Sánchez ya tiene una resucitada, un milagro para ser santo de la pandemia, como un San Pancracio obrero que también viene con jeringa. Ha aparecido de repente una señora que murió por el virus, y a la que ya se le hizo su entierro con todos sus avíos, con su ataúd lleno de lluvia gallega como un cántaro y con sus cruces de hórreo como un homenaje de templarios. La resiliencia es poca cosa cuando ya puedes resucitar. Pronto se podrá dar la vuelta a las estadísticas y hasta a los vaticinios de Simón, ronco, almohadillado y fallón como un pitoniso de la TDT. La verdad es que la señora no ha resucitado, claro. Lo que ocurre es que en las residencias todos los viejitos parecen el mismo viejito, como si llegados a una edad se transformaran en tortugas de terrario y también fueran manejados como tortugas de terrario. Hubo un error y la difunta era otra señora, aunque tampoco creo que eso sea suficiente para evitar que la fama de Sánchez se agrande con otro falso milagro.
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