Los independentistas vuelven a llamar a la unidad, como si vinieran de otra cosa, como si no hubieran estado gobernando o desgobernando desde 2017 el caos catalán, las instituciones como palomares llenos de argollas amarillas, las calles con las caras de los presos como sudarios de cristos gitanos, las escalinatas del martirio y la propaganda como escalinatas de Odesa. Parecen felices de estar donde estaban, en el bucle melancólico, en el luto lascivo, en el negocio familiar de vender el paraíso que siempre se retrasa. No va a cambiar nada, ni en Cataluña ni en la Moncloa. Sólo cambia que Sánchez está más cerca de acabar con PP y Cs y de quedarse solo en su colchón de Lorenzo Lamas.
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