Uno gobierna o no gobierna, uno gobierna mal o gobierna bien, pero cogobernar es la pereza, es la abdicación, es la cobardía, es la jaquequita del señorito, es el bostezo de su mastín que se le acaba pegando, es la palangana bíblica para aquellas manos de cofradía sevillana que nos enseñaba la propaganda al principio: “Las manos del presidente marcan la determinación del Gobierno”. La cogobernanza era una excusa pero sobre todo es una mentira: cogobernar implicaría que Sánchez hiciera, decidiera, discurriera algo. Él lo que ha hecho es abandonarlo todo y dedicar la determinación de esas manos romanas a la manicura y a que se le arruguen en la bañera de bronce. Ya ni se puede hablar de cogobernanza, desde que los cogobernantes o cogobernados, hartos, desbordados, desconcertados, han reventado el paripé. Y ni siquiera entonces se ha puesto Sánchez a pensar si lo que piden las autonomías es conveniente o urgente, sino que ha recurrido al Supremo para que le aclare el ámbito legal de su propia pereza.
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