A Fernando Simón le pueden pedir la dimisión los médicos colegiados en ceremonia circular, como los de Rembrandt o los que operan en quirófanos con mirador igual que si torearan. Le pueden pedir la dimisión las enfermeras que aún no han superado a Benny Hill y no soportan los chistes verdes ni los disfraces sexis (“yo pago mis impuestos / y tú eres mi enfermera de noche”, cantaba La Mode). Le puede pedir la dimisión hasta Ramoncín, que acabó intelectualizando su pollo frito como una magdalena de Proust. Y todo será para nada. No por Simón, que ya ha dicho que “ni quiero ni no quiero”. Es el Gobierno el que no le va a dejar. Simón es su fantasía con bata, su enfermera de Benny Hill, su estríper con pezón frío de estetoscopio y mercurocromo, su despedida de soltero con fusta de acetato. Nosotros pagamos nuestros impuestos y el Gobierno tiene su enfermera de noche.
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