Compartir café y conversación con alguien que cuenta con una experiencia, personal, política y empresarial, tan vasta como Juan Costa Climent es, sencillamente, una oportunidad única. De formación puramente jurídica en su origen, como licenciado en Derecho por la Universidad de Navarra, se especializó desde muy joven en el asesoramiento de empresas. Pero lo cierto es que no ha parado de afrontar enormes retos y grandes responsabilidades en las últimas décadas, tanto en el sector público como en el privado.
Diputado por el PP, secretario de Estado y ministro de Ciencia y Tecnología con José María Aznar hasta el final de su mandato, en 2004 cruzó el charco para ser consejero del Fondo Monetario Internacional. A su vuelta a España, regresó a la política y llegó a disputar incluso el liderazgo del PP en 2008 a Mariano Rajoy en el Congreso de Valencia. En 2010, se pasó con armas y bagajes al terreno privado y volcó todo su conocimiento en Ernst & Young (EY), donde ha ocupado, entre otros, el cargo de responsable a nivel global de su división de sostenibilidad y cambio climático.
Hombre afable, infatigable conversación y maneras suaves y elegantes, tiene como principal virtud la de saber escuchar de una forma muy especial. Cuando cree llegado su turno, despliega todo su conocimiento de una forma en extremo grata y didáctica, virtud que le hace capaz de transformar conceptos muy complejos en fácilmente comprensibles para su interlocutor. Hoy hemos tomado café con motivo de su nuevo libro, Multicapitalismo: por un capitalismo que nos ayude a crear empleo, proteger el clima y frenar la desigualdad. Una lectura recomendable para comprender el nuevo mundo en el que nos movemos y los retos que tenemos por delante.
PREGUNTA.- Enhorabuena, señor Costa, por su libro y por su título, Multicapitalismo. En el subtítulo añade, además, Por un capitalismo que nos ayude a crear empleo, a proteger el clima y a frenar la desigualdad. Son conceptos que parece que se han puesto de moda recientemente, pero que a los que llevamos ya años desarrollando estas ideas y cuestionando el capitalismo, tal como se había conocido hasta ahora, nos ha satisfecho especialmente. ¿Por qué sintió la necesidad de escribirlo?
RESPUESTA.- En el debate sobre cómo tiene que construirse el capitalismo del futuro para recuperar la confianza de la mayoría, cuestión que es clave, se ha consolidado una percepción por parte de la mayoría social, de las clases medias en las democracias liberales, de que el sistema prometía prosperidad para todos, pero no ha sido así. Esto se ha agravado desde la crisis financiera. Hemos visto en la última década mucho caos político, con disturbios, movilizaciones, manifestaciones críticas y fenómenos como el Brexit y la elección de Donald Trump, además de los populismos de izquierdas y derechas que, en el fondo, se nutren de ciudadanos corrientes descontentos con el sistema y para los que, además, su supervivencia [la de los populismos] depende del deterioro continuado del capital social y de la división social.
En paralelo a ese descontento social, se produce una corriente en el mundo de las empresas y de sus líderes, más que en el mundo de la política, aunque hay países que han abanderado la lucha contra el calentamiento global y han incorporado la preocupación medioambiental desde hace años. Pero, como digo, se produce más en el mundo de los liderazgos empresariales, en el que hay muchas reflexiones sobre la necesidad de cambiar o mejorar el sistema, porque esta ola de crecimiento que nos ha dado el capitalismo en los últimos 40 años viene de las decisiones tomadas por Reagan y Thatcher, y viene de la caída del muro, que ha hecho que se dispare la globalización. Y lo que ha hecho es construir una sociedad a escala planetaria con menor desigualdad, porque han incorporado a 3.000 millones de personas al capitalismo y ha logrado que Asia, y en particular China, tengan un nivel de riqueza que no tenían hace 40 años, pero que quien ha sufrido una parte de ese coste, de esa solidaridad, hayan sido las clases medias en las democracias liberales. Hoy está empezando a permear a la política este debate.
