En el año 2002 el lince ibérico estaba en peligro crítico de extinción, un eslabón por encima de su desaparición. Hoy se cuentan 1.111 ejemplares censados en la naturaleza y el Lynx pardinus se expande exitosamente por la península ibérica. La protección de la especie y la inversión en los centros de cría ha revertido la situación de extrema gravedad del lince, si bien está lejos todavía de abandonar el riesgo de extinción.
Los centros de cría gestionados por Parques Nacionales, institución dependiente del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO), han asistido al nacimiento de 238 ejemplares desde que se crearon, de los que 150 han sido liberados en el medio natural. Sólo esta temporada, recién terminada, han nacido 23 linces entre los centros que pertenecen al Programa ex-situ del Lince Ibérico: el pionero de El Acebuche, en Doñana (Huelva) y el de Zarza de Granadilla (Cáceres). Visitamos este último donde nos esperan 12 nuevos cachorros de este carnívoro endémico de la península.
"Hace 20 años pensábamos que en esta década habrían desaparecido los linces, pero estamos en máximos", cuenta Maite Ríos, coordinadora del centro de cría de Zarza de Granadilla. Se trata de un hito en la conservación de la naturaleza en España. "No salvar al lince ibérico sería como perder el Museo del Prado. Al final es identidad, nos hace ibéricos", mantiene la coordinadora. El éxito del proyecto de salvar a este depredador de nuestra naturaleza es motivo de orgullo de cuantos están implicados. Jorge Barciela, veterinario del centro, intentó varias veces entrar en el proyecto. Cuando finalmente lo consiguió se tatuó en su brazo derecho un retrato de Gazpacho, uno de los linces más importantes del proyecto y cuya valiosa genética está presente en varias camadas nacidas de sus centros.
“El programa ex-situ está destinado a la cría en cautividad de ejemplares aptos para vivir en libertad, para hacer las reintroducciones, y también para mantener un pool genético. Una reserva, una representación de la genética que hay en el campo en el caso de que volviera a ver un fenómeno que llevara a la especie al peligro de extinción”, nos explica Ríos.
Nos lo cuenta mientras camina el espacio que separa a los recintos de los linces de los humanos que, sin ser ellos conscientes, les cuidan, alimentan y vigilan. En el centro hay en este momento 39 linces, nadie se puede acercar a ellos salvo los cuidadores. Están repartidos entre 19 diferentes cercos. 16 de estos cercos son de reproducción y cría, los tres cercos restantes, tres veces más grandes, son de para la introducción, allí adquieren las habilidades para vivir en libertad.
En el centro se reproducen las condiciones de vida del exterior. Les dan alimento vivo, conejos, la mayoría de las veces, que es su alimento principal en el medio natural. Una parte de los linces son patrimonio genético, no saldrán de la cautividad, son varias parejas de adultos que se dedican a la reproducción. Son los que más contacto tienen con los humanos, los demás, los destinados a su reintroducción, apenas tienen contacto con sus cuidadores, ni los ven. Las pautas alimenticias no siguen rutinas diarias, no hay hora de comer, incluso les hacen ayunar días enteros, porque en libertad no siempre van encontrar una presa con la que saciar su hambre.
"Nosotros somos el mayor peligro para la especie"
Maite Ríos, coordinadora del centro de cría de Zarza de Granadilla
Como su mayor peligro una vez están sueltos en la naturaleza son los humanos, están obligados a trabajar esa relación. "Cuando la camada está preparada para campo hacemos un muestreo de huida. Entramos a ver cómo reacciona el animal. Lo normal es que huyan o se escondan pero si alguno se muestra cercano a nosotros lo que aplicamos es un susto. Les asustamos para que tengan esa cautela al ser liberados. Nosotros somos el mayor peligro para la especie", afirma. Los atropellos son el peligro más conocido, pero una de las grandes amenazas de los linces es la caza furtiva, "aunque parezca mentira, -destaca Ríos- sigue existiendo en nuestro país".
Los felinos están monitorizados las 24 horas para estudiar su comportamiento y advertir de cualquier anomalía y urgencia que pueda surgir en las instalaciones. La monitorización es clave para ver si los felinos están desarrollando la técnica de caza y los instintos de supervivencia necesarios para poder ser liberados.
"Cada hora se buscan a los todos los linces del centro y se apunta qué está haciendo cada uno de los ejemplares. Todo esto genera muchos datos que analizamos para realizar estudios etológicos", explica el biólogo Carles Saurina. Él empezó como voluntario en el centro realizando esa labor, que cuando visitamos el centro realiza Elena Trincado. Una voluntaria madrileña, estudiante de Ambientología, que durante tres meses trabajará recopilando datos de los felinos. Tanto los voluntarios como la coordinadora residen en el centro.
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