Aznar dejó atrás esa derecha garbancera de voces y hombres bamboleantes dentro de su armadura vieja o su calzón atómico, o sea Fraga, y sorprendió con una derecha de bajito tenaz, de opositor tenaz, de funcionario tenaz con mangas y bigote de tinta china. Decía Umbral que Aznar vivía en diminutivo, salvo cuando reía, y le veía una “cosa chaplinesca”. Las derechas imperiales daban unos caudillos, jefes y dueños de mercería de gruesa cintura pero cara de niño dulcero, que se movían como cántaros de leche. Aznar era una cosa seca, pequeña, rápida y feroz como un niño con bigote, o sea que ya se veía que iba a cambiarlo todo. Y no se lo llevaba Guerra en el pitón de su chaqueta de cuadros en los debates, como a Hernández Mancha. Si González modernizó España a la vez que la colonizaba, Aznar civilizó a la derecha sin poder evitar que se maleara en la nueva cultura del pelotazo y la bodeguilla que había inventado González.
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