"Estaba seduciéndome a fondo con lo mejor de sí mismo y tanto que yo me quedé convencida de que aquello era la séptima maravilla. Esa misma noche me enamoré de él. Me enamoré, me enamoré, me enamoré". Así describió Idea Vilariño (1920-2009) el día que conoció a Juan Carlos Onetti (1909-1994) a principios de la década de los 50. "Burro, perro, bestia", añadiría después.
Porque la poeta se quedó atrapada en el escritor, en "el último hombre" del que debió enamorarse. Tras ese primer encuentro comenzaron a cartearse, al principio se escribían tratándose de usted, con el miedo de no saber qué siente el receptor. Pero ella no tardó en dejar entrever sus ganas. “Pasó el verano y no viniste”, le reprochó. Y él no tardó en llegar.
La hija de un poeta anarquista. La que escribió, descarnada, sabiendo que el deseo lo es por inalcanzable. La gran profesora de literatura
Este 28 de abril se cumplen doce años de la muerte de Vilariño, doce años de la pérdida de una de las pocas poetas que formó parte de la generación del 45, de uno de los grupos de intelectuales de esa Latinoamérica efervescente. La hija de un poeta anarquista. La que escribió, descarnada, sabiendo que el deseo lo es por inalcanzable. La gran profesora de literatura.
También la mujer que se dejó encandilar por el gran prosista. Vilariño y Onetti se ataron en corto por la noche y se olvidaron por el día durante años. Ella pensó que él no la quería, él, pese a todos los poemas, que el amor de ella era solo "intelectual".
Se quisieron y odiaron a partes iguales. Rompieron y se reconciliaron muchas veces. Les dio igual estar casados, con pareja, en países distintos. Les dio igual no ser felices. Aunque el delirio duró poco. El escritor dejó a Idea por Dorothea Muhr, para casarse con ella. Para hacer, al parecer, bien las cosas por una vez. A la uruguaya le dedicó Los adioses en 1954, ella le respondió cuando él ya estaba felizmente casado, en 1957, con Poemas de amor, donde añadió en la segunda edición, un año más tarde, uno de los más bonitos de su literatura:
Ya no será
ya no
no viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.
No llegaré a saber
por qué ni cómo nunca
ni si era de verdad
lo que dijiste que era
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos
querernos
esperarnos
estar.
Ya no soy más que yo
para siempre y tú
ya
no serás para mí
más que tú. Ya no estás
en un día futuro
no sabré dónde vives
con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca
como esa noche
nunca.
No volverá a tocarte.
No te veré morir.
Pero resultó no ser su último adiós. Después de sendos libros dedicados volvieron a verse. Como imanes, se buscaban y chocaban. Hasta que se rompieron del todo en 1961. Estaban juntos cuando Idea Vilariño recibió una llamada. Ella era profesora de un liceo y acaban de asesinar a uno de sus compañeros, a Arbelio Ramírez. Le pidieron que acudiera rápido a una asamblea.
"Si te vas no me encontrarás a tu regreso", le dijo Onetti. "No me encuentras", continúo. Ella pensando que era uno de sus enfados, que se le pasaría, se fue. Volvió rápido a casa después de la reunión pero allí ya no había nadie. "Cuando abrí la puerta sentí como si me golpearan en el pecho. Había dejado una nota insultándome y diciéndome un montón de barbaridades. Y mis poemas, unos poemas de amor que le había dado, estaban arrugados y tirados a los pies de la cama”, aseguró en una entrevista a María Esther Gilio y Carlos M. Domínguez para la biografía sobre Onetti, Construcción de la noche.
Sólo volvieron a verse el 15 de marzo de 1974. Onetti estaba en el hospital acompañado por su mujer, Dorothea Muhr, la misma que había tenido que soportar que un año después de su boda Vilariño le dedicase a su marido un poemario. Idea entró en la habitación y Dorothea les dejó solos. Pensaron que se moría. “Me levanté y quise tocarlo, tocar su mejilla con la mía. Apenas llegaba a él cuando me agarró con un vigor desesperado y me besó con el beso más grande, más tremendo que me hayan dado, que me vayan a dar nunca, y apenas comenzó su beso, sollozó, empezó a sollozar por detrás de aquel beso, después del cual debí morirme”, recordaría.
Luego Onetti se fue a España y no volvieron a verse. A ella le preguntaron siempre por él, y a él siempre por ella. Los dos siempre aseguraron quererse y no sentirse queridos.
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