Que Darren Star estuviera presente en la lista de nombres que darían vida a Emily en París auguraba a las seguidoras acérrimas de Sexo en Nueva York una esperanza de ocupar el vacío que la serie dejó en 2004. Las expectativas llegaban a la cumbre del Monte Everest. El productor y guionista americano traía un formato en el que moda, amor y ciudades con encanto se fusionaban de nuevo.
Junto con él, la estilista Patricia Field: diseñadora de Sarah Jessica Parker y sus amigas neoyorquinas y del vestuario de la película El diablo viste de Prada -por la que recibió una nominación al Óscar-.
Patricia y Darren. Star y Field. La serie parecía tenerlo todo para encandilar, pero la realidad fue bien distinta.
Emily -Lily Collins, hija de Phil Collins y protagonista de filmes como Blancanieves, Love, Rosie o Cazadores de sombras- es una americana que vive en Chicago y que tiene la oportunidad laboral de irse a París durante un año. Ella es optimista, alegre y nada la frena. En la capital encuentra amor, escasos obstáculos y amigas en bancos de parques públicos.
A través de la lente de su móvil se aprecian los lugares más románticos de la ciudad de la luz y, por medio de Instagram, relata una estereotipada vida como parisina de adopción.
Emily en París es un producto altamente exitoso de Netflix: sin ir más lejos, la serie es tan fácil de digerir que sus 10 episodios de media hora se pueden visionar de una sola sentada. Sin embargo, el guion carece de complejidad, realidad y está cargado de obviedades sobre la ciudad, los franceses y la vie en rose.
Para empezar, Emily llega a París sin nociones del idioma, algo que sus compañeros no tardan en denunciar, pero que ella considera positivo, pues su objetivo es proyectar la perspectiva americana en Savoir, la empresa de marketing para la que trabaja.
La falta de conocimiento de la lengua no parece suponer un impedimento para ella, pues siempre hay alguien amable por la calle dispuesto a sacarla de los escasos apuros a los que se enfrenta durante los 10 capítulos. Emily considera su ignorancia como algo de lo que estar orgullosa.
Según indica The Hollywood Reporter, los críticos franceses la han considerado "vergonzosa" por proyectar un París de cuento de hadas y una historia en la que la perspectiva americana de los parisinos cae en demasiados clichés: los franceses son maleducados, llegan tarde a la oficina, trabajan poco, son sexistas, su comida es el tabaco y no son leales en sus relaciones de pareja. Cosas que la propia Emily compara con su cultura anglosajona.
Emily en París es un frasco que reúne los ingredientes más simplones de la ciudad francesa: el Moulin Rouge, Ratatouille, aunque esta vez es su vecino el que cocina y no una rata callejera, baguettes, croissants, boinas, flores y Disneyland. Así como los lugares más emblemáticos: el Puente de las Artes y el de Alexandre III, el Museo d’Orsay, la Maison Rose en Montmartre, el hotel Plaza Athénée o la Ópera de Paris.
Quizá el fracaso resida en la idea de que no refleja la realidad de la situación de un inmigrante recién llegado a un país nuevo. Emily no tiene ningún problema grave desde que pone pie en Savoir: todas sus ideas cuajan en la empresa, las personas que conoce de manera aleatoria por la calle terminan siendo sus mejores amigas y su Instagram se convierte en una revelación de la noche a la mañana. Todas las marcas quieren colaborar con ella, su visión de la vida es fresca y novedosa, y cae bien a todo el mundo.
Para más inri, el drama más llamativo de Emily fue cuando su ducha se rompió y tuvo que recurrir a su vecino buenorro para que llamase a un fontanero.
Lo que algunos han calificado como serie 'escapista' o 'encantadora' es, en realidad, un producto que ha apostado por lo fácil y por representar un epítoma de la evidencia. La serie rara vez sorprende, pero tampoco importa.
Aunque es innegable que su objetivo principal lo cumple, es un producto vago que no termina de mostrar a una mujer contemporánea en sus carnes y con los problemas de la actualidad coyuntural. Es un cliché, clicheado, que demuestra la predilección de Netflix por cantidad en vez de calidad.
En definitiva, Emily en París en un guilty pleasure, un placer culpable. Sabemos que no nos gusta, pero terminamos viéndola hasta el final. No es de extrañar que las seguidoras de Sexo en Nueva York hayan sentido que el nuevo proyecto de Star no cumple las expectativas. Mas allá de las blazer de Chanel y los zapatos de suela roja de Louboutin, la nueva apuesta de la plataforma de streaming se ha quedado a medio gas.
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