Alemania, Bélgica, Países Bajos y más recientemente Austria han sido los cuatro países más afectados por las fuertes lluvias que han desbordado ríos como el Ahr o el Erf. Los efectos de la acumulación del agua - que llegó a superar los 100 litros por metro cuadrado en varias localidades - dejó anegadas numerosas calles y reducidas a escombros casas, edificios y negocios.
Los datos que más preocupan son los de los miles de desaparecidos que las riadas han dejado, así como los cientos de muertos registrados: mientras que en los Estados Federados de Renania-Palatinado y Renania del Norte-Westfalia (Alemania) se han contabilizado más de 160 fallecidos, al menos una treintena de personas han perdido la vida en las provincias belgas más afectadas, como la de Lieja.
Durante los últimos años ya se ha venido presenciando un aumento de fenómenos meteorológicos extremos, como cambios de temperatura muy bruscos o fuertes borrascas. Sin embargo, estas últimas lluvias se suman a la locura meteorológica internacional que ha protagonizado la primera mitad del año 2021.
Desde “Filomena” hasta el calor infernal en Lytton
Si por algo se está caracterizando 2021 - además de por la crisis provocada por el coronavirus - es por ser un año de sorprendentes cambios en lo que al tiempo se refiere. Siete días después de que los españoles se comiesen las doce uvas que marcaban el final del 2020, la inolvidable borrasca “Filomena” llegaba a España, haciéndose esperar principalmente en Madrid.
La nieve, que durante los primeros días hizo las delicias de niños y adultos a lo largo y ancho de la comunidad, acabó convirtiéndose en un suplicio para sus habitantes. En 24 horas llegaron a registrarse hasta 20 centímetros de precipitaciones, lo que paralizó como nunca antes a la capital de España. Desabastecimiento de supermercados, carreteras cortadas y la muerte de animales de granja, que no pudieron soportar las temperaturas bajo cero de la ahora conocida como “la nevada del siglo”, fueron el día a día durante al menos una semana de los madrileños.
Seis meses después de “Filomena” y a más de 8.000 kilómetros de España, uno de los países más fríos del mundo se convertía en la parrilla del planeta. Canadá, donde la temperatura en verano ronda los 25º, batía récords mundiales al rozar los 50º en Lytton, un minúsculo pueblo de 250 habitantes al noroeste del país.
El calor inaguantable registrado en Norteamérica (algunos estados de EE.UU. también sufrieron la ola de calor durante mediados-finales de junio) obligaron a las autoridades canadienses y estadounidenses a habilitar espacios refrigerados. Con ellos, se pretendía facilitar el descanso de la población, quien no contaba con tan elevadas temperaturas. A pesar de ello, decenas de muertes se contabilizaron día tras día hasta que el “domo de calor” - aire estático a alta presión - abandonó dichas zonas.
A estos atípicos cambios de temperatura y fenómenos atmosféricos se ha unido Rusia. El país euroasiático, que también se encuentra entre las naciones que registran temperaturas más bajas a nivel internacional anualmente, ha sufrido en tan solo tres semanas dos olas de calor. Los rusos han tenido que soportar hasta 35ºC en los días de más sofocantes, 15º por encima de lo habitual en verano. Con ello, Rusia ha registrado el mes de junio más caluroso de su historia en más de 100 años.
¿Casualidad o cambio climático?
Los políticos alemanes no han dudado en acusar al cambio climático de las lluvias torrenciales y de la devastación que ha traído consigo. El presidente germano, Frank-Walter Steinmeier, insistió en la necesidad de “comprometerse con decisión” para controlar los "fenómenos meteorológicos extremos” que trae consigo el cambio del clima; discurso similar al pronunciado por el candidato al partido conservador de Merkel, Armin Laschet: “Esta situación significa que tenemos que acelerar las medidas de protección climática a nivel nacional, europeo y mundial”.
La ministra de Medio Ambiente, Svenja Schulze, publicaba en Twitter que la intensidad de las precipitaciones "muestran la fuerza con la que las consecuencias del cambio climático pueden afectarnos a todos y lo importante que es prepararse aún mejor para eventos climáticos extremos en el futuro".
La última figura política que ha señalado hacia el cambio climático como responsable de esta situación ha sido la canciller alemana, Angela Merkel, quien ha animado durante su viaje a las zonas afectadas a “darse prisa” para acabar cuanto antes con la “crisis climática”.
Pero ¿hasta qué punto el cambio climático ha podido influir en las lluvias en Alemania, Bélgica u Holanda? Desde la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) consideran muy probable que el vigor de las precipitaciones estén relacionados con ello.
“Lo sucedido se alinea con lo previsto en una situación de cambio climático como la que estamos inmersos. Desde hace ya décadas se viene avisando e incluso alertando de que los fenómenos adversos, los fenómenos extremos, como por ejemplo las lluvias torrenciales, serán cada vez más frecuentes e intensos”, explica la portavoz de AEMET, Beatriz Hervella, a El Independiente.
Sin embargo, Hervella advierte de la necesidad de realizar un estudio específico de atribución - estudio necesario para conocer en qué medida la acción del hombre se relaciona con eventos meteorológicos extremos - “para concluir y determinar que el cambio climático es el mayor forzamiento responsable de las