Sánchez cada vez está más solo en su sotanillo de la Moncloa, con su bola de cristal, su mago de cumpleaños (Iván Redondo) y el cuervo de Poe. El indulto no les gusta ni a los indultados, que quieren amnistía y autodeterminación, y quizá que vuelvan las cintas de ocho pistas y Emmanuelle, en una loca apoteosis de lo retro. Pero la gracia tampoco gusta en su partido, donde se le rebelan sus barones de Semana Santa y hasta las reliquias arenosas como Felipe González. González, Vara y García-Page pueden parecer como una primera fila del Corpus, pero son justo el PSOE que Sánchez ha olvidado: el PSOE de Casa del Pueblo, de provincia ferroviaria, de sindicalista chato como Karl Malden y de historia de España y de la democracia, sustos incluidos. Sánchez ha olvidado al partido y a los votantes, se cree un papa guapo, como el que hace Jude Law en la serie que produce Roures. Va a perder a los votantes, va a hundir al partido y sólo le quedará Zapatero como una cacatúa novia del cuervo.
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