El 19 de junio se cumplen ochenta años de la muerte de James Matthew Barrie (Kirriemuir,1860-Londres,1937), una de las figuras más emblemáticas de la Inglaterra eduardiana y el creador del niño más famoso de la literatura universal, Peter Pan. Tan famoso, de hecho, que enseguida se forjó su propio lugar en el imaginario colectivo, prácticamente huérfano de autor. Tal y como reflexionaba el novelista G. K. Chesterton en 1911, “se transpira algo casi anónimo en su popularidad; nos sentimos como si todos lo hubiésemos escrito”. Pero no es el caso. No todos hemos escrito a Peter Pan, ni es un cuento de raíces ancestrales, aunque lo parezca.
El niño que nunca crece nació en los Jardines de Kensington de Londres, alrededor de 1900. Allí, Barrie entabló amistad con George Llewelyn Davies, un niño inteligente y descarado, que no le consideraba un célebre escritor ni nada por estilo, sino un hombrecillo con acento raro que le hablaba de hadas, islas desiertas, piratas, y de una criatura mitad pájaro mitad humano que se había escapado de su casa al oír lo que le deparaba el futuro. Un héroe perdido en un mundo paralelo a quien George –o eso le hizo creer Barrie– bautizó a su antojo: Peter (como su hermano pequeño) Pan (como el caprichoso dios griego de la naturaleza): Peter Pan.
Hoy, si alguien nos pide que cerremos los ojos, durante un instante, para tratar de evocar a Peter Pan, nos vienen a la cabeza imágenes variopintas. A muchos, seguramente, el niño de traje verde de la película de Disney; a otros, quizá, el joven pícaro y atractivo de la serie Érase una vez; algunos puede que vislumbren al actor Johnny Depp interpretando a Barrie en la taquillera Descubriendo Nunca Jamás; unos pocos puede que viajen hasta un recuerdo de sí mismos, de niños, esperando la aparición de su héroe por la ventana… En cualquier caso, es muy probable que el personaje se asocie o a la alegría y despreocupación de la juventud, o al popular síndrome de Peter Pan, que el psicólogo Dan Kiley acuñó en los años 80 y que apela a la inmadurez del género masculino en cuanto al compromiso, etcétera.
En el siglo XXI, no obstante, Peter Pan va mucho más allá de este síndrome para convertirse en un poderoso icono cultural reflejo del narcisismo de nuestros días. Tiempos que abrazan una sociedad inmadura donde parecer joven o llevar un estilo de vida acorde con la juventud es sinónimo de éxito tanto social como personal, y a aquellos que se dejan llevar por su condición biológica y envejecen se les acusa de perezosos o cobardes. La sociedad consumista nos exige que seamos capaces de seducir a los demás por nuestro aspecto externo. Y en la imagen que, mediante las redes sociales, damos de nosotros mismos al mundo, somos Peter Pan.
Estos son algunos de los temas que he querido tratar en La mano izquierda de Peter Pan (Espasa, 2017). Una novela sobre Barrie, derrotado por la sombra de su personaje, y sobre su secretaria, Lady Cynthia Asquith, una mujer escritora que padece ese síndrome de la perpetua juventud que tradicionalmente se ha asociado a los hombres. También trata sobre una mujer, y un hombre -ambos profesores universitarios del siglo XXI- que estudian a Barrie y a Asquith y que se hacen conscientes de la profunda relación del ser humano con la literatura y la fantasmagoría: esa vana figuración de la inteligencia que nos lleva a pensar que nosotros, como aquellos que pueblan los libros, también podemos ser inmortales.
Queremos ser Peter Pan: permanecer eternamente jóvenes; mantener nuestros rostros disecados en Instagram
Queremos ser Peter Pan: permanecer (o al menos parecer) eternamente jóvenes; mantener nuestros rostros disecados en Instagram, y ser deseados por los demás. Pero, por mucho que nos sumamos en el síndrome de la perpetua juventud, quizá no seamos Peter Pan; sino Garfio, perseguidos por el espectro del niño que ya nunca seremos.
Un espectro que se forjó a partir de las fantasías de James Matthew Barrie, y que hoy, ochenta años después de la muerte de su autor, es mucho más nuestro que suyo. O sea que quizá Chesterton sí tenía razón, y todos escribimos a Peter Pan, por si acaso hay suerte y nos convertimos en uno de esos personajes inmortales que tanto anhelamos ser. Yo –al menos– ya lo he hecho.
Silvia Herreros de Tejada es autora de La mano izquierda de Peter Pan (Espasa, 2017).
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