La encarnación del fracaso, la imagen pura de la frustración. Eso es lo que ofreció ayer por la tarde la consejera catalana de Presidencia, Neus Munté, cuando tuvo que salir ante los periodistas para intentar malamente disfrazar el hecho de que la reunión convocada con toda urgencia por el presidente de la Generalitat con los representantes de los partidos políticos partidarios del referéndum se había saldado con un nada de nada. No hicieron nada porque no lo pueden hacer porque, porque por no tener, no han tenido ni siquiera el apoyo de los de Podemos, y eso a pesar de que el propio Pablo Iglesias, en uno de esos movimientos envueltos en retórica a los que nos tiene acostumbrados, había dicho hace unos días que esto del referéndum unilateral es una "movilización legítima" para a continuación añadir que el "derecho a decidir", que él apoya para toda España, no faltaba más, solo se puede ejercer mediante un referéndum legal, reconocido internacionalmente y que tenga efectos jurídicos, cosa que él mismo reconoce que no tiene la pretensión independentista de Puigdemont y los suyos. Total, que con esa empanada mental encajada en la cabeza, Albano Dante Fachín, el representante de lo que queda del partido morado que no se ha ido a la formación que lidera Ada Colau, ha sido una especie de convidado de piedra que acudía a la reunión para saber qué se decidía en ella y se ha vuelto como había venido: con dos palmos de narices. De todas maneras, los de Podemos de Cataluña tienen previsto consultar a sus bases sobre qué hacer si finalmente se convoca un referéndum que -el Gobierno ha reiterado con absoluta contundencia- en ningún caso va a tener lugar. Así que se pueden ahorrar la convocatoria.
El respaldo de Sánchez al Gobierno en este asunto ha sido claro y sin fisuras. Esto era muy importante para todos
Este cuadro de fracaso de los dirigentes independentistas se completaba unas horas antes cuando Pedro Sánchez despejaba una duda que había quedado en el aire a raíz de sus últimas declaraciones sobre la plurinacionalidad de España. La duda era si el nuevo PSOE se pondría o no de perfil a la hora de enfrentarse al desafío secesionista y a la convocatoria de ese referéndum ilegal haciendo una apelación al diálogo, que es una forma fácil y cómoda de escurrir el bulto. No ha sido así y el respaldo de Sánchez al Gobierno en este asunto ha sido claro y sin fisuras. Esto era muy importante para todos, también, y por otros motivos, para Puigdemont.
El problema de los independentistas, entre otros muchos que tienen, es que no suman, que no pueden decir que habla por su boca la mayoría de las fuerzas políticas catalanas porque ni disimulando consiguen aparentar lo que no hay manera de ocultar y es que cada vez están más solos y que no consiguen arrastrar a su locura ni siquiera a los de Podemos, a los que ayer intentaron someter a una especie de chantaje que movería a la chirigota si no se estuviera poniendo sobre la mesa un asunto tan trascendental: lo que han venido a decir a Podemos es que si no apoyan el referéndum unilateral de independencia, el PDCat no apoyará entonces a Podemos en esa moción de censura de la señorita Pepis que Iglesias tiene preparada, es un decir, contra Mariano Rajoy. Es decir, y sólo para calibrar la solvencia política e intelectual de los promotores de la independencia catalana, resulta que le cambian un apoyo nada menos que a la ruptura de España, con toda su Historia detrás, por el apoyo a una iniciativa en el Congreso que no pasa de ser una anécdota ridícula y destinada al fracaso más total. Este es el nivel lamentabilísimo en el que nos estamos moviendo.
No pueden ni siquiera encargar las urnas porque da la causalidad de que las urnas para todas las elecciones las proporciona el Estado
Pero además les sucede que el partido de Ada Colau, que pretende obtener un buen resultado en las próximas elecciones autonómicas -que es en lo que están pensando todos-, no está dispuesto a secundar una apuesta que lleva a sus promotores al desastre, a la impotencia y al descrédito. Y por eso dijeron desde el primer minuto -lo dijo Xavier Domènech, el líder de Catalunya en Comú, el partido que ha montado junto a la alcaldesa de Barcelona y que aglutina además a ICV, EUiA y a los críticos de Podemos- que no acudirían a la reunión de ayer. Una reunión, hay que insistir, que estaba convocada para dar una respuesta contundente al Gobierno después de que Rajoy diera por terminado el diálogo con Puigdemont y le reclamara que fuera al Congreso, que es donde se deben tratar asuntos de tan enorme trascendencia como un proyecto de secesión. El presidente de la Generalitat quería sacar pecho y enseñar los dientes al Gobierno, pero se ha quedado compuesto y sin novios en una posición que no puede ser más desairada. Ni ha podido establecer la fecha, ni se ha planteado la pregunta, ni se ha acordado nada. Por no acordar, ni siquiera han dado cita para la próxima reunión.
Es que no pueden ni siquiera encargar las urnas porque da la causalidad de que las urnas para todas las elecciones -sean generales, europeas, autonómicas o municipales- las proporciona el Estado y sólo el Estado, de manera que todo aquel que acepte fabricar otras para este intento de referéndum ilegal será sancionado por los tribunales. Saben que tienen todas las salidas cegadas y la imagen patética de Neus Munté lo dejaba bien claro. Lo cual no quiere decir que no intenten un ataque a la desesperada. Y eso ya serían palabras mayores que tendrían otro tipo de consecuencias.
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