Decía el magnate de los negocios Warren Buffet que se tarda 20 años en construir una buena reputación y solo 5 minutos en arruinarla. Es una buena frase si la aplicamos a la actual imagen que proyecta el rey emérito Juan Carlos I, quien consiguió mantener durante 37 años un gran prestigio asociado a esa cohesión campechana al servicio de España. Hoy, por el contrario, su reputación se ha desplomado a golpe de elefantes muertos, escándalos amorosos, presuntas corrupciones y una humillante y silenciosa huida del país.
Juan Carlos I abdicó en favor de su hijo en 2014, dando por concluido el reinado del décimo Borbón en la Historia de España. El primero llegó hace ahora 320 años, en concreto el 16 de noviembre de 1700, cuando Felipe V era proclamado rey en Versalles. Precisamente el siguiente Felipe, el VI, cierra hasta la fecha esa lista de once figuras borbónicas que dejan un legado dinástico marcado por personalidades complicadas y acompañadas habitualmente de escándalos y excentricidades.
Felipe V, el rey bipolar que no sabía español
La dinastía de los Habsburgo en España terminó con la muerte de Carlos II, del que se dice que sus últimas palabras fueron “me duele todo”. Tras los dolores y la muerte de Carlos, en noviembre de 1700, se abría una desconocida era para una nueva dinastía, la de los Borbones, que llegaba de la mano de Felipe de Anjou, nieto del rey francés Luis XIV. Que quien tomara la responsabilidad fuera un joven con una timidez patológica que no sabía ni una palabra de español, ni tenía la más mínima gana de hacerse a las costumbres del país, no era el mejor de los augurios.
Felipe V, según cuenta el historiador César Cervera en Los Borbones y sus locuras (Esfera de los Libros), era un personaje extraño, taciturno, lleno de miedos e incómodo en un país que no podía soportar. Sus problemas mentales no tardaron en manifestarse a través de desórdenes bipolares que le hacían pasar de la alegría al llanto en segundos. Pese a ello, sí tenía dos facetas que le gustaban especialmente: el sexo y la guerra.
El momento más peligroso de su reinado fue la Guerra de Sucesión, un conflicto entre la dinastía borbónica de Felipe y la de los Austrias, encarnada en la figura del archiduque Carlos. Felipe V salió vencedor y castigó el apoyo catalán a Carlos retirando los privilegios a Cataluña, Aragón y Valencia. No se trató, en ningún caso, de una guerra entre España y Cataluña, pero el enfrentamiento sí supuso la pérdida de Menorca y Gibraltar en favor de los ingleses.
Años después, y de forma repentina, Felipe V decidió abdicar cuando se le ocurrió -en alguno de sus episodios de locura- que era buen momento para “pensar en la muerte y solicitar mi salvación”. Fue el turno de su hijo Luis I, amante de la caza, la pesca y el baile. Se casó con Luisa Isabel, una curiosa reina que acostumbraba a bailar por los jardines y a realizar recepciones oficiales, completamente desnuda. Luisa también solía responder preguntas directas con eructos sonoros y entregarse a los placeres sexuales con varias de sus criadas. Un imán, según Cervera, para los siete pecados capitales.
Este reinado de locos fue el más corto de la historia tras la inesperada muerte de Luis. Siete meses después de su retiro regresaba Felipe V, con el que no se puede decir que volviera la cordura, ya que su comportamiento se complicó cada vez más. Llegó incluso a agredir habitualmente a su mujer y a mantenerse en silencio durante semanas, mientras seguía “aborreciendo” al pueblo español. Obviando esa extraña relación de odio de un rey hacia todo lo que representa su pueblo, algo tendría cuando se mantuvo en el trono hasta 1746, en lo que es todavía hoy el reinado más largo de los Borbones. Muchos historiadores coinciden en señalar que la clave para ello es que sí tuvo etapas de gran eficiencia como gobernante.
Traiciones, escándalos y exilios hasta el siguiente Felipe
Desde el primer Borbón, de nombre Felipe, hasta el segundo Felipe, han pasado muchas figuras, y cada cual con sus pequeñas o grandes cosas. Tras Felipe V llegó Fernando VI, del que tampoco se puede decir que su personalidad fuera el paradigma de normalidad, ya que era débil e hipocondríaco, pero tanto él como su esposa, a la que amaba con locura y siempre le fue fiel, fueron muy queridos por el pueblo. A ellos debemos agradecerles que durante su reinado “prendieron en España las ideas ilustradas, floreció el mejor teatro de Europa, se desarrollaron nuevas técnicas agrícolas, se completó la reconstrucción de la Armada, se aseó la economía y se ganó prestigio internacional con un periodo de paz que no surgía de la necesidad, sino de la convicción de que ni Francia ni Inglaterra resultaban socios fiables a largo plazo. Y todo ello en cuestión de una década”, explica Cervera. El capítulo oscuro de su reinado fue la persecución y exterminio que inició contra el pueblo gitano.
Tras Fernando llegó Carlos III, un hombre soso, poco amigo de las fiestas y de la diversión, y que solo tenía una pasión: la caza. Era ahí, mientras disparaba animales en campo abierto, el único momento en el que se sentía plenamente feliz. Carlos III se casó con María Amalia de Sajonia y, según el poeta inglés Thomas Gray, formaban “una de las parejas más feas del mundo”. Será recordado como el mejor alcalde de Madrid por el programa de modernización, que incluyó la limpieza, pavimentación y alumbrado público de las calles, la construcción de fosas sépticas y la creación de paseos y jardines. España recuperó durante su reinado varias plazas en América Central, Florida y Menorca, reconquistada en un rápido golpe de mano. Gibraltar, como era costumbre, se resistió.
