Si el 25 de mayo de 2002 Rosa no ganó el Festival de Eurovisión ya no lo vamos a ganar nunca. Aquel año, RTVE española contaba con todos los ingredientes para seducir a la audiencia europea: una canción con el estribillo en el idioma de moda en el festival, una cantante con carisma conocida en toda Europa gracias al fenómeno sociológico que supuso la primera edición de Operación Triunfo y un márketing que le otorgó a RTVE una promoción como nunca antes había previsto.
Rosa llegó con su cohorte a la capital de Estonia y arrasó. Los artistas, de todos los países, sabían de su existencia, era la invitada reina en las fiestas monográficas, todo el mundo quería fotografiarse con ella. Rosa no daba un paso sin consultar a su padre y a su hermano, una suerte de guardaespaldas que no la dejaban sola ni un instante. La prensa europea acreditada buscaba con impaciencia el momento de acercarse al patito feo convertido en cisne de OT para enviar una crónica de color. Rosa, como si fuera una estrella de Hollywood, caminaba por las calles y con esa inocencia y esa dulzura que la caracterizaba, cada vez que se oía “Españaaaa”, “Gosaaa” (léase con acento extranjero) ella saludaba y sonreía. Era la primera vez, desde aquel olvidado 1969, que España tenía verdaderas posibilidades de ganar. La delegación española llegaba con los deberes hechos al concurso y el nombre de Rosa estaba entre los favoritos desde el minuto uno. En estos 15 años no se ha vuelto a repetir esta situación.
La granadina quedó en un honroso séptimo lugar. Ni Boris vestido de André Courrèges como Massiel en 1968, ni Carlos Latre enfundado en una copia del traje de flecos de porcelana y gasa que Pertegaz diseñó para Salomé (pesaba 14 kilos a los que había que sumar dos collares de dos kilos cada uno), ni la delegación española coreando el tema en la sala de prensa pudieron con el bloque del Este. La letona Marie N se alzó con el triunfo con I wanna.
Territorio dividido
Eurovisión es territorio dividido en bloques. Por una parte, los países de la antigua Unión Soviética y, por otra, el bloque escandinavo. Ni siquiera los miembros del Big five (países fundadores que van directamente a la final, Alemania, España, Francia, Italia y Reino Unido) tienen asegurado un puesto decente. De hecho, en la última edición el representante de Reino Unido quedó vigésimocuarto de los 26 que participaron en la final.
Aunque la leyenda negra culpa a la política, la realidad es, como siempre, mucho más sencilla. Se trata de compartir cultura, gustos musicales e idiomas parecidos. El círculo musical de los países del Este es el mismo. Aunque la historia los haya separado, culturalmente forman un ente. Lo mismo ocurre con el bloque escandinavo. Así resulta más que previsible hacia donde se van a decantar estos países. Se votan entre ellos. Para acabar con esta endogamia o surge un tema que arrase o no hay nada que hacer.
España, geográficamente, está aislada. La industria musical española importa producto norteamericano; de Europa, si llega algo, viene de Reino Unido e Italia a lo sumo. En cuestión de exportación, el mercado natural de los músicos españoles es Latinoamerica. Otro gallo nos cantaría si participaran países de habla hispana. Está claro que es más un asunto cultural que político, Siempre lo ha sido. Los históricos 12 puntos de Portugal no eran gratuitos.
Elección del representante
Por si fuera poco, la elección del representante español se dilata en el tiempo. RTVE acaba de publicar las bases para el Festival Eurovisión 2017 que se celebrará el próximo mes de mayo en Kiev. Se utilizará un sistema de elección mixto, contará con un grupo de jóvenes artistas profesionales y, como novedad, dispondrá de un candidato más que será seleccionado por los usuarios a través de la web de RTVE.
Todos los seleccionados competirán en un programa especial, Objetivo Eurovisión, que emitirá La 1 durante el mes de febrero, y en el que un jurado independiente y el público decidirán, con sus votos, quién será el representante español que viaje a Kiev. La corporación pública tendrá dos meses y medio para vender su producto en Europa, sabiendo que la batalla de los bloques está perdida no es mucho tiempo para establecer una estrategia.
Si entramos en el tema de la puesta en escena, la delegación española no ha evolucionado nada desde el principio de los tiempos. Basta con dar un repaso a las actuaciones de la pasada década, quitar el color de la pantalla, el resultado resulta trasnochado, vestusto y pasado de moda. Los responsables de la delegación española no se han trabajado nada este asunto. Eurovisión, además de un concurso musical, es un show donde te lo juegas todo en tres o cuatro minutos, donde la puesta en escena se antoja imprescindible. Recordemos la actuación del representante de Suecia, Måns Zelmerlöw, cantando Heroe en 2015; la rusa del año pasado donde Sergei Lazarev partía como favorito con You are the only one o, si nos remontamos en el tiempo, Lordi, la banda finlandesa de hard rock y heavy metal, que se alzó con el primer puesto en Atenas en 2006 disfrazados de monstruos.
¿Cuánto cuesta Eurovisión?
¿Realmente le interesa Eurovisión a RTVE? En 2016, la Corporación pagó a la Unión Europea de Radiodifusión (UER), el ente encargado de organizar el festival, 365.000 euros, debemos tener en cuenta que estos datos no incluyen los gastos de la delegación y ni de los participantes. No nos llevemos las manos a la cabeza. Eurovisión es sólo uno de los servicios que proporciona la UER, que también ofrece a sus abonados programas educativos, documentales y coproducciones de series de animación, además de imágenes para informativos y negociación de algunos derechos de difusión de retransmisiones deportivas. El canon que se paga a la UER no es exclusivamente para garantizar la participación de España en el festival. En realidad, la cifra no es superior a la inversión de cualquier otra producción de televisión. Un capítulo de una serie como Víctor Ros, que estrena su segunda temporada la próxima semana, ronda los 500.000 euros, mientras que uno de Cuéntame puede costar 800.000 o Isabel y Águila Roja que no bajaban de los 700.000 euros.
Ganar sería un problema
Lo que de verdad supondría un problema para RTVE sería organizar el festival en caso de ganar el concurso. Para empezar, esa partida de gastos no existe en los presupuesto de la Corporación y tendrían que abrirla a destiempo. A pesar de las aportaciones de los distintos participantes y de la propia UER, la inversión es responsabilidad del anfitrión. Correspondería a TVE establecer la cantidad que estaría dispuesta a gastar.
Austria, por ejemplo, gastó en el 2015 21 millones de euros. En 2014 fue Dinamarca el anfitrión y gastó 44 millones de euros, el doble de lo previsto inicialmente. La edición celebrada en Malmö (Suecia) fue la más barata de los últimos años, en 2013 conllevó un gasto de 15 millones de euros, 30 millones se gastó Alemania un año antes, 16,5 millones desembolsó Noruega en 2010 y 32 millones invirtió Rusia en 2009. El récord lo tiene Azerbaiyán, que en el año 2012 se dilapidó 100 millones de euros, en esta partida se incluyó la construcción del espacio que acogió el certamen: el Baku Crystal Hall.
Conclusión: dadas las cuentas de RTVE, ganar el Festival de Eurovisión no sería un buen negocio.
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