El centro de Madrid, como ocurre con muchas ciudades, dejó de ser hace tiempo de los madrileños. Las calles con más historia de la capital se convirtieron en las últimas décadas en pasto del turismo, hostales, tiendas con camisetas de fútbol e imanes de toros y bailaoras, bares con sangría y restaurantes con "la mejor paella".
Pero la pandemia del coronavirus cerró las fronteras y dejó prácticamente desiertas la Plaza Mayor y la Puerta del Sol y echó la verja en la mayoría de los comercios. Y aunque ya se acabó el Estado de Alarma y empiezan a aterrizar aviones en Barajas, nada es como antes en el centro de Madrid.
Muchos locales siguen sin abrir, las tiendas de souvenirs han cambiado los imanes por las mascarillas como principal reclamo y uno puede pasear con calma y tranquilidad, sin nadie que le estorbe. "El virus no nos ha matado, pero la crisis que viene sí lo va hacer", señala el dueño de uno de los cuatro quioscos de la Puerta del Sol.
Verja tras verja en la Carrera de San Jerónimo
Empezamos el paseo en la Carrera de San Jerónimo a la altura del Congreso de los diputados. A la izquierda dejamos Casa Mira, una tienda mítica de turrones de la que cuelga un cartel en el que avisan a sus clientes de que no hay fecha para la reapertura. Siguiendo en dirección Puerta del Sol, llegamos a la Plaza de Canalejas, donde el bullicio habitual ha dado paso a una inusual calma. "Está todo súper tranquilo, y así todos los días", dice un hombre que limpia los cristales de la Camisería Canalejas, uno de los pocos locales abiertos.
Y es que más abajo se cuentan a puñados los negocios cerrados. Solo Lhardy, el Museo del Jamón y el Dunkin Donuts esperan clientes. El resto es una continuación de verjas y graffitis. Y el aspecto de la Calle de la Victoria, a mano izquierda, es todavía peor. En 110 metros de calle hay 20 locales y apenas hay cuatro abiertos: una farmacia, un estanco, una tienda de alimentación y un restaurante.
"Durante el confinamiento esto daba miedo"
El paseo matutino continúa atravesando el Pasaje de Mathéu hasta la calle Espoz y Mina. El Pasaje, todo peatonal, está normalmente lleno de extranjeros bebiendo y comiendo. Todavía cuelga un enorme cartel en el que se lee: "Disfruta de la mejor paella en Taberna La Carmela. Ven a probar nuestras exquisitas tapas". Pero no hay nadie para probar nada. La calle está desierta.
"Durante los dos meses de confinamiento esto daba miedo", cuenta Isaac González, portero en el número 8 de Espoz y Mina, justo a la altura del Pasaje de Mathéu. "Ahora por lo menos hay algo más de vida, pero esto va a ser muy duro porque todos aquí viven del turismo. No hay movimiento, no hay nada", añade. La finca en la que trabaja está llena de pisos turísticos y hostales, aunque todavía queda algún vecino de toda la vida.
"El ambiente está muerto y le falta la alegría. Antes, éste era el barrio de los madrileños y venías a tomar vinitos, un bocadillito, cosas típicas de Madrid. Pero empezó el turismo y se llenó de bares para ingleses, la paella, la sangría y demás", añade Isaac. "Ahora sería un buen momento para que los madrileños redescubrieran el centro, pero como todos los bares están cerrados no te puedes tomar ni una caña".
Enfrente de su portal está la tienda de alimentación Solmina. "Es la única tienda que no ha cerrado en todo este tiempo", dice orgulloso Javier, un empleado. "Es cierto que a nosotros nos viene bien el turismo, pero por suerte nuestra clientela es diferente", cuenta. "Sobre todo atendemos a dependientes de la zona y a la gente que vive en este barrio, que todavía hay alguna".
A unos pocos pasos, en la Calle Cádiz, entramos al local de Rocky, un paquistaní que vende desde móviles usados a cámaras de fotos de usar y tirar, pasando por imanes typical spanish y ahora también mascarillas. Rocky vende de todo en su tienda. Pero ya no vende nada. "Esto está fatal, muy mal, no sale nada. No es que vendamos poco, es que no vendemos nada, cero. En la zona está todo igual, está muerto", señala mientras se sube a una escalera para colgar un cartel con una oferta para imanes. Ni por esas: "No vendo ni un imán".
Ni Flamenco ni bocatas de calamares
Enfilar la calle Postas hacia la Plaza Mayor suele ser un desafío. Es difícil no chocarse con alguien, al igual que no sentirse atraído por algunos escaparates de tiendas centenarias. Eso era antes. En nuestro recorrido apenas nos cruzamos con una decena de personas. No hay nadie de la sala Cardamomo repartiendo panfletos de las actuaciones de flamenco de la semana. Tampoco huele a calamares: la cervecería Sol Mayor y el Bar Postas, dos míticos de los bocadillos, están con el candado.
El que sí ha abierto es Rodrigo. Este brasileño es un valiente: tiene una tienda de cambio de monedas y lleva un par de semanas esperando y esperando. "Hoy no ha venido nadie y ayer, tampoco", señala resignado tras la ventanilla. "Esperemos que este fin de semana se anime esto un poco con la apertura de las fronteras, pero lo que más me preocupa es que haya otro rebrote".
En la Plaza Mayor, hay apenas unas cuantas mesas ocupadas. Algunas terrazas, incluso, todavía no han abierto. De regreso hacia la Puerta del Sol, en la calle de los Coloreros únicamente ha subido la persiana el clásico San Ginés y sus churros con chocolate. Del resto, ni rastro. En todo el paseo sólo encontramos un negocio que parece ir como antes del Estado de Alarma. Está en la Puerta de Sol y es la tienda de Apple. En la puerta, una decena de personas hacen cola.
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