en libertad, otros continúan en prisión. La crítica a la moderación de la izquierda abertzale también es evidente en las cárceles. Los nostálgicos se agrupan bajo el colectivo Askatasuna Ta Amnistia (ATA) y abogan por conceder la amnistía de los presos y desmarcarse de los blandos que han claudicado ante el Estado, sus compañeros integrados en el EPPK. ATA reivindica la defensa de la “lucha” y los principios, objetivos e ideales “de siempre” y ha urgido a los militantes de ETA que no escuchen a los actuales líderes de Sortu, partidarios de dar pasos hacia la reconciliación y el reconocimiento del daño causado. En ATA insisten en que hacerlo supondría “renunciar a nuestra lucha y militancia”.
'Somos los mismos que cuando empezamos'
Constituido recientemente el frente político y con algo más de trayectoria el carcelario, a los críticos y disidentes de la vieja y amortizada izquierda abertzale sólo les restaba dar forma a un nuevo movimiento social. Lo llamaron IBIL, Iraultzaileen Bilguneak (Núcleos revolucionarios). De marcado carácter revolucionario y obrero, este movimiento defiende la necesidad de lograr la independencia de Euskal Herria para convertirla en una república socialista y “reunificarla” en un único territorio que integre Euskadi, Navarra y el País Vascofrancés. Para lograrlo, IBIL considera legítimos e idóneos “todos los modos de lucha”.
El movimiento IBIL sigue considerando legítimos e idóneos 'todos los modos de lucha' para alcanzar la independencia
Más aún, subraya que el empleo de un tipo u otro de acciones debe responder únicamente a una “decisión táctica”. En su acta fundacional apela al espíritu revolucionario que impulsó a ETA en sus inicios: “Somos los mismos que cuando empezamos”. Para los etarras presos, “los hijos más honestos y coherentes del Pueblo Trabajador Vasco” reclaman la amnistía porque su lucha es “absolutamente legítima”.
Para IBIL, Otegi y la vieja izquierda independentista vasca han iniciado un camino sin retorno al integrarse en lo que califican como el “capitalismo” y lo han hecho “aceptando la ayuda del imperialismo”, una senda de perdición y que “desactiva las luchas populares” que ellos aspiran a recuperar.
Rebrote de la ‘kale borroka’
La aparición de estos nuevos grupúsculos de disidencia radical e independentista ha coincidido con el repunte de la violencia callejera en el País Vasco. Si tras el anuncio de cese definitivo de ETA, el 20 de octubre de 2011, los episodios de ‘kale borroka’ prácticamente desaparecieron, sólo meses más tarde comenzaron a reproducirse en forma de quema de autobuses, cajeros y contenedores. Varios de ellos se sospecha que son obra de IBIL y de ATA. En el último año los episodios se han intensificado y han contado con el aliento de más movimientos partidarios de no dejar morir la tensión abertzale radical en Euskadi.
El último caso se produjo el pasado día 26 de noviembre en el Campus de Leioa de la Universidad del País Vasco, donde cientos de jóvenes protagonizaron una batalla campal para intentar boicotear las elecciones al rectorado. Los convocantes, el sindicato Ikasle Abertzaleak y las juventudes de la izquierda abertzale, agrupadas bajo el paraguas del movimiento ERNAI.
Un tensionamiento contra el Estado y sus símbolos que han alimentado tras los graves incidentes de Alsasua, en el que dos guardias civiles y sus parejas fueron agredidos y por el que hay nueve jóvenes procesados. La secuencia de rebrote de la violencia incluye la amenaza a la ex edil del PP en San Sebastián, María José Usandizaga, a la que pintaron una diana en el portal de su casa, la agresión al presidente de las juventudes del PP en Vizcaya, el ataque a la sede del PNV en Mondragón o la quema de contenedores. Para este martes, Día de la Constitución, Ikasle Abertzaleak y Ernai han convocado una marcha contra “el régimen del 78” en Bilbao.
