Junio de 2020, vivimos sorteando una pandemia y una crisis económica, la incertidumbre se ha instalado en nuestro horizonte, lo extraordinario se ha convertido en la normalidad y la confusión es la dueña de nuestras vidas. Todo esto nos ha traído un coronavirus que, para remate de nuestra anómala actualidad, ha invocado al demonio.
Satán ha regresado a la opinión pública, se presentó entre nosotros cuando ex ministro del Interior Jorge Fernández Díaz desveló que el Papa Benedicto XVI le había asegurado que el diablo quiere destruir España. A los pocos días uno de los máximos representantes de la Iglesia, el arzobispo de Valencia Antonio Cañizares, recurrió también al maligno: “El demonio existe en plena pandemia, intentando llevar a cabo investigaciones para vacunas y para curaciones. Nos encontramos con la dolorosísima noticia de que una de las vacunas se fabrica a base de células de fetos abortados”, dijo. Por su parte el presidente de la Universidad Católica de Murcia José Luis Mendoza, acusó a los magnates Bill Gates y George Soros de “servidores de Satanás” durante un discurso contra la vacuna del Covid-19 cuya investigación Gates financia con varios proyectos. Este es el gran pandemonium en el que la vacuna se retuerce con los curas y los famosos, cada uno desde su púlpito, y las conspiraciones con los millonarios sirven de explicaciones a todos nuestros males, que hoy son muchos.
El diablo no ha aparecido en temas menores; la unión de España y la vacuna contra el Covid-19. ¿Cómo se puede seguir recurriendo al diablo para explicar nuestro complejo mundo? ¿Por qué nos sorprenden las referencia al demonio? Las respuestas que hemos encontrado en la España contemporánea no son sencillas, tampoco fáciles de obtener. La primera sorpresa es la reticencia de algunos estamentos de la Iglesia católica española en hablar sobre el diablo. La figura sobre la que la fe cristiana ha armado gran parte de su moral no es motivo de comentario. Nos hemos encontrado teólogos que traen al diablo de la mitología babilonia y lo observan como una caricatura en las visiones más conservadoras del cristianismo, hemos hablado con un religioso especializado en heavy satánico, hemos encontrado posiciones más personalistas que ubican a ese diablo en cada uno de nosotros y hemos hablado con satanistas quienes lejos de su imagen cinematográfica son adoradores del éxito y el culto al individualismo.
Toparse con el demonio
La reticencia de la Iglesia a hablar del demonio no es nueva, según Luis Santamaría, teólogo y profesor de exorcismo en Roma. “Es un tema que no gusta tratar, después del Concilio Vaticano II, hay sectores de la Iglesia que no quieren hablar de un tema que puede hacer parecer a la institución y a los creyentes parece que sostienen algo supersticioso, algo del pasado”.
Para Santamaría hay dos extremos de la percepción cristiana del demonio: “Hay una corriente de la Iglesia que hace una lectura alegórica y simbólica del demonio que habría que contextualizar en esa cultura del medio Oriente donde surge el judaísmo y posteriormente el cristianismo y en el otro extremo estaría la postura de los que ven al demonio en todos lados y prácticamente lo ponen como un semidiós del mal frente al dios del bien”. Esta división ha conducido a muchos analistas a marcar que una es una visión más progresista dentro de la Iglesia y la otra es la conservadora. Como muestra de que eso es una simplificación Santamaría recuerda que el Papa Francisco es uno de los pontífices que más ha recurrido al diablo en sus apariciones públicas y es considerado como el Papa menos conservador de la últimas décadas.
“Oficialmente la Iglesia católica reconoce la existencia del demonio como un ser personal y su acción fundamental es la tentación, hartar al ser humano del plan de Dios, apartarle del bien y del amor. Esa es la influencia del demonio. El humano es tentado por el demonio que le ofrece otra vía de felicidad”, explica el teólogo. Según Santamaría “es un peligro el uso del diablo como centro del discurso del cristianismo. No es el centro, el demonio tiene un papel en la historia de la salvación tal como lo ve la fe cristiana, pero lo principal es Dios y el amor de Dios”.
