“Me gustaba ser la princesa Leia. O que la princesa Leia fuese yo. Con el tiempo nos fusionamos en una sola persona; no creo que nadie pueda pensar en Leia sin que yo merodee por sus pensamientos. Y no estoy hablando de masturbación. Así que la princesa Leia somos dos, en plural”. Carrie Fisher murió de manera repentina el pasado 27 de diciembre. Regresaba de Londres de la promoción de su último trabajo, El diario de la princesa, un libro autobiográfico que acaba de poner a la venta Ediciones B a través de Nova y B.cat.
En el diario, Carrie Fisher relata sus experiencias durante el rodaje de la saga Star Wars, donde, entre otras sorpresas, desvela su turbulenta relación con Leia y el tórrido romance que vivió con Harrison Ford. “La primera vez que lo vi, sentado en la cantina del plató, recuerdo que pensé: ‘Ese tío será una estrella'. Parecía un icono, como Humphrey Bogart o Spencer Tracy”.
En sus 268 páginas la hija de Debbie Reynolds y Eddie Fisher describe sin rodeos la tortuosa relación que mantuvo con Ford durante el rodaje del Episodio IV mientras transporta al lector al origen de la saga, a la época en la que aquellos actores desconocidos no eran conscientes de lo que se les venía encima, para ellos era una película de bajo presupuesto que pasaría sin pena ni gloria. Un trabajo más. “Harrison se iba convirtiendo rápidamente en mi prioridad. Demasiado pronto sería el centro de mi mundo descentrado y desfasado, algo sumamente patético”. No olvidemos que por aquel entonces ella tenía 19 años, él 33 y estaba casado.
Harrison Ford nos arrojó, a mí y a mi virtud, en el asiento trasero del coche”
Todo empezó en el cumpleaños de George Lucas. Varios miembros del equipo tenían intención de emborracharla (a ella le sentaba fatal el alcohol) y se la llevaban a un rincón (a saber para qué) cuando apareció Ford y la rescató. “Nos arrojó, a mí y a mi virtud, en el asiento trasero del coche”, revela. Fisher confiesa que era una inexperta en materia de sexo. “Tras la primera noche juntos eché un vistazo a Harrison. Tenía la cara de un héroe. ¿Cómo podrías pedir a un hombre tan brillante que estuviera satisfecho con alguien como yo?”, se pregunta.
Carrison, que es como ella bautizó a su relación, duró tres meses, justo el tiempo necesario para que aquella jovencita cayera en las redes de un tipo parco de palabras que no quería nada serio con ella y con la que tan solo compartía su pasión por la marihuana. “Yo jugaba en serio y él jugaba a divertirse”, matiza en el libro. Se lamenta la actriz de no haberse enamorado de Mark Hammill. “Podría haber sido él. Debería haber sido él, tal vez hubiese significado algo. Quizá no mucho, pero sin duda más”.
El peso de la fama
Según la actriz, ninguno de los tres estaba preparado para la fama que se les venía encima. “He pasado la mayor parte de mi vida -desde los 19 hasta los 40- siendo tanto yo misma como la princesa Leia. Contestando preguntas sobre ella, defendiéndola, hartándome de que me confundan con ella, eclipsada por ella, luchando con el resentimiento que despierta en mí, apropiándome de ella, encontrándome a mí misma, acompañándola, amándola... y deseando que por fin se largue y me deje ser yo misma. Pero entonces me pregunto quién sería yo sin Leia y descubro cuánto me enorgullezco de ella”.
Vivió en continuo conflicto con el único personaje que la hizo brillar como una estrella (con perdón de su inolvidable interpretación de Mary en Cuando Harry encontró a Sally). Carrie Fisher interpretó a una princesa rebelde, que nunca necesitó que la rescataran, una princesa capaz de enfrentarse a todo un imperio para luchar por sus ideales. Su personaje fue una de las piezas centrales en las siguientes películas, El Imperio contraataca (1980) y El retorno del jedi (1983). Acaban de anunciar su presencia en el episodio IX, para el que utilizarán imágenes ya rodadas, nada de tratamientos digitalizados.
¡Llovía en Lós Ángeles y yo era la princesa Leia! Lo sería eternamente"
En su diario, Fisher echa la vista atrás y repasa cómo era su pequeño mundo antes de ser Leia. Cuando sólo era la hija de dos grandes de Hollywood, su mayor problema era ser popular en el instituto y no tenía la intención de dedicarse al mundo del espectáculo. Tras su pequeño papel en Shampoo con Warren Beatty se dejó llevar, recaló en el casting de Carrie y más tarde en el de Star Wars. Confiesa que George Lucas le pareció un tipo bajito, parco en palabras. “¡Llovía en Lós Ángeles y yo era la princesa Leia!. Nunca antes había sido la princesa Leia, y ahora lo sería eternamente. Nunca dejaría de serlo”, explica.
La contrataron con una condición, que perdiera cuatro kilos, los mismos que nunca se fueron. Odiaba los rodetes de su peinado porque le hacían la cara más redonda de lo que la tenía. Paradojicamente ese look es el que la ha inmortalizado. “Creo que tal vez quienes idearon ese peinado de rodetes lo hicieron con la intención de que funcionasen como sujetalibros y mantuviesen mi cara allí donde estaba: entre mis orejas y sin aumentar de tamaño”.
Su momento favorito de la saga es la escena en la que acaba con Jabba el Hutt. “Os recomiendo fervorosamente que la reproduzcáis: encontrad en vuestra mente el equivalente de matar a una gigantesca babosa espacial y celebradlo”. Leia nunca fue la típica princesa de cuento, ella se valía por sí misma y en algún instante de la historia tenía que quedar patente. Otra cosa es el minúsculo biquini metálico que le obligaron a llevar en esa secuencia. Ella no entendía por qué tenía que lucir aquella figura delante del monstruo que la había convertido en prisionera. A pesar de sus lamentos, aquella imagen colaboró a la sexualización de su personaje.
Carrie Fisher abre su corazón en El diario de la princesa, inintencionadamente se ha convertido en su testamento, se trata de un libro escrito a tumba abierta, en el que muestra toda su fragilidad emocional, su sarcasmo, los conflictos con su físico, su bipolaridad y sus adicciones. Todo sin pudor.
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