Las Fuerzas de Seguridad creen que Fermín Sánchez Agurruza, un ex preso de ETA, está detrás del resurgir de los movimientos nostálgicos
Uno de los ‘duros’ que las Fuerzas de Seguridad del Estado creen que está detrás de este resurgir de movimientos nostálgicos con el pasado más violento de la izquierda abertzale es Fermín Sánchez Agurruza, un profesor navarro que ya estuvo encarcelado por pertenecer a ETA. Defensor de una vuelta al pasado, sus posiciones fueron incluso criticadas por la propia banda terrorista, empeñada en sellar el final de su trayectoria. No es la única voz que se ha levantado contra la reconversión del mundo de EH Bildu. Otros militantes de ETA, como Daniel Pastor Alonso o Jon Kepa Preciado lo han expresado públicamente. Por el momento, los expertos en la lucha antiterrorista consideran que la capacidad de actuación de estos nuevos movimientos es limitada pero que debe ser controlada.
MLNV: una historia de escisiones
Todos estos episodios podrían responder a escisiones menores. No serían las primeras. La historia de la izquierda abertzale y de ETA está repleta de ellas. Siempre ha sido un mundo acostumbrado a convivir con temperaturas elevadas y extremas en su seno y fuera de él. Como hoy, las fracturas en el seno del MLNV han estado marcadas por disidencias de carácter ideológico, por diferencias en el apoyo a los presos de ETA y por discrepancias sobre la continuidad de la violencia terrorista. Aglutinados en un magma de familias y movimientos ideológicos que abarcan toda la horquilla de la izquierda, la coalición como fórmula para ensamblar ese mundo ha sido más una necesidad que un deseo. Se empleó para la originaria Herri Batasuna y se repite hoy con EH Bildu.
La fractura entre ‘duros’ y ‘blandos’ está en el origen de ETA. Su propia fundación el 31 de julio de 1959 parte de una escisión de las juventudes del PNV, -EGI-, entre quienes consideraban que había que ser más firme y crítico para golpear al franquismo. De los actos de sabotaje iniciales de ETA se pasó a los asesinatos premeditados, no sin debate y fractura interna. División que en la banda continúo a medidos de 1970 en el viraje marxista-leninista y diferencias estratégicas que la fracturaron entre la ETA militar y la más política, ETA político-militar, partidaria de primar la política y emplear la violencia sólo como mero “complemento”. En 1982 la rama político-militar, tras 29 asesinatos y la militancia de nombres conocidos como Arnaldo Otegi, Mario Onaindia o Kepa Aulestia, formalizó su desaparición.
Las escisiones y las pugnas entre los radicales y los moderados han sido constantes
En el frente político las escisiones, las pugnas entre los radicales y moderados han sido constantes. La ensalada de siglas y organizaciones con la que se creó HB en abril de 1978 pronto provocó conflictos internos entre socialistas y marxistas, entre partidarios de participar en las instituciones y los defensores de boicotearlas o entre los impulsores de deslegitimar a ETA o los que insistían en respaldarla. El periodo más sanguinario de ETA, durante la década de los 80, y el rechazo social creciente en los años 90 desgastó a la izquierda abertzale. La fractura más profunda se produjo en 2001 con la salida de Patxi Zabaleta para crear Aralar, y condenar por primera vez a ETA.
Después llegaría una década de ilegalizaciones, -HB, Euskal Herritarrok y Batasuna- y de aparición de un rosario de siglas para sortear la justicia mientras las Fuerzas de Seguridad del Estado debilitaban definitivamente a ETA. El 14 de noviembre de 2004 la declaración de Anoeta pronunciada por Arnaldo Otegi, en la que apostaba por abrir una nueva etapa para avanzar por vías exclusivamente democráticas y alejada de la violencia supuso el inicio de un cambio que culminó siete años después con el cese de actividad de ETA y el inicio de la “refundación” de la izquierda abertzale en Sortu. Un proceso, que como los anteriores, no ha sido ni aceptado ni apoyado por los sectores más duros, dispuestos a recuperar las esencias del pasado.
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