Para mi libro, inicialmente, pensaba más en desarrollar estas ideas desde el punto de vista de la empresa, y he acabado incorporando reflexiones acerca de cómo tiene que gestionarse la empresa en el nuevo capitalismo, pero también de cómo deben ser las políticas públicas.
P.- No podemos dejar de lado la llegada de los populismos, de izquierda y de derecha, en estos últimos años. No podemos olvidarnos de lo que ha pasado a nivel político. Los populismos llegan porque nuestras democracias, el liberalismo, entran en una tremenda crisis, fundamentalmente de liderazgo político. ¿En qué forma considera que hemos perdido este tren? ¿Por qué hemos pasado de unos liderazgos fuertes, tal y como los conocimos en los 90, a la situación actual en la que la única excepción que veo tal vez sea la de Ángela Merkel?
R.- No hay una respuesta única, o al menos no hay una respuesta evidente, a esa reflexión que usted hace. Creo que detrás de todo el caos político de esta última época y de esa crisis de liderazgo, hay muchos factores. El capitalismo, tanto en la política como en la empresa, ha generado una propensión al cortoplacismo. Todos los indicadores del éxito político y social son cortoplacistas. No los hay basados en construir prosperidad sostenible y a largo plazo. En esto, el capitalismo lo que ha hecho al apoyarse en el capital financiero es provocar un crecimiento global extraordinario y una prosperidad extraordinaria, pero, como decía, esa prosperidad no ha llegado a todo el mundo, y sobre todo no ha llegado a las clases medias y en particular a las clases medias bajas. Eso es lo que ha alimentado a los populismos.
P.- ¿Cómo influirá todo lo que explica usted en su libro, ese Multicapitalismo, en el empleo? Defíname el concepto...
R.- La creación de prosperidad ya no va a descansar solamente en el capitalismo. Tiene que medirse de una manera más amplia. No se trata de acumular solamente capital financiero o de que el PIB aumente. Se trata de mantener nuestra prosperidad ecológica y social y también de construir una economía intangible, que es la que tiene potencial de crecimiento. La definición del éxito político y social es tan importante porque, si este descansa hoy en el equilibrio financiero o en cuánto crece el PIB pero esos indicadores no miden ya la prosperidad, y hace décadas que no la miden, no se refleja la realidad. Los indicadores pueden reflejar que las empresas ganan dinero o que los países son más prósperos pero la realidad puede ser la contraria, que las empresas destruyan valor y los países sean menos prósperos. Eso es lo que genera una parte de ese caos político y de esa insatisfacción social, porque muchos ciudadanos ven que su economía progresa, pero ellos no lo notan.
Si queremos cumplir con estos objetivos que buscan que la prosperidad aumente, tenemos que medir lo que es importante y lo que crea riqueza. La economía intangible en España y en las economías avanzadas es una oportunidad de empleo extraordinaria. Lo que ocurre es que tenemos que tomar decisiones políticas para crear ese empleo.
P.- Pero esas políticas no se ven por ninguna parte, como tampoco el necesario contrato social entre el sector público, el privado y los ciudadanos.
El capitalismo, tanto en la política como en la empresa, ha generado una propensión al cortoplacismo"
R.- Ese contrato social no está en la agenda política, ni en España ni en muchas economías avanzadas. Los gobiernos no están desarrollando planes para crear empleo en la economía intangible. Pensemos sólo en un factor: el sistema financiero, en su conjunto, está pensado para financiar una economía que es tangible. Casi el 50 por ciento de la economía global es intangible y tenemos un sistema financiero que no está desarrollado para financiarla. Esto está comenzando a ser estudiado por el G-20, pero en la mayoría de los países no se plantean aún estos planes de modernización de la economía. Si tenemos un sistema en el que la formación no crece tan rápido como lo hace la brecha de complejidad, al final la economía avanza rápido, la sociedad avanza rápido y todos los ciudadanos tenemos que prepararnos para esos cambios porque, si no lo hacemos, corremos el riesgo de quedarnos descolgados. La reflexión para que tengamos oportunidades en este campo debe ser pública y privada. Los ciudadanos debemos ser conscientes de que nuestra formación debe ser continuada.
