La gestión de la epidemia ha sido un caos muy bien pensado. Quiero decir que el virus tenía que terminar inevitablemente en el caos que ya estamos viviendo, pero esta vez con el Gobierno muy tranquilo y apartado, pendiente del rastro de moneda sulfatada del franquismo, de la gran mesa de comedor de los jueces, de la corrupción de guateque de Aznar o de hacerle o no la moción de censura a Ayuso como perdonar o no a Baby Jane. Sánchez está tan tranquilo que los presupuestos de la posguerra los van a decidir los enemigos del Estado. Son ellos los únicos que pueden asegurarle el poder a la vez que su cartelón de antifascismo con Martini, así que ni Cs ni PP van a tener nada que rascar ahí, salvo que quieran regalarle a Sánchez la reverencia, una reverencia antinatural y grimosa, como ésa en la que entrenan a los caballos.
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