Fin de Año de 1970. Esa España de hace ahora 50 años, que era la misma pero muy diferente, celebraba por todos los rincones del territorio el nacimiento de 1971. Con la dictadura de Franco en su última fase, el país presentaba signos claros de una apertura turística y mejora económica que llegaban después de largos años de travesía por el desierto del hambre y la pobreza, pero aún seguía conservando los pilares de una justicia implacable y represora. Así, el sistema penitenciario seguía basado en gran medida en el castigo más que en la reinserción, aunque justo ese día 31 de diciembre hacía una pequeña excepción y permitía a los presos cambiar de celda y reunirse para beber, cantar y disfrutar por unas horas la llegada del nuevo año.
En el marco de ese ambiente festivo entre rejas, nadie imaginaba que se estaba perpetrando una campanada mucho mayor que las de las uvas. Concretamente tenía lugar en el Penal del Puerto de Santa María, uno de los más férreos del país, donde cinco presos llevaban días ultimando un plan de huida que estaban a punto de ejecutar. Entre esos cinco destacaba un nombre, el de Eleuterio Sánchez, uno de los hombres más famosos del país desde hacía años, que había forjado su leyenda entre robos, problemas con la justicia, atracos, asesinatos y míticas fugas. Apodado como El Lute, se había convertido en un asesino terrible para algunos y en un símbolo de lucha contra lo establecido para otros, aunque defensores y detractores coincidían en el temor que les infundía el hecho de encontrarse con él en alguna de sus fugas por el monte. Eleuterio no dejaba indiferente y, de nuevo, iba a sorprender a todos, empezando por la Policía y la Guardia Civil.
El Lute había observado durante uno de sus rutinarios paseos por el patio del penal que si conseguía llegar a uno de los tejados de un ala del edificio, el camino hacia la libertad era posible. Así, con la ayuda de los otros cuatro compañeros de fuga, durante varios días fueron robando de forma furtiva del taller algunos elementos, como una barra de hierro, un cincel y sábanas, materiales necesarios para realizar un butrón que conectaba directamente con ese punto de fuga en las alturas que les permitiría deslizarse hasta el terreno exterior y huir. Era un plan muy arriesgado, con altísimo riesgo de ser descubiertos y tiroteados por los guardias pero, según afirmó Eleuterio años más tarde, el valor está a veces ligado a las esperanzas de vida entre rejas porque “yo no era más valiente que el resto, pero tenía cadena perpetua y el miedo es inversamente proporcional a la condena que tienes”.
Alrededor de la una de la mañana, cuando el alcohol ya hacía estragos entre los presos, comenzaron a abrir hueco en aquella pared, amparados por los sonidos de las carracas y los cánticos del resto. Pasaron cuatro largas horas hasta que, al fin, la última piedra de ese muro gaditano dejó entrever un patio interior desde el que, a su vez, podían observar la garita de seguridad en la que uno de los centinelas leía un libro, totalmente ajeno al plan que se estaba llevando a cabo.
Alrededor de las cinco de la mañana de ese primer día de 1971 los cinco hombres lograban acceder al tejado, pero quedaba lo más difícil. Después de lanzar una cuerda que quedó enganchada en los muros de enfrente y, sin la certeza de que aguantaría el peso humano, fue Eleuterio el primero en probar. Hasta ese momento la suerte estaba de su lado, pero, al comenzar la maniobra, algo falló. La cuerda no aguantó correctamente el peso, El Lute se desplomó unos metros y en ese proceso varios cristales estallaron, causando un estruendo que no pasó inadvertido para nadie. Varias voces de los guardias alertaron del intento de fuga y rápidamente comenzó un tiroteo hacia la figura de Eleuterio, que trataba de avanzar como podía, colgado de mala manera. Consiguió alcanzar la parte exterior del muro, donde quedó por un momento a salvo de los disparos, y ahí decidió saltar los cinco metros que le separaban del suelo. En la caída se torció un tobillo, pero el dolor en ese momento era inapreciable en comparación con la que se le venía por detrás, por lo que comenzó a correr hacia la noche sin rumbo fijo. Solo se detuvo para mirar un instante hacia atrás y comprobar que él era el único que había podido lograrlo. Los otros cuatro presos, que ni siquiera llegaron a intentarlo, fueron detenidos y torturados.
El Lute había escapado. Era la noticia que recorría, una vez más, el país. Él por su parte volvía a vivir con esa etiqueta tan familiar de hombre más buscado de España que le llevó a dormir en copas de árboles, barriadas o a pasar varios meses en un colector, de huida en huida entre Jerez, Málaga, Granada y Sevilla. Siempre escapando, siempre desconfiado, siempre escondido, siempre buscando cómo conseguir un trozo de pan. Siempre dando gracias al final del día por un día más lejos de la cárcel.