Otro ámbito en el que hay que trabajar es en el de la prosperidad medioambiental. El patrimonio ecológico puede ser un activo que amplíe el potencial de crecimiento de las economías. Lo único que necesitamos es utilizar algo tan democrático como el mercado para hacer que este patrimonio ecológico se proteja y crezca. Se ha planteado un falso debate, según el cual, la regulación pública era la que iba a resolver el problema medioambiental. Pero este se resuelve mucho mejor desde una perspectiva liberal, mediante el mercado, que es profundamente democrático y que tiene en cuenta todas las consideraciones del conjunto de los ciudadanos. Esto es posible mediante dos cosas: información y precios. Se ha mezclado el debate entre lo que merece protección, la moral y la ética, con el instrumento; el mercado es un instrumento y lo importante es el fin. Lo que tiene un valor, lo que tenemos que cuidar desde el punto de vista ético es el patrimonio ecológico del planeta, que es lo que garantiza el crecimiento a largo plazo de la economía global.
P.- ¿Cree que Nadia Calviño o Teresa Ribera no están en línea con lo que está usted comentando?
R.- No sé si están en línea o no, pero creo que quizá pesa más una perspectiva pública para dar solución al problema...
P.- ¿Por Unidas Podemos?
Los ciudadanos debemos ser conscientes de que nuestra formación debe ser continuada"
R: Desde luego es un problema. Un gobierno en el que el proyecto sobre España no es el mismo, en el que hay una idea de país diferente y una agenda política diferente, con visiones distintas sobre cuáles son las políticas adecuadas, no puede funcionar. Cuando el proyecto no es el mismo, las uniones no funcionan. Lo vemos cada día en el mundo de la economía y en el mundo de la política. Cuando no se comparte proyecto, no se puede compartir gobierno.
Creo también que el PSOE se ha enfrentado a este debate desde una perspectiva de la regulación pública y del control público. Y en un problema tan complejo como es integrar el medioambiente en el funcionamiento del sistema económico, la regulación y las decisiones administrativas no son la solución. Porque además son profundamente antidemocráticas e ineficientes desde el punto de vista económico. Por eso creo que hay que cambiar completamente el debate.
La manera de resolver nuestra crisis medioambiental es apoyarnos en el mercado. Y eso requiere dos cosas. La primera, información: yo me estoy tomando un café y estas son las consecuencias ecológicas de mi café... o de mi viaje o lo que sea. Segundo, el precio. Si el indicador, o uno de los indicadores emergentes de la riqueza de las naciones, es el patrimonio ecológico, que es menguante, no tiene lógica que uno de los principales indicadores de pago de impuestos no sea el consumo y la destrucción de capital ecológico. Lo que debemos hacer es ponerle un precio fiscal a esa destrucción. Si no se nos garantiza una transición ordenada para ir a un modelo económico en el que en vez de destruir capital ecológico se cree, se proteja, el problema no se resolverá y el potencial de crecimiento de la economía y de prosperidad se estrechará.
P.- Esta semana hemos conocido unos datos de empleo estremecedores, con más de cuatro millones de parados. ¿Qué más hay que esperar para una urgente reestructuración de nuestro modelo productivo? Me sigue sorprendiendo que en España no se acabe de plantear ese debate con seriedad, el de una auténtica reconversión industrial, sobre todo teniendo en cuenta que es un país que sigue viviendo del turismo y los servicios.
Es gravísimo que este país haya renunciado a la ambición del pleno empleo"
R.- Me preocupa mucho que este país haya renunciado a la ambición del pleno empleo. Es gravísimo. Por otra parte, no se pueden valorar estos tiempos de la misma forma en la que lo hacíamos en la economía de los años 80 y 90. Hoy, la economía global es cooperativa. Hoy, los modelos de negocio están basados en crear modelos de valor con otros agentes. Esto requiere acuerdos nacionales también cooperativos.
