Pamplona no es una manada, no. Aunque nos lo estén metiendo por los ojos y criminalizando día tras día.
Las manadas de violadores, de ladrones, de extorsionadores, de políticos en trama se acorralan con la ley. En Pamplona o en cualquier otra fiesta universal que no quiero nombrar porque sería injusto. Y ahí debe cerrarse el caso. Generalizar es un atropello inculto.
Pamplona es fiesta, es cachondeo sí, es lealtad. Pamplona es un clarete frío, muy frío, y otro con chistorra. Y vamos enfriando otra, por supuesto. ¿Hay más?
Pamplona, más que en ningún otro lado, es la amistad. Porque muchos nos vemos solo allí; apenas día y medio, pero como si fueran dos meses. Hay que ir al apartado, hay que seguir las dianas con el viejuno Quinto levanta y el todavía más todos lo curas quieren venir. Cada cual que elija su bar de cabecera. Se baila en el Casino, quedamos en el Gaucho. Y a los toros: no hay otra plaza igual en el mundo. No es incompatible en el gusto el silencio de La Maestranza -el galope del toro como único destello sonoro- con El Rey a todo trapo, soltando pulmones. Sevilla y Pamplona están entrelazadas en muchos nombres y familias conocidas, de las que no fallan ni aquí ni allí.
Y presiento que este año habrá tralla de Despacito. Quien vea falta de respeto al torero creo modestamente que está equivocado. En esa plaza -en el sol con la vena fuera, en la sombra como los entrenadores en el banquillo para que no te deletreen- se canta a revientacalderas. Por supuesto, figuras hubo en la historia que decidieron no volver jamás.
Pamplona es salir de los toros y volver a verse como, si en vez de dos horas, hubieran pasado otros trescientos días. Pamplona es una verbena de barras y serpentinas, de torear en el asfalto, y un placer en el salón del restaurante: las pochas, el pollo de corral, el chuletón. ¿Nos podría traer un poco más de chistorra, por favor?
Pamplona es la merienda deliciosa al champán. Pamplona es el aperitivo secreto en el Europa, es el champú en el Yoldi, son las mulillas con el pacharán y el habano. Siempre estaremos en el Kabiya. Suecos, franceses y americanos: una procesión de los que no fallan, de los que no se lo pierden porque saben que hay cuchi, cuchi, el quebranto de lo inolvidable.
Quien se extralimite, que no vuelva.
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