Puigdemont, que se ha ido convirtiendo en un ser ridículo y casi imaginario, como un Umpa Lumpa, ya tiene a los suyos en la calle llamando botiflers a los de Esquerra y deseando que Junqueras, el fraile de pan basto, se pudra en la cárcel. El independentismo catalán es una guerra de sectas, pero ya ni siquiera por la pureza de la causa, sino por el poder, por los sillones no de hechicero sino de contable. La negociación es imposible porque el que huyó vestido de lagarterana quiere imponer su corte de peluquines y Esquerra no quiere ser un mayordomo en la cena. Puede haber repetición de elecciones mientras se insulta a los que antes eran mártires como si fueran maderos jerezanos bajados del Piolín.
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