España tiene que decidir su futuro condicionado a si es capaz de crear un gran acuerdo nacional para definir el camino y la hoja de ruta que debe seguir nuestra economía en los próximos diez años. Si no somos capaces de ponernos de acuerdo para realizar una transformación y definir unos objetivos, como se hace en otros países, vamos a perder una oportunidad histórica. Si tenemos sectores tan relevantes como el turismo y no los ponemos a crear capital ecológico, estaremos perdiendo una gran oportunidad para nuestra economía. Tenemos la oportunidad que no tienen muchas generaciones, que es modernizar nuestra economía porque nos hemos enfrentado a una situación dramática, pero tenemos que trabajar juntos. Yo hace un año que pido un plan de reestructuración de la economía española que tenga además ayudas directas. Si comparamos el plan de Alemania, que cuenta con unas líneas muy precisas, con el de España, en el que hay mucho de marketing político... pues, en fin...
P.- ¿Qué son realmente las ayudas directas? Porque, para mí, ayudas directas es que alguien te ponga dinero en el bolsillo, pero el otro día, la vicepresidenta Nadia Calviño, consideraba que tanto los ERTE como los créditos ICO son ayudas directas...
R.- El FMI lo definió muy bien desde el inicio de la crisis. El FMI distingue entre ayudas de liquidez y de solvencia. Las primeras funcionan cuando el shock es muy transitorio, un mes o dos. Cuando la situación se prolonga, se necesitan dar ayudas para garantizar la solvencia de las empresas. Y es cierto que algunas ayudas para cubrir costes salariales pueden ser importantes para la solvencia, pero hay muchos otros costes que no están cubiertos por las ayudas. Y no se puede estrangular financieramente a las empresas exigiendo impuestos por unas actividades que no desarrollan.
El gobierno ha eludido su responsabilidad porque al trasladar las decisiones de restricción de movilidad y de actividad a las CCAA, ya no hay un planteamiento nacional. Eso impide decisiones homogéneas: ¿Ayudas a las CCAA que han restringido? ¿Y a las que no lo han hecho? ¿En qué medida? ¿Y no se dan ayudas por los tres primeros meses de confinamiento y sí por los de ahora? El Gobierno ha dado un paso atrás para no tener que enfrentarse a este problema.
P.- Esto ha evidenciado, además, la gran crisis de nuestro sistema autonómico. ¿Hacia dónde vamos? Porque está claro que se perciben brechas clarísimas en nuestro modelo territorial...
España necesita recuperar un propósito común"
R.- En España, como en cualquier otro país, las cosas funcionan cuando hay un propósito como país. Hace casi 50 años tuvimos un propósito común que era el de avanzar en la democracia y en la libertad y formar parte de Europa, convirtiéndonos en una nación moderna. Los partidos compartieron un objetivo mayor y aquello fue un elemento de cohesión. Hoy nos falta recuperar un propósito: ¿Qué queremos que sea España? España era en 2006 o 2007 la octava potencia económica del mundo y hoy se encuentra en el puesto número 14º. Hemos perdido influencia política, tenemos una sociedad menos cohesionada, tenemos un desafío territorial y de soberanía... tenemos muchas cosas a las que enfrentarnos. Necesitamos recuperar un propósito común.
P.- Ya, señor Costa, pero esto, que en mi país parece más sencillo, por nuestra costumbre de alcanzar pactos -el último ejemplo lo vemos con Draghi-, en España parece mucho más complicado. ¿Estaría preparado este país para un gobierno de salvación nacional o de compromiso histórico? Un gobierno en el que los partidos mayoritarios, PSOE y PP, pudieran compartir un compromiso común.
R.- No estoy aquí para hacer una reflexión sobre lo que en el corto plazo debería ser el gobierno de España, pero sí creo que los partidos constitucionalistas deberían empezar a demostrar que quieren y son capaces de trabajar juntos. No creo que sea solamente una cuestión de gobierno. Es una cuestión de defender nuestras instituciones, intentar unir el país en vez de separarlo y dividirlo y construir una agenda en la que tengamos una visión compartida de lo que queremos que sea España dentro de cinco o diez años. Esto tiene que recaer, claramente, en el PSOE y en el PP, porque los otros partidos son partidos que se benefician de la destrucción de las instituciones y de la pérdida de confianza en el sistema. Lo estamos viendo a diario. Hay unas maquinarias políticas que se mueven exclusivamente para debilitar la confianza en el sistema...
