Pablo, un joven latino que vuelve de su trabajo en un párking de Fuencarral (Madrid), no encuentra sitio para sentarse en el Metro. Pese a que ya ha entrado en vigor el toque de queda, en la Línea 1 tiene que disputarse el asiento con otros madrileños que han exprimido al máximo el horario legal. No es un caso aislado. Desde finales de enero, los viajes apurando la hora límite han crecido más que los de cualquier otro momento del día.
En los últimos dos meses el toque de queda se ha adelantado y retrasado varias veces. Durante la segunda ola uno tenía hasta las 00.00 horas para estar fuera de casa. Sólo hubo dos excepciones, la Nochebuena y la Nochevieja, donde se podía hasta las 1.30 horas. A mediados de enero, la Comunidad de Madrid lo adelantó primero a las 23 y luego a las 22 horas. Desde el 25 de enero hasta el pasado jueves, los ciudadanos han hecho vida con ese límite.
Las estadísticas del suburbano nos dicen que el madrileño apura. La franja horaria en la que más aumentaron los viajes fue, precisamente, la de entre las 21 y las 22 horas. Unas cifras que se dispararon los viernes y los sábados por el ocio. Un empleado del Metro que resuelve dudas de los pasajeros en Sol recuerda que a las 21 horas comenzaban a llegar como una "estampida". Con el toque de queda a las 22, los viajes en ese último tramo crecieron un 68% de media en toda la red respecto a cuando estaba en vigor el de las 00.00 horas.
Desde el jueves se puede disfrutar una hora más en la calle, hasta las 23 horas. Uno se pregunta si los madrileños se adaptarán rápido al cambio. Dando un paseo el viernes por Ponzano se deduce que sí. En un sólo kilómetro se suceden unos 50 bares en esta calle de Chamberí, que en el último mes se ha convertido en el mejor plan de fin de semana de cientos de jóvenes.
A las 22 horas no queda ni una mesa libre en las terrazas. Es una calle relativamente estrecha, donde los coches sólo pueden circular por un sentido. Aún así, hay espacio para mamparas y estufas, aunque hace una noche agradable. Quien no ha conseguido terraza, está de pie en la acera o dentro de algún bar. Cuesta acostumbrarse a esta escena después de casi un año de pandemia: en Ponzano, salvo los camareros y quien está de paso, nadie lleva mascarilla. Algún despistado, como mucho, la utiliza de collar.
Frente al bar Los Arcos tres catalanes charlan en corrillo con un madrileño al que acaban de conocer. Cuentan que han viajado desde Barcelona para jugar un partido de hockey el domingo y ya, de paso, aprovechan la tarde-noche de la capital. "Madrid tiene fama de ocio, en Barcelona estamos chapados. Este es el mayor ocio que he visto en un año", dice uno de los jóvenes.
Unos metros más adelante, Miguel, un veinteañero que vive por la zona, resume así su plan de los viernes y los sábados: "Aquí tienes que venir a las 15 horas si quieres una terracita. Nosotros hemos llegado a las 18, no había sitio y hemos tenido que ir a un bar de dominicanos a echarnos una birra. El plan es quedarte hasta el final". Maribel, propietaria de Los Arcos, confirma la estrategia: "Siempre hay gente a la que tenemos que echar, lo entienden y están bastante mentalizados, lo que pasa es que apuran".
Se va haciendo tarde. Muchos clientes aprovechan sus últimos minutos en Ponzano de pie frente a los bares. Otros buscan transporte para volver a sus casas. En una estación de Metro de la zona apenas entran jóvenes a las 22:45. "Cuando el toque de queda era a las 22 horas, de 21:30 hasta las 22:30 esto era una avalancha, tanto antes como después", dice una trabajadora del suburbano, que cree que esta noche llegarán sobre las 23.15.
No todas las estaciones tienen la misma vida nocturna. La que más viajeros reunió durante la última hora antes del anterior toque de queda fue Sol, tanto en días laborales como durante los fines de semana. Los intercambiadores ocuparon los siguientes puestos. Y Callao, en plena Gran Vía, se coló en el ránking de los sábados.
Para llegar a Sol desde Chamberí hay que coger la Línea 1. En Iglesia se suben a un tren unas cuarenta personas. A simple vista se distinguen dos tipos de pasajeros: unos ruidosos, que van de pie y en grupo, y otros solitarios, sentados o de pie, que miran el móvil absortos tras salir del trabajo. El vagón se va llenando según pasan las estaciones. No hay ninguno de los 24 asientos libre y los que están de pie guardan poca distancia. Aún así no puede decirse que parezca una lata de sardinas.
Marta, otra usuaria, cree que en las escaleras mecánicas de Sol hay tantas personas como a las 17 horas. "Había gente, pero no me ha sorprendido", matiza. Otros empleados de la estación han visto llegar a la mayoría de pasajeros rozando las 23 horas. Atraviesan los tornos "tranquilitos", sin prisa. Pero se confirma la teoría: el madrileño exprime y sobrepasa el toque de queda, aunque se lo hayan retrasado una hora.
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