Carlos IV sucedió en el trono a Carlos III en 1788. Era un hombre al que le apasionaban los trabajos manuales, especialmente la carpintería y ebanistería. Fue el primer Borbón considerado campechano, con un enorme gusto, de nuevo, por la caza, pasión por la que fue apodado como Carlos IV, El Cazador. Pero el monarca tuvo la mala suerte de coincidir en esa época histórica con la figura de un Napoleón con ansias de poder desmedidas. En 1807 el emperador decidió invadir Portugal por su cuenta, para lo cual obtuvo la autorización de España para dejar pasar por nuestro país a las tropas francesas en su camino hacia Portugal. No había que ser muy listo, quizá aquel rey no lo era, para imaginar que eso era más bien un ‘aprovechando que paso por aquí con las tropas, va a ser que me quedo’.
Tras la abdicación de Carlos IV en Fernando VII, llegó un nuevo rey que no dudó en seguir arrodillado ante Napoleón, ahora hasta límites insospechados. Esta debilidad de Fernando por la traición hacia su pueblo fue aprovechada por el francés, que nombró a su hermano José Bonaparte rey de España. Fue ahí cuando los ciudadanos madrileños se rebelaron a golpe de navaja y aceite hirviendo para, pese a la terrible represión inicial, poner las bases de la futura independencia de Francia. Mientras España se desangraba por su independencia y por su rey, Fernando VII aprovechaba cualquier victoria francesa contra tropas españolas para transmitirle en secreto a Napoleón el “placer que le suponían sus victorias”. Traición en grado máximo.
Con la independencia de Francia, Fernando VII El Deseado regresaba al trono y, de nuevo, volvía un rey que no estaba al nivel de su pueblo. Tanto fue el índice de traición que arremetió, en sus ansias absolutistas, contra los liberales que habían derramado su sangre por él. Hoy es considerado como el peor rey de España por su incapacidad, carácter vengativo, populismo, afición por los prostíbulos antes que por los asuntos de estado, por mentiroso y, por supuesto, por traidor. “Cada historiador que ha revisado su biografía con ánimo de rescatar algo positivo ha salido escaldado ante lo indecente de un hombre que vendió a sus padres, traicionó a sus hermanos y legó a su hija una ristra de guerras entre españoles”, afirma el historiador.
Isabel II es la primera mujer de la dinastía que llegó a reinar. Siempre le persiguió, además de las Guerras Carlistas, una fama desmedida por la comida y por los hombres. Esa reputación, además, se aderezó los últimos años de reinado con una sombra de corrupción y de un supuesto enriquecimiento ilícito por las obras del ferrocarril, que llevó al pueblo de Madrid a hartarse de ella al grito de “abajo la Isabelona, fondona y golfona”. Ya en el exilio francés, abdicó la corona en favor de su hijo Alfonso XII, nacido tras una de sus habituales aventuras extraconyugales con militares.
La inestabilidad política y una corriente antimonárquica dio paso a la I República que, en solo once meses, acabó de corroborar que hasta los Borbones eran capaces de dar más estabilidad al país que una república. Llegó entonces Alfonso XII, quien mostró desde muy joven una gran afición por todo lo relacionado con el ámbito castrense. El duque de Sesto se encargó de perfilar a este rey “liberal, culto, saludable, católico, soldado y bien educado, aunque ya se vería que lo de católico y saludable eran componentes de atrezo”. Además, dominaba varios idiomas. Parecía que lo que estaba por reinar prometía. Era el momento de El Pacificador, pero no pudo ser. El monarca más esperanzador en años murió muy joven, a los 27 años, por tuberculosis.
Otro Alfonso, su hijo Alfonso XIII, fue el continuador del legado de su padre, pero las grandes diferencias sociales del momento, el conflicto territorial y la inestabilidad reinante le llevó a mirar con buenos ojos que en España se instaurara la dictadura de Primo de Rivera. Pese al retorno a la senda democrática, nadie le perdonó ese apoyo y, después de las elecciones de 1931 (que se plantearon casi como un plebiscito monarquía-república), abandonó de forma voluntaria el país para dar paso a la II República.
Felipe VI, ante el reto de estar a la altura de España
El levantamiento militar de 1936 y la posterior dictadura de Franco fueron la antesala del regreso de los Borbones a España. Pero el elegido no fue Don Juan, quien no era del gusto de Franco, sino su hijo Juan Carlos. Con la muerte del dictador, ese salto generacional borbónico se consumó y Juan Carlos I, El Campechano, reinó durante casi 40 años en los que demostró que el pueblo español no pide demasiado a un monarca. Fue muy respetado por la estabilidad que propició durante la Transición y por su intervención televisiva que ponía fin al intento de golpe de Estado de 1981. Sus habilidades sociales fueron muy valoradas y se convirtió en prestigioso embajador de la marca España en el exterior… hasta que todo se derrumbó. Su inviolabilidad mediática terminó y su imagen se vio deteriorada, primero por su pasión por cazar elefantes en Botswana, y, más tarde, por la publicación de innumerables supuestas amantes. Su fachada terminó de caer hace pocos meses al destaparse su enorme fortuna y abrirse una investigación al respecto.
Antes, en 2014, al ver todo lo que llegaba y sabedor de haber puesto en jaque la monarquía, decidió abdicar en su hijo Felipe VI, El Preparado, que ahora tiene ante sí el reto de revertir esa nueva corriente antimonárquica a base de normalidad. Tiene, además, la difícil misión de demostrar también que la dinastía borbónica, pese a todo ese camino recorrido de 320 años desde un Felipe hasta otro Felipe, lleno de traiciones, corrupción, líos de faldas o exilios está, al fin, a la altura de un pueblo que históricamente demostró más lealtad hacia sus reyes que al revés. Su legado despejará la duda de si habrá otro Felipe… o de si Felipe será el último.
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