José María Castillo, teólogo catedrático y Doctor Honoris Causa por la Universidad de Granada es más contundente con la figura del demonio: “No existe, es un invento de la mitología antigua. No hay una argumentación en virtud de la cual se pueda afirmar que existe, históricamente la aparición de este personaje en la historia humana proviene de la antigua Babilonia, lo tomaron los judíos de su exilio allí y de ellos ha pasado a toda la cultura occidental. El demonio no juega ningún papel, es una construcción imaginativa que no tiene función y papel alguno, básicamente, porque no existe. No es dogma de fe de la Iglesia, porque se sabe históricamente de donde está tomado, de una religión pagana, que diríamos nosotros".
La gente no se toma en serio a los que usan al demonio porque la religión va perdiendo fuerza y vigencia
José Manuel Vidal, director de Religión Digital considera que con el diablo se ha exagerado mucho su figura hasta hace relativamente poco. “El clero ha quedado avergonzado de eso. Antes se quería llevar a la gente a Dios por las buenas o por las malas, y eso se hacía con la amenaza del infierno y del diablo. Durante mucho se vivió como si el diablo fuese el dios malo, se han hecho muchas caricaturas del diablo y desde el Concilio Vaticano II los curas se sienten muy mal cada vez que hablan del diablo. Esa imagen distorsionada del diablo ha calado mucho”.
Vidal cree que los casos recientes en los que se habla del diablo hacen flaco favor a los cristianos. “Están hablando del diablo al estilo de la Edad Media, para dar miedo y asustar a la gente, normalmente se sigue haciendo la Iglesia más rigorista, más tradicional que siguen pensando que el diablo es un icono que puede servir para llevar a la gente a hacer el bien por el temor, es como obligar a al gente a amar. Eso no es sano”.
“Hay predicadores y clérigos que intentan fustigar al auditorio para que cambie de conducta y se les someta. La gente no se toma en serio a los que usan al demonio porque la religión va perdiendo fuerza y vigencia, como el demonio es un personaje del ámbito religioso, pues el demonio pierde fuerza, pero sí es un personaje que se presta a la literatura y al cine, pero como realidad práctica ninguna”, concluye el teólogo José María del Castillo.
El diablo como icono
Donde el diablo es más fuerte es en la cultura contemporánea, alimentada por años de tradición cristiana el diablo se ha hecho fuerte en el imaginario colectivo. “Ha habido un revival en la cultura, porque esto interesa al ser humano y cuando la Iglesia en aras de su modernización ha dejado de hablar de ciertos temas esto resurge de otra manera en la cultura contemporánea”, explica Santamaría. En este sentido el teólogo asegura que la representación del demonio ha evolucionado hacia una visión esotérica y se ha abandonado su imagen cristiana, y pone como ejemplo El exorcista, “como película sigue fielmente la idea católica del demonio a diferencia de las películas actuales que se adentran en el género fantástico y mágico”.
Espido Freire es una de las autoras contemporáneas que ha recurrido al diablo para una de sus novelas. “Hace veinte años una de mis novelas, Diabulus in musica, abordaba el tema de una vieja teoría musical, la de que un intervalo de cuarta aumentada era el resquicio por el que se colaba el diablo”. La escritora considera que “es más o menos así como se percibe, como una ráfaga de maldad o de mala suerte que llega a nuestra vida si no estamos vigilantes, más que como una figura concreta. Incluso cuando a un dirigente, político o asesino se le atribuye el nombre de "diablo" no deja de ser "un diablo", y no "el". Es curioso que haya prevalecido con más fuerza la figura del mal abstracto que la de una figura personalizada, mientras personalizamos casi todo lo que no comprendemos”.
Es es este punto cuando la escritora traslada la misma idea que algunos teólogos sobre la figura agotada del diablo. “Quizás se deba a que precisamente no comprendemos la naturaleza del mal, y las imágenes infantiles o caricaturescas ya no cubren de la misma manera la necesidad de descifrar aquello que sentimos”.
