Debía haber llegado a las costas de Canarias pero terminó asomando por las playas de Belle Garden, un pueblo de la isla de Tobago. Un cayuco, con su casco repleto de muerte, atravesó el Atlántico y recorrió 5.000 kilómetros de distancia hasta quedar varado en pleno Caribe, a unos 100 kilómetros al noreste de Puerto España, la capital del país. En su interior, los agentes locales hallaron los restos del espeluznante naufragio: catorce cadáveres y un esqueleto, acompañados por media docena de teléfonos móviles y una exigua fortuna formada por unos cien euros y mil francos suizos.
Debieron morir un mes antes del hallazgo de los cadáveres
William Nurse, superintendente de la policía DE TRINIDAD Y TOBAGO
Desde entonces, los interrogantes rodean un caso que las autoridades de Trinidad y Tobago manejan con sigilo. El cayuco a la deriva siguió la ruta que Cristóbal Colón capitaneó cinco siglos antes en busca del continente americano. “No sabemos el momento exacto en el que dejaron Mauritania pero sí tenemos ya la fecha aproximada de su muerte. Debieron perecer un mes antes del hallazgo de los cadáveres”, señala a El Independiente William Nurse, superintendente de la policía trinitense, en una de las contadas declaraciones que ha ofrecido a la prensa. “En mis treinta años en el cuerpo nunca había visto nada similar. Es un caso singular”, confirma.
Dinero y unos móviles, las pruebas
Nurse fue uno de los primeros en examinar el cayuco y su reguero de fallecidos apilados en su geografía de madera. “Contemplé los catorce cuerpos. Estaban en un avanzado estado de descomposición, más allá de cualquier posibilidad de reconocimiento visual. Únicamente había un cuerpo que sí permitía identificarlo claramente como norteafricano. Pensamos que él o ella fue el último en morir”, relata.
Un pescador, camino de una jornada en el mar, fue el primero en dar el aviso. “Me llamó un compañero y me dijo que había una embarcación. Por el hedor que desprendía debía haber gente muerta. Fui a echar un vistazo y vi un cuerpo en la proa pero había más. Un solo cadáver no podía provocar ese olor”, reconoció el marinero a una emisora local.
Fueron los primeros instantes de un expediente aún abierto, que sucedió a finales de mayo y que aún está plagado de enigmas. ¿Cómo pudo la embarcación errar la singladura y acabar al otro lado del inmenso Atlántico? “No soy geógrafo. No tengo la menor idea”, replica Nurse. Las pertenencias halladas a bordo tampoco han arrojado luz suficiente para reconstruir la tragedia. “Encontramos entre cuatro y cinco móviles. Algunos estaban terriblemente corroídos y no fue posible extraer datos. De otros hemos recuperado los contactos que estaban guardados y nos dirigen a Mali y Mauritania”, detalla.
"Contemplé los catorce cuerpos. Estaban en un avanzado estado de descomposición, más allá de cualquier reconocimiento visual. No había visto nada como esto antes"
William Nurse, superintendente de la policía de Trinidad y Tobago
Según los investigadores, en virtud de su matrícula -AG231- la embarcación debió ser robada. El descubrimiento de un fajo de billetes, entre euros y francos suizos, también sorprende a los protagonistas de unas pesquisas que, completadas las autopsias, esperan ahora la respuesta mauritana para dirimir el destino de los cuerpos. “Podrían ser incinerados o enterrados. Estamos aguardando las gestiones entre ambos gobiernos”, desliza Nurse. Fallecieron de hipertermia y deshidratación.
En Canarias, el destino al que jamás arribaron, no existen más certezas. “No tenemos datos”, dice con amargura a este diario Awa Diop, de la Asociación de Mujeres Africanas en Canarias. “Debieron haber salido de Mauritania; se debió estropear uno o los dos motores que llevaban; debió haber un fallo en el GPS o en la brújula…”, barrunta como posibles escenarios del drama. “Éste es, sin embargo, un caso muy particular. No creo que haya muchos así. Es difícil rastrear el Atlántico en busca de cayucos como éste”, confirma.
El naufragio de los tres supervivientes
El desenlace de los quince cuerpos de Trinidad y Tobago desempolva el rescate que un helicóptero del ejército del aire firmó unas semanas antes, el 26 de abril. Acaeció fortuitamente a unos 500 kilómetros de El Hierro. Un cayuco, de unos quince metros de eslora, nunca parte con menos de 60 ocupantes. Entonces aparecieron 24 cadáveres y tres supervivientes, dos menores de edad y un adulto, Musa, que aún se recuperan del trayecto.
Se nos acabó la gasolina y estuvimos 22 días esperando a que alguien nos encontrara
MUSA, UNO DE LOS SUPERVIVIENTES del NAUFRAGIO DEL 26 DE ABRIL
“Salimos hacia Canarias la madrugada del 4 de abril. Perdimos el camino y estuvimos 22 días encima del mar. Se nos acabó la gasolina y estuvimos esperando a que alguien nos pudiera encontrar. Comenzamos el trayecto 59 personas, la mayoría jóvenes de Mali”, recuerda Musa. Con menos de un litro de agua por persona, los que iban falleciendo -vencidos por el hambre y la sed- eran arrojados por la borda al mar, convertido en la fosa común de los sin nombre.
