Narro una escena de la que soy testigo en el interior de un vagón del metro línea 6 de Madrid.
Una señora hablaba a gritos al otro lado del grupo de cuatro asientos en los que, esta vez sí, pudimos dejar tres libres como distancia de seguridad. Tuve oportunidad de saber, sin quererlo, en qué lugares de la casa tenía todos los objetos que su interlocutor al otro lado no encontraba, o incluso me dio tiempo a conocer una rica receta que dictó con paciencia. Es muy curiosa la diferencia entre el volumen al que creemos que hablamos cuando usamos el móvil y el verdadero torrente de voz que sale de nuestros pulmones sin darnos cuenta.
Frente a mí, una mujer con vestido blanco y mirada perdida parecía absolutamente ajena a todo. Estación Laguna. Se suben varias personas con una suerte de carro de la compra tuneado y transformado en sistema completo de megafonía con mp3, mesa de mezclas tipo karaoke, amplificador, micrófono y ruedas, claro. Suena un móvil. Es el que la dama de blanco sostenía en la mano, como esperando que de un momento a otro vibrase. Apenas sonó cuando, angustiada y juraría que con acento quiteño, preguntó: “dime, ¿qué sabes?”
Aquel estruendo no evitó que viese los ojos de la compañera de viaje que tenía justo enfrente llenarse de lágrimas
Justo en ese momento una chirriante voz femenina, usando toda la potencia del arsenal que tenía su carro de la compra, grita que nos va a dar una muestra de algunas de las canciones típicas de su tierra. Alguien le tuvo que dar al play para que pareciera que había seis o siete músicos más a bordo. Aquel estruendo no evitó que viese los ojos de la compañera de viaje que tenía justo enfrente llenarse de lágrimas. Sin duda, alguien le estaba dando una mala noticia. Muy mala. Y la pilló en aquel vagón atronador, en un contraste vital entre su dolor y los gritos desafinados de la presunta vocalista que se esmeraba en animar al personal entre los que estaba yo, que trataba sin suerte de escuchar algunas canciones para preparar esta columna. Imposible.
En ciudades civilizadas como Londres hay que pasar un duro examen para poder reservar plaza en alguno de los espacios habilitados para la música callejera, que cuentan incluso con patrocinadores. El transeúnte puede elegir quedarse a disfrutar o seguir caminando. Imponer dentro del vagón a oyentes cautivos música (o ruido) a todo volumen es algo que no parece encajar de forma oficial en un país libre.
Ante la escena, y a pesar de ella, pensé en todos esos músicos callejeros que comenzaron bajo un puente y ahora puede que alguno lleve su nombre. Esos que recibieron monedas y después llenaron estadios. Y recordé la anécdota que uno de los mejores del mundo puede contar como souvenir de España.
La pareja de “grises” que le despertó no pensó igual. Esto no era Francia
Una noche de septiembre de 1962 en Barcelona parecía que iba a llover. Cierto músico callejero y mochilero pensó que sería mejor pasar la noche bajo un puente, como hizo días antes junto al Sena. Llegó desde París a la ciudad condal con ánimo de ser jugador de uno de los mejores equipos de su otra afición, que era jugar a fútbol: el Barça. No está mal para alguien nacido en Londres y de familia escocesa que le daba bien al balón. Creyó que llamar a la puerta del Camp Nou y hacer alguna demostración le ayudaría. Mientras, se ganaría la vida tocando en plazas y parques. La pareja de “grises” que le despertó no pensó igual. Esto no era Francia. Rod Stewart fue expulsado de España en aplicación de la Ley de Vagos y Maleantes. Por cierto, luego sí llovió. Las aguas arrasaron buena parte del Vallés dejando centenares de muertos a su paso en una fatídica riada.
Pasó Rod por todo tipo de oficios, hasta de sepulturero, antes de romper con todo gracias a un tema provocador que llegó justo cuando el mundo se desnudaba de prejuicios y se rompían los moldes. Hasta triunfó en esa España que le expulsó. A finales de los 70,el color de los televisores nos dejó ver el punto atigrado de alguna de las prendas que había bajo aquella cabeza de melena rubia y pelos deliberadísimamente alborotados. Encima el tema se atrevía a preguntar si la chica le veía “sexy”.
La sensualidad y el carácter de ese tema con su toque de sintetizador y los ritmos tan marcados lanzó a la fama mundial a un hombre que resultó tener mucho más dentro como músico de lo que algunos creyeron ver al principio. De hecho, a no pocos les resultó complicado creérselo como artista “serio”. Tuvieron que pasar algunos años y llegar canciones como la que hoy añado a nuestra preciosa y variadísima playlist: Baby Jane.
Baby Jane, no me dejes colgado
Te conocí cuando no tenías a nadie con quien hablar
Ahora te estás mudando a la alta sociedad
Solía pensar que estabas a mi lado
pero ahora ya no estoy seguro
Cuando dé mi corazón de nuevo
sé que durará para siempre
Nadie me dirá dónde o cuándo
sé que durará para siempre
O sea, que como la chica se hace rica, ya no quiere cuentas con un “vago” que toca en la calle y que es echado a patadas de Barcelona. Ahí se quedaría el recuerdo para nuestro artista ganador de un Grammy y muchos otros premios merecidísimos más.
Mientras tanto, la mujer que tengo enfrente no ha podido aguantar más y se trata de refugiar del estruendo de pie en un rincón, llorando mientras se tapa el oído opuesto al que tiene pegado un teléfono que probablemente le estará dando alguna noticia que cambiará su vida. Ajenos a todo eso, el combo me pide dinero por su actuación no solicitada.
Me bajo en la siguiente.
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