Opinaba Mark Twain que la historia nunca se repite, pero con frecuencia rima. Y es evidente que en la España de hoy no se pueden repetir los dramáticos eventos que describe el profesor Roberto Villa García (Ítrabo, 1978) en su reciente 1917. El Estado Catalán y el soviet español (Espasa). Pero los contextos tienen su rima. En algunas cuestiones concretas, como el desafío del nacionalismo catalán, el mimetismo es considerable y puede impactar al lector.
En un proceso con frecuencia olvidado incluso entre los historiadores profesionales, los efectos de la Revolución Rusa reverberaban en un mundo sumido en la terrible Gran Guerra y, según el profesor Villa, España afrontaba ambas crisis – la bélica y la revolucionaria – habiéndose dotado de un sistema de gobierno liberal, posibilista, estable y absolutamente homologable al que imperaba en el resto de las naciones de la Europa occidental. Un sistema, quizás más importante, que siendo imperfecto evolucionaba ya hacia un modelo de democracia liberal asimilable al que solo terminaría llegando a España tras más de medio siglo, dos dictaduras y una guerra civil.
Encabezado por Eduardo Dato (de cuyo asesinato, unos años más tarde, se ha cumplido recientemente el centenario), el régimen de la Restauración que inauguró Antonio Cánovas del Castillo en 1874 entraba ya en la fase de crisis que terminaría culminando en el pronunciamiento militar de Miguel Primo de Rivera en 1923.
En aquel 1917, que Villa describe como "el año revolucionario por excelencia del Siglo XX", el régimen que había logrado mantener a España al margen del absurdo y catastrófico baño de sangre en el que chapoteaba Europa, se enfrentó el 19 de julio a una huelga revolucionaria organizada por UGT y CNT, las grandes centrales sindicales de la época; y en octubre a un pronunciamiento en toda regla legitimado por la "Asamblea de Parlamentarios", donde se reunían diputados y senadores dispuestos, como observa Villa, a imitar la Duma rusa y optar por la vía de la ilegalidad extraparlamentaria.
El profesor Villa lleva su análisis de la revolución del 17 en España hasta las elecciones de 1918, regidas por el sufragio universal masculino y que resultaron en el éxito absoluto de las opciones monárquicas y democráticas, y en el rechazo rotundo a la opción revolucionaria.
No obstante, el libro termina con una España al borde de la dictadura militar que Alfonso XIII salva, in extremis, forzando a los políticos constitucionales a formar un gobierno de concentración nacional, nótense las rimas con el recientemente recordado 23-F de 1981. Aún así, la Monarquía constitucional quedó herida de muerte, sumida en una espiral de inestabilidad que culminaría en el citado pronunciamiento de Miguel Primo de Rivera en 1923.
Frente a los conservadores, fieles a al régimen y a la monarquía liberal, se alzaban el adanismo maximalista de las izquierdas y el radicalismo autoritario de las derechas
El gobierno de Dato defendía la centralidad de opciones conservadoras, moderadas y realistas en el ejercicio del poder. Frente a los conservadores, fieles al régimen constituido y a la monarquía que, Villa insiste en recordar, debe denominarse como "liberal, parlamentaria", "constitucional" e incluso "democrática", se alzaban el adanismo maximalista de las izquierdas revolucionarias por un lado – notablemente los socialistas en acelerado proceso de sovietización, pero también los anarquistas que terminarían asesinando a Dato – y el radicalismo autoritario, cada vez más pronunciado, de las derechas representadas, por ejemplo, en buena parte de los seguidores de Antonio Maura.
A estos se añadía la derecha radical nacionalista catalana – normalmente enfrentada con la izquierda radical barcelonesa, ya entonces tan propensa al disturbio y a la violencia callejera – presta a aprovechar la debilidad de gobierno para transformar la Mancomunidad (como entonces se llamaba al equivalente de la Generalitat actual) en un Estado dentro del Estado controlado exclusivamente por el nacionalismo.
Y, por último, es crucial señalar al estamento militar, donde la tradición liberal decimonónica dejaba ya paso al resentimiento autoritario y a la fragmentación interna: a medida que avanzaban los efectos de la revolución, buena parte de los cuarteles escapó de la disciplina militar y del control de las autoridades para caer en manos de las Juntas de Defensa, organizaciones sindicales en origen, que estallaron cuando Romanones puso a España al borde de entrar en la Primera Guerra Mundial, y que acabaron, como el profesor Villa demuestra, degenerando en el brazo armado de los revolucionarios. Estando la Junta más importante en Barcelona, el nacionalismo de derechas entonces aglutinadas en la Lliga Regionalista de Francesc Cambó flirteó abiertamente con los militares junteros, además de con las izquierda revolucionarias, para controlar el poder en una Cataluña reconvertida, observa Villa, en "Estado asociado" al español.
La historiografía tiende a ver los eventos de 1917 como una superposición de movimientos de ruptura democrática emprendidos de forma independiente por cada uno de los actores arriba descritos, coincidentes en el tiempo pero independientes entre sí.
El profesor Villa, no obstante, explica persuasivamente que esos eventos solo pueden entenderse si estos se conciben como el resultado de una coalición revolucionaria "frankenstein" – vuelve a sonar la rima –, compuesta por diversos grupos cuyas acciones se retroalimentaron. Sin duda, estos grupos perseguían intereses encontrados cuando no diametralmente opuestos y su único nexo de unión era la oposición al régimen constitucional y la preferencia por la vía revolucionaria o cuando menos por los métodos políticos fuera de la legalidad.
El triunfo de la revolución habría desencadenado la entrada de España en la Gran Guerra del lado franco-británico, como Italia y Portugal, que terminarían en manos de Mussolini y Salazar
A la vista de los antecedentes en la propia España, la trayectoria de países vecinos que siguieron derroteros similares a los propuestos por los revolucionarios españoles, como Italia o Portugal, y la trágica senda por la que terminó discurriendo la historia de España, el profesor Villa anticipa que el triunfo de la revolución habría desencadenado, de un lado, la entrada de España en la Gran Guerra del lado franco-británico, como fue el caso de Italia y Portugal, que a la larga terminarían, respectivamente, en manos de Mussolini y Salazar.
Por otro, Villa observa que la revolución habría llevado a España a un régimen republicano similar al de 1873 – 1874 o a la de 1931-1936 ambas experiencias, también, con bien conocidas consecuencias. Lejos de reconducir al régimen de la Restauración en la senda de la modernidad liberal-democrática, los revolucionarios habrían acelerado que España se despeñara en el precipicio de la variante de modernidad más iliberal, polarizada y destructiva.
Villa ofrece en estas páginas una visión renovada, amena y ágil de eventos que son hoy poco recordados y aun menos conocidos incluso entre los historiadores profesionales. Anclado en un asombroso trabajo de archivo, conviene acercarse a esta obra recordando que la famosa máxima de Santayana según la cual "quien no conoce su historia está condenado a repetirla" debe de ser la bobada solemne que peor llevan los historiadores – nada hay, por ejemplo, en la España del siglo XXI temprano que se asemeje a las Juntas de Defensa.
Pero la historia sí rima: y hay versos de adanismo, maximalismo y voluntad de destrucción de un régimen liberal, moderado e imperfecto que los españoles insisten en recitar.
David Sarias Rodríguez es profesor de Historia del Pensamiento Político en la Universidad Rey Juan Carlos y co-director del Master en Comunicación Social, Política e Institucional de la Universidad San Pablo-CEU
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