Las lámparas del Teatro del Liceo le ponían sonrisas de calabaza siniestra al discurso de Sánchez, que allí se creía, más que nunca, un tenor con faldones de piano de cola. Las lámparas o cabezas flotantes o fuegos fatuos miraban al presidente exactamente como lo mira el independentismo, con aviesa y macabra hilaridad. Mientras el presidente se canta arias de balcón y mandolina, o quizá sólo arias de cocinero, el independentismo le viene a decir, con sonrisa ubicua, oscura e infernal, que va apañado si cree que los indultos van a cambiar algo. El independentismo se ha negado a ir a aplaudirle como a un cantante de rancheras, pero dejó la platea llena de avisos de bruja, aspilleras y flechas de fuego que apuntaban a Sánchez como a un cadáver vikingo. Los espontáneos le recordaron a qué no van a renunciar nunca los socios y convidados de Sánchez, sus presos perdonados como pavos presidenciales, pero allí seguía el tenor, con su aria todo papada, gustándose él y gustando a un público como de Luis Cobos.
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