El teatro es una herramienta de autoconocimiento". Cada obra que estrena la compañía valenciana El Pont Flotant está ligada a la trayectoria vital de sus miembros. Por sus trabajos han pululado el amor, la importancia del compromiso, incluso, el paso del tiempo. Ahora, en El hijo que quiero tener, su séptimo montaje que recala en el Teatro de la Abadía del 12 al 15 de julio, apuestan por una reflexión sobre la educación. “No se trata de una reflexión conceptual, sino una reflexión centrada en cuestiones cotidianas que pueden surgir en el hogar, en la escuela o en un parque. Porque todos, incluso quienes no tienen hijos, somos responsables de la educación de nuestros niños”, confiesa Jesús Muñoz, uno de los fundadores de la compañía.
¿Qué hijo quería tener mi padre? ¿Qué hijo querría tener yo? ¿Qué abuelo querría que fuera yo para su hijo? ¿Qué padre hubiera querido tener mi hijo? Son las preguntas sobre las que bascula uno de los espectáculos más originales que pueblan la cartelera madrileña.
Todos, incluso quienes no tienen hijos, somos responsables de la educación de nuestros niños”
La compañía El Pont Flotant se alimenta de la verdad. El secreto de sus trabajos es que nacen ligados a las experiencias vitales de sus miembros. “Para nosotros es más importante la honestidad y la verdad en escena, mucho más que las grandes demostraciones y habilidades técnicas”. Andan ahora fagocitados por la paternidad y con esa nueva situación, en la que el concepto de responsabilidad lo abarca todo, se han topado con una lista interminable de de dudas, prejuicios y miedos. “Nos hemos cuestionado la educación, la relación de los padres con los hijos y de éstos con sus abuelos. Todos tenemos una idea del tipo de padre o madre que queremos ser, pero a la hora de la verdad muchas veces acabamos haciendo justo lo contrario a lo que pensábamos que íbamos a hacer. Por presiones externas o porque proyectamos los traumas propios en nuestros hijos”.
Para trabajar en la obra organizaron un taller intergeneracional en el que durante tres meses dieron voz a padres, hijos y abuelos. Se trataba de un experimento del que pretendían crear material para una futura obra donde los participantes podían manifestar sus miedos, sus deseos y sus ambiciones. “La fuerza con la que estábamos trabajando tenía tanto valor que decidimos que la obra debería ser eso mismo”.
La obra se convierte en una propuesta que desnuda los vínculos emocionales entre padres e hijos
La obra que recala en La Abadía se convierte en una propuesta que desnuda los vínculos emocionales entre padres e hijos. El hijo que quiero tener hila una dramaturgia no exenta de autocrítica, humor, ternura e ironía. “La educación ha cambiado mucho, cada vez resulta más difícil ponerte en el lugar del otro, entender por qué tu hijo disfruta saltando los charcos o por qué los padres proyectamos nuestros miedos coartando la libertad del otro. Por no hablar de lo difícil que es convivir en la jungla del parque, las comparaciones que establecemos entre nuestro hijos y esa tendencia que tenemos en meternos donde no nos llaman, por ejemplo, la educación que el de enfrente está dando a su hijo”.
En El hijo que quiero tener presente, pasado y futuro se fusionan en escena para desvelar historias que hablan en definitiva, de la vida, de cómo amamos a nuestros hijos y a nuestros padres, y de cómo nos cuesta, a veces, expresar nuestros sentimientos más simples y lo difícil que nos resulta comunicarnos. Actores y amateurs se suben al escenario para provocar una reflexión en el espectador. “No pretendemos dar consejos, para nosotros el teatro es un espacio para cambiar, un espacio para dar que pensar. Si llegamos a eso, nuestro objetivo ya está cumplido”, concluye.
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