El alcalde de Zalamea es un espejo donde se reflejan varios temas. No es solo el honor, no es solo la justicia, es también la maldad, es también la pleitesía, el abuso de poder, la venganza, la conciencia moral, la diferencia de clases, la diferencia entre lo militar y lo civil, la familia.

Estos temas traspasan las fronteras del tiempo y llegan a nuestros días, casi de manera incólume, si no fuera por el tratamiento que se le da a la hija violada, que se la recluye a un convento para olvidar esa vergüenza no provocada por ella. Por lo demás, ciertamente es que el honor está, en términos absolutos, más denostado, pero no si hablamos del orgullo emocional, de los sentimientos, del alma, y no de las simples apariencias. 

En El alcalde de Zalamea nos encontramos con dos grandes personajes que se enfrentan y tienen a gala ese orgullo, esa forma de entender la vida con dignidad y buenas maneras, con elegancia y, en parte, cierta altivez no exenta de prepotencia. Para ello deben encarar esos personajes también dos grandes intérpretes, como es este caso, que son Arturo Querejeta y Daniel Albaladejo. En un regalo de decir el texto con la sonoridad necesaria y la cotidianidad exigida, los dos actores se miden en unos diálogos que son una delicia escucharlos. Ahí Calderón de la Barca también se creció a la altura de sus personajes y los dotó de humanidad, inteligencia, sagacidad e ironía.

Montaje exquisito

El montaje, dirigido por José Luis Alonso de Santos, me ha parecido exquisito en cuanto a resolución de la escenografía y en la elección del elenco principal, incluyendo al capitán, Javier Lara, y a Rebolledo, Jorge Basanta. Escuchábamos el texto como si fuera la primera vez, sentíamos la cercanía de los ejecutantes, nada de ampulosidad, el efecto barroco quedaba diluido y nos transmitían la sensación de que los hechos estaban ocurriendo ahora.

“¿De dónde tanta maldad, de dónde tanta injusticia?” La sonora declamación, tantas veces oída, “con mi hacienda; / pero con mi fama no. / Al Rey la hacienda y la vida / se ha de dar; pero el honor / es patrimonio del alma, / y el alma sólo es de Dios”, resulta en voz de Arturo Querejeta nada ampulosa, precisa, contenida, casi como pidiendo perdón a su interlocutor, que es hombre noble y militar, pero que tiene que callar ante este argumento.

Y ya, a partir de ahí, vamos viendo esas diferencias entre lo que supone ser militar y obedecer a ojos ciegos, aunque las órdenes no gusten, en el arraigo de la familia, la protección de los cachorros y el cuidado en su educación. La diferencia de clases, en aquella época, villanos y nobles, ahora trabajadores y empresarios. La conciencia de la moral, tengo el poder, y puedo usarlo en mi conveniencia esperando que nadie se dé cuenta o me ajusto a las leyes, me muestro honrado, cabal, ecuánime aunque perjudique a alguien cercano. El abuso de poder, la fuerza, el instinto sexual, el trato hacia la mujer como objeto de deseo, la satisfacción primaria de quien cree, entonces y todavía, en la superioridad de género. La maldad, y los encubridores, los que no cometiendo delito lo justifican. Y la justicia. ¿Es igual para todos? ¿Es amarga para unos y tendenciosa para otros?  ¿Llega a tiempo? “¿Dónde está la justicia? ¿Qué es la justicia? ¿Existe la justicia?”, escribía León Felipe en El payaso de las bofetadas. 

En todos estos temas está la incertidumbre de nuestra sociedad y con los que hay que seguir bregando cada día. Pues bien, llega El alcalde de Zalamea, llega Calderón, llega Alonso de Santos y nos lo sirven con la calidad necesaria para que las distancias de siglos se acorten.

Y, además, porque es uno de nuestros mejores clásicos, que nadie debe perderse, y debería estar siempre en escena, vayan a verla. 

Cartel de El alcalde de Zalamea

EL ALCALDE DE ZALAMEA

Texto de Pedro Calderón de la Barca en versión de José Luis Alonso de Santos

Reparto: Arturo Querejeta, Daniel Albaladejo, Javier Lara, Adriana Ubani, Jorge Basanta, Isabel Rodes, Andrés Picazo, Fran Cantos, Pablo Gallego Boutou, Jorge Mayor, Carmela Lloret, Jose Fernández, Guillermo Calero, Daniel Saiz y Alberto Conde

Diseño de escenografía: Ricardo S. Cuerda

Música original y espacio sonoro: Alberto Torres & Alberto Vela

Producción ejecutiva y distribución: GG Producción Escénica

Dirección y versión: José Luis Alonso de Santos

En los Teatros del Canal hasta el 13 de octubre