Aquí no asaltan el parlamento los Village People, ni un señor con gorro de búfalo como si fuera Pedro Picapiedra. Aquí no se ha llegado a sentar en el despacho del presidente de una cámara legislativa un paleto con peto de espantapájaros y dentadura de alambique. Aquí los que han rodeado los parlamentos, las instituciones y los funcionarios eran cuadros flamencos, tractoristas románticos con su tractor como un Cadillac, coros de voces blancas, virtuosos de la pandereta, abanderados olímpicos, idealistas de bicicletilla ratonera y pastorcillos de belén o de musical. Y eso, aseguran, no es comparable. La gente no dice que no hay que rodear ni asaltar los parlamentos ni violentar la legalidad, sino que cuando lo hacen ellos no es lo mismo.
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