Manolo Caro sorprendió al mundo con La casa de las flores, una adaptación millennial del mundo telenovelesco donde lo latino y lo maniático se abrazaban en tres temporadas que brindaron frescura a la parrilla de la siempre saturada Netflix.
Cuando el mexicano anunció un plantel de alto nivel para su nueva apuesta, el thriller Alguien tiene que morir -Carmen Maura, Ernesto Alterio, Cecilia Suárez, Carlos Cuevas, Ester Expósito, Eduardo Casanova o Alejandro Speitzer-, aquellos que disfrutaron con su loca casa de olores y colores esperaban ansiosos el resultado de esta nueva aventura.
La miniserie de tres episodios se introduce en la España de los años cincuenta, una sociedad conservadora y atada en sus principios de familia y tradición en la que una voz discordante se convierte en el hilo principal de la trama.
Gabino Falcón -Alejandro Speitzer- vuelve a España y descubre que todos esperan que se case con Cayetana -Ester Expósito-. En su entorno se empiezan a cuestionar su amistad con Lázaro -Isaac Hernández - un bailarín mexicano que ha traído en el viaje y cuya presencia desencadenará todo tipo de consecuencias en la mansión y entorno de los Falcón.
Gabino guarda un secreto que no casará bien con los estandartes sociales de su familia. Tras haber pasado varios años en México lejos de su padre -Ernesto Alterio-, madre -Cecilia Suárez- y abuela -Carmen Maura-, se dará cuenta de que el retorno a un país sumergido en el franquismo terminará por cambiar su vida.
Aunque bien ambientada, la historia presentada por Caro carece de una narración contundente, con peso, y de personajes construidos. Los matices en los protagonistas son inexistentes: hay malos, muy malos, y buenos, muy buenos. Blanco y negro, ¿pero y el gris?
Al contrario que En la casa de las flores, donde todos los presentes conforman un abanico de personalidades y colores que abruman la pantalla, en Alguien tiene que morir apenas conocemos las virtudes y desgracias de los allí presentes.
Gabino representa la rebeldía en contra de lo establecido, en una España en la que casarse y encontrar trabajo era la premisa clásica de toda familia de bien. Al enfrentarse a sus parientes, se dará cuenta de hasta qué punto los principios pueden llevar a alguien a la locura más absoluta.
Los aires de Agatha Christie se introducen en la pantalla, aunque el misterio es el gran ausente. Sabemos, por el título, que alguien ha de morir, pero los giros de guion dejan poco margen a la imaginación.
Más allá de retratar la sociedad madrileña en la etapa más conservadora de España, Manolo Caro también toca -aunque con pinzas-, temas como la infidelidad, la homosexualidad y la aceptación de uno mismo en una época en la que destacar podía conllevar a la muerte.
Ya sea porque se desarrolla de manera rápida en tres episodios que saben a poco, o porque carece de sentido en algunas fases de la historia, Alguien tiene que morir no termina por cumplir las expectativas tan altas que se le habían otorgado.
Aunque la idea tras la serie era mostrar cómo el pasado ha podido evolucionar y afectar las premisas del presente, la nueva miniserie de Netflix se queda corta en su explicación y notoriedad.
La nueva aventura de Manolo Caro termina siendo como un Gucci falso, por fuera puede llegar a dar el pego, pero en su interior nadie ha encontrado el certificado de autenticidad.
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