P.- Volvemos a los populismos...
R.- Claramente, los componentes populistas de la extrema izquierda, de Podemos, y por otro lado de Vox, en España, son claros. La responsabilidad histórica del PSOE y del PP es trabajar en el impulso de una visión de país y de una España que nos una. Es una responsabilidad histórica. Si dentro de cinco años miramos hacia atrás y eso no ha ocurrido, será un fracaso político, de los partidos y del país. Muchos de los ciudadanos que hoy votan a Podemos y a Vox, lo que quieren es recuperar la confianza en el sistema.
P.- Pero para eso se necesitan liderazgos claros y fuertes y no parece, en este momento, que los haya. Algunos tienen las cualidades, pero la voluntad parece que falla...
R.- Si extrapolamos al mundo de la política lo que ocurre en la empresa, creo que, de manera creciente, se empieza a valorar el liderazgo como la voluntad de contribuir a una causa más importante que uno mismo. Y hacerlo escuchando con todas las capacidades humanas. Hoy se impone el escuchar con la mente, con el corazón y con la voluntad, e intentar contribuir a una causa que sea más importante que la agenda personal. Ese debe ser el motor de las decisiones. Eso es lo que necesita España, más allá de otras cualidades. Si nuestros políticos no anteponen la búsqueda de una causa más importante que la supervivencia de sus partidos o la permanencia en el gobierno, si no toman sus decisiones del día a día pensando en cómo están contribuyendo a España, no estarán actuando conforme al parámetro de referencia más importante.
P.- ¿Las empresas privadas lo tienen más claro? ¿Deberían presionar más a los actores políticos sobre esta cuestión?
R.- Claramente, la empresa está demostrando que tiene una visión más clara de su papel en este nuevo capitalismo y su responsabilidad con la sociedad. En España lo hemos visto durante la crisis de la Covid-19. También en otros países y en otras democracias liberales. En España de hecho tenemos uno de los gobiernos que menos confianza genera en la sociedad, comparado con otros en Europa. Estamos muy lejos de los nórdicos y de Oceanía, y lejos de las economías asiáticas, entre otras cosas porque tienen una mentalidad de beneficio colectivo muy importante.
Sin embargo, las empresas están mejor valoradas que los gobiernos. Este debate clásico, alimentado por unas ideologías políticas trasnochadas, de que la empresa es egoísta y el Estado es el único agente de solidaridad, o al revés, que únicamente la empresa crea riqueza y que solo las políticas públicas son eficaces, está, como digo, trasnochado. La empresa hoy tiene una dimensión pública y de propósito social y la cumple. Esto deben verlo los gobiernos.
P.-Terminemos con sus proyectos de cara al futuro. Usted ha tenido enormes responsabilidades, tanto en el ámbito privado como en el público. ¿Cuáles son sus objetivos a partir de ahora?
R.- He tenido la suerte de tener una vida profesional en la que el 50 por ciento se lo he dedicado al sector público, en el Congreso, después ocho años en distintos gobiernos de José María Aznar, después en el FMI, y estoy muy orgulloso de ese período y muy agradecido. La otra mitad se la he dedicado al sector privado, fundamentalmente a EY. En los últimos diez años he tenido la oportunidad de dirigir un negocio a nivel mundial que me ha permitido trabajar en países muy distintos y ver cómo es la cultura empresarial en una organización que tiene presencia en 100 países del mundo. Después de viajar tantos años 200 días al año, toca hacer otras cosas. Ese fue uno de los motivos de escribir este libro, que cubre los dos ámbitos. Y hay una parte de mi vida que quiero dedicarla al ámbito docente y académico, además de lanzar otros proyectos.
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