Tomarse vacaciones, dice Cristina Cifuentes, es "alternativa voluntaria". No le falta razón a la presidenta de la Comunidad de Madrid. El mundo, de hecho, está lleno de cosas voluntarias, sobre todo cuando uno es el jefe. O la jefa. El resto, las llamamos derechos.
Lo de descansar unos días en verano le parece totalmente opcional a la presidenta de la Comunidad de Madrid, aunque reconoce que "es una cosa muy buena". La expresión "cosa muy buena" referida a tomarse vacaciones seguramente sea lo más aristocrático que le hemos oído a Cifuentes. Suena a uno de esos titulares de la revista Hola en la que un noble reconoce mientras sujeta una taza de porcelana con el meñique estirado que le encanta hacerse la comida o encargarse de ir a buscar los niños al cole. Delata ante la plebe una lejana condescendencia a caballo entre la ingenuidad y el recochineo.
Con lo bien que había trabajado Cifuentes esa imagen de mujer moderna, que lleva tatuajes, monta en bici y compra en Zara. Y la acaba de echar a perder reconociendo sin tapujos que eso de irse de vacaciones poco menos que le da pereza. Porque confundir derechos con caprichos es un desliz propio del que está acostumbrado a dar por hecho lo que al resto le cuesta mucho conseguir.
Ya nadie la verá como una más. Igual que cuando Zapatero dijo en televisión que un café costaba 80 céntimos. Es el tipo de gestos que te aleja de un plumazo del común de los mortales y luego no hay foto de un viaje en metro que lo arregle.
La buena noticia del revuelo que han montado las declaraciones de Cifuentes es que con ellas podemos dar por finiquitada, ahora sí que sí, la crisis económica. El indicio definitivo no ha sido lo llenas que están las terrazas en verano, sino que España se indigne porque un político se quede trabajando en agosto.
Este es el tercer verano que Cifuentes se queda trabajando en Madrid, pero el primero que ha causado tanta polémica. En 2015, tras apenas dos meses como presidenta regional, no se fue de vacaciones con su familia porque quería resolver muchos asuntos pendientes. El pasado verano, cuando criticó a Pedro Sánchez por estar en un chiringuito de Mojácar con España en funciones, tampoco se formó revuelo alguno.
Pero ha calculado mal la presidenta regional el agotamiento del personal. Quedarse trabajando este verano, más que empatía, ha generado estupor. Los ciudadanos están hartos. Y exigen su derecho a descansar, también, de sus políticos.
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