“A diario recibimos llamadas de familiares, ya sea desde Senegal, Marruecos, Francia o Italia. Nos preguntan si hemos visto a su hijo, primo o hermano que salieron hace meses y de los que no se ha vuelto a saber”, comenta Diop. Hace unos días, activistas y migrantes se reunieron en el cementerio de Santa Lastenia, en Santa Cruz de Tenerife, frente a las lápidas sin identificar de quince de los náufragos de abril, la mayor tragedia vivida en Canarias desde 2009. “No son números. Todos nacieron con nombre y apellidos, aunque no los conozcamos. Hay padres, madres, hijos, mujeres o amigos que no los olvidan al otro lado del Atlántico”, esbozó frente al mármol Buba Konate, presidente de la comunidad maliense.
Sus biografías, cercenadas por el salitre, son un recordatorio fúnebre de la ruta canaria, unos de los itinerarios migratorios más peligrosos de Europa, que había hibernado durante años y que se halla al alza desde finales de 2019. Según datos proporcionados a este diario por la Agencia Europea de Control de Fronteras (Frontex), más de 550 migrantes llegaron a Canarias el mes pasado. Desde principios de este año las islas han recibido 5.250 migrantes, el doble de los registrados en el mismo periodo del año anterior. La mayoría proceden de Mali, Costa de Marfil y Marruecos. Ante el aumento de los últimos meses, Frontex ha desplegado 57 empleados en el archipiélago. “Antes del pasado noviembre teníamos cero personal. Estamos preparados para proporcionar incluso más asistencia si España lo solicita”, subrayan a El Independiente.
Los interrogantes del barco
Las cifras se corresponden solo a las travesías detectadas por Salvamento Marítimo en la zona de rescate asignada por la Organización Marítima Internacional, una inmensidad de 750.000 kilómetros cuadrados que representa una vez y media la superficie de España. El número real es aún mayor, perdido precisamente en las embarcaciones que quedaron varadas en alta mar, que no llegaron a puerto y acabaron tragadas por el océano. La localizada en Trinidad y Tobago es una “rara avis” de entre todas las que activistas y ONG dan por extraviadas.
Su antecedente más cercano es el yate que en 2006, en el marco de la crisis de los cayucos que se prolongó entre 2005 y 2009, acabó en Barbados, también en el Caribe. Se hallaron once cuerpos momificados. La otra treintena que había salido de Senegal fue pereciendo en un trayecto equivocado, que se desvío de la ruta canaria y puso rumbo hacia Brasil. “Tuvieron una avería y estuvieron a la deriva entre noviembre de 2005 y abril de 2006. Las condiciones en mitad del Atlántico son durísimas", cuenta a este diario Juan Manuel Pardellas, el periodista que cubrió en primera línea la catástrofe. Ahora prepara un libro con el testimonio de los familiares de las víctimas, a los que llegó a conocer durante un viaje a Dakar.
Son las mismas corrientes y el mismo viento que tomó Cristóbal Colón en su viaje de Canarias hacia América
Alonso Hernández, director del Instituto de Oceanografía y Cambio Global (Iocag)
“Estuve en las aldeas de Senegal de las que habían partido las víctimas. Algunos familiares se enteraron de la tragedia a través de mi“, rememora. Los expertos atribuyen el fatal desvío de la singladura a la Corriente de Canarias, que atrapa a la nave y la empuja hacia América. "Son las mismas corrientes y el mismo viento que tomó Colón de Canarias hacia América. Cogió la corriente canaria, en la dirección suroeste, y los vientos alisios, en la dirección oeste. La suma de los dos componentes te lleva a América", explica Alonso Hernández, director del Instituto de Oceanografía y Cambio Global (Iocag) de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. "El cayuco no perdió el rumbo. Se quedó sin motor entre el sur del Sáhara y Canarias y fue arrastrado por la corriente y el viento hacia América", agrega.
A unos siete kilómetros de Belle Garden, concluyó el viaje -después de muertos- de quince almas que buscaban cumplir el sueño de una vida mejor. "Y todos los cayucos que no han aparecido y que desconocemos. Algunos se hunden en dirección a América por la mala mar y no llegan a ninguna parte", advierte Hernández.
Los cuerpos de los náufragos más recientes, vestidos aún con chándales y chubasqueros verdes, aguardan ahora en una morgue trinitense. Su óbito sigue instalado en zona de sombras. “Hay muchos interrogantes. Entre ellos, ¿Por qué llevaban francos suizos? Es un dato muy extraño. Los teléfonos deberían proporcionar información para, al menos, ayudar a la identificación”, apunta Txema Santana, asesor del Gobierno canario en Migraciones. Diop, que mantiene contacto con quienes buscan desesperadamente a los se llevó el mar, sabe algunas de las respuestas. “Nunca sabremos sus identidades. Nunca lograremos identificar con precisión de dónde partieron. Por desgracia, serán de aquellos de los que no sabemos su historia”, pronostica.
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