Es muy probable que si preguntamos a un inversor si considera que su gestor es un artista, salvo que éste le haya proporcionado rentabilidades consistentes y elevadas durante los últimos quince o veinte años, la respuesta sea negativa. En algunos casos desgraciados, incluso lo podrían clasificar de pintor aficionado o peor aún, de los de la cofradía de la brocha gorda.
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