Vicente Esplugues, vicario de la parroquia Nuestra Señora de las Américas en Madrid, destaca que “la figura del demonio es la personalización externa de algo que es el uso de la libertad. Qué más da si al mal lo ponemos en un personaje al que llamamos demonio, o si lo ponemos en un humano y los llamamos soberbia, avaricia o egoísmo. El diablo de cuernos y pezuñas y rabo tiene que ver con los dioses babilónicos tal y como lo pintaban. Yo no creo en el diablo como el demonio pintado de rojo como las portadas de Iron Maiden, eso es cultural. Pero, qué hay mal y personas habitadas por el mal lo creo firmemente. Y que Jesús expulsaba el mal de la gente, que eso se llama exorcismo también lo creo”.
El mal no es algo externo, no es del demonio, el problema lo tienes tú en tu corazón es humano
El vicario cree que es muy maniqueo ciertos usos del diablo, “es como La Guerra de las Galaxias, el lado oscuro y la fuerza, pero es más complicado, hay una canción de Barón Rojo que se llama Hijos de Caín que dice: quizá algún día descubra lo oscuro que hay en mí. Quizá los hombres somos a un tiempo Abel y Caín, me parece más antropológico y más verdadero reconocer que nosotros mismos en cada uno de nosotros se mueven las fuerzas creativas y las destructivas, el amor y el egoísmo. El mal no es algo externo, no es del demonio, el problema lo tienes tú en tu corazón es humano. Si el humano se deja habitar por el amor saldrá algo santo, si se deja habitar por el egoísmo saldrá la mierda de relaciones tóxicas que tenemos”, asegura.
Satanistas, adoradores del yo
Los adoradores del diablo que han servido a la Iglesia como una etiqueta bajo la que ha podido meter a enemigos de distinto tipo se pueden encontrar hoy como una asociación legalmente constituida con más de un centenar de miembros que aspira, algún día, a ser religión reconocida legalmente. Miguel Pastor de Satanistas España empieza por desmitificar un cosa importante. “Nosotros no adoramos a Satán, la mayoría no creemos en él, lo vemos como un símbolo de libertad y rebeldía de espíritu crítico y un símbolo de placer y nos sirve como una figura inspiradora para convertirnos en nuestros propios dioses. Nosotros, a lo mejor no somos pacifistas, pero no concebimos el hacer daño a personas inocentes. Esto de sacrificios de cabras no se sostiene de ninguna manera, son estereotipos extendidos por la Iglesia y las películas”, asegura. "Yo soy satanista porque me cuando empecé a investigar sobre ello me di cuenta que lo era. No hubo una conversión. Creo que lleva a un estilo de vida en la que el individuo es muy activo para conseguir sus objetivos personales. Es una religión muy materialista, no creemos en la salvación no hay más que el aquí y el ahora", explica el satanista.
Luis Santamaría, que además de teólogo es experto en sectas destaca lo alejado que estos grupos están de ser considerados sectas, pese a que se suele hablar de sectas satánicas. “El satanismo es muy diverso, están desde los satanistas que creen en el demonio como entendemos los cristianos y le realizan ritos como un dios, y luego están los que consideran al demonio como un símbolo filosófico de rebeldía de lo establecido y de adoración del propio yo”, mantiene Santamaría.
Por su parte Vicente Esplugues también ha estudiado el satanismo a propósito del heavy metal, del que es un experto. “Las manifestaciones del black metal en Noruega y Suecia son muy interesantes porque reivindican todo lo que es las culturas vikingas, esto es la religión panteísta y naturalista que había en esos países antes de la llegada del cristianismo, ellos ven en esa figura demoníaca esa recuperación de las raíces ancestrales de su cultura. Ensalzar lo anticristiano es reivindicar lo que había antes”.
José María Castillo, por su parte, con la misma contundencia que elimina de la existencia al diablo elimina la importancia de los santanistas: “Eso es una moda como otra cualquiera, no tiene más valor”.
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