Sus fugas eran, además, mucho más complicadas porque todo el país conocía su rostro y los dispositivos policiales para capturarle eran descomunales. Pese a ello, durante este tiempo, pudo escapar de varias emboscadas, se recuperó de varios disparos que le hirieron de diversa gravedad y estuvo escondiéndose y vagando de un lugar a otro junto a su hermano hasta que al fin llegó el fin el 2 de junio de 1973, momento en el que fue detenido y trasladado a la cárcel de Cartagena. Este nuevo ingreso en prisión significó, contrario a lo que él pensaba, el inicio de su nueva vida. El primer paso para la verdadera libertad.
El Lute, preso de una infancia de miseria
Todo el camino anterior a esa mítica fuga no fue sencillo. Eleuterio Sánchez Rodríguez nace en 1942 en una chabola de una barriada de Salamanca. Hijo de una familia de mercheros, su padre no pudo verle nacer al estar entre rejas. La cárcel, la delincuencia y el hambre formaron parte de su ADN desde que nació. La primera vez que pisó la cárcel fue con 20 años, por robar tres gallinas para poder alimentar a sus hijos. Fue condenado a seis meses de prisión y ahí, en esa sentencia desproporcionada, comenzó su espiral de delincuencia sin vuelta atrás.
En mayo de 1965 esa vorágine dio un paso más y su vida terminó por cambiar del todo en el momento en el que decidió, junto a dos compañeros, cometer un atraco en una joyería. Tras el golpe al establecimiento, y con el botín en la mano, algo pasó, y todo lo que puede salir mal, salió peor. El vigilante de seguridad salió repentinamente de la tienda en su persecución y, en ese momento, recibió un disparo mortal de uno de los tres delincuentes. El Lute, o uno de sus dos acompañantes, mataron a un hombre inocente y dejaron sin vida el alma de sus familiares. El Lute ahí dejó de ser el amable delincuente que escapa de la policía para convertirse, a ojos de la sociedad, en un asesino. La justicia franquista aprovechó para proporcionar el suceso con su vida, y decidió condenarle a muerte. Poco después, eso sí, le conmutaron la pena por la de 30 años de cárcel.
Consciente de que viviría el resto de su vida entre rejas, decidió rebelarse una vez más contra todo y fugarse por primera vez desde un tren en marcha durante un traslado. Después llegaría una nueva detención y la relatada fuga del Penal del Puerto de Santa María en la Nochevieja de 1970. Con todo ello se agigantó el mito de El Lute, el hombre más peligroso y temido de España durante muchos años, un personaje al que las familias españolas nombraban en casa para decir a sus hijos que si se portaban mal iba a venir El Lute, y no el hombre del saco.
La verdadera libertad de Eleuterio Sánchez
Cuando Eleuterio fue detenido por última vez en Sevilla, en junio de 1973, y pese a seguir rondándole por un tiempo la idea de una nueva huida, algo empezó a cambiar en él. El Lute decidió entonces dejar de ser El Lute para convertirse en Eleuterio Sánchez. Aprendió a leer y a escribir, incluso publicó varios libros, incluyendo su célebre Camina o revienta, donde cuenta en primera persona toda su historia. Esta obra fue posteriormente adaptada al cine por Vicente Aranda en El Lute: camina o revienta, con un inolvidable Imanol Arias en el papel de Eleuterio. También aprovechó para estudiar la carrera de Derecho entre rejas y ese buen comportamiento y su evidente cambio a mejor hizo que el presidente del Gobierno Leopoldo Calvo Sotelo le concediera el indulto en junio de 1981. Hoy vive en Huelva, sigue escribiendo y ofrece charlas y ponencias en las que habla del lado oscuro de su vida y de su posterior historia de superación.
Eleuterio es, de alguna manera, el reflejo de parte de nuestra historia, bañada en hambre, rencor, malas decisiones, resentimiento… pero también capaz de lo mejor cuando se lo propone. El caso de El Lute es también un ejemplo de cómo el sistema puede hacer mucho por cambiar a las personas. Cómo la cárcel ha de ser, por encima de todo, un lugar donde la reinserción sea posible, y no un simple edificio donde pasar una condena. Eleuterio, además, puede ser el espejo en el que han de mirarse los gobernantes para entender que el indulto gubernamental ha de estar justificado por razones de peso, basadas principalmente en el arrepentimiento y el cambio de actitud. Y Eleuterio Sánchez es, cómo no, un símbolo de superación personal y del encuentro con la verdadera libertad, esa que nos permite cambiar y decidir nuestro destino.
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