Por supuesto, en la purga no iba a caer Iglesias, el gurú con cátedra cojonciana, falsa rueca obrera y dacha de burócrata con piscina de riñón. Ni su zarina de la prensa rosa, de los posados color canela, del Vanity Fair y del ministerio gineceo lleno de peinadoras y pelotas. Tenía que caer Teresa Rodríguez, que seguía siendo como la india que iba en las largas marchas a la base de Rota, donde todos parecíamos indios (yo iba para hacer el reportaje pero se me terminaban quedando, igual, el moreno de barro rojo, las briznas en el pelo y la camiseta como una casaca polvorienta arrebatada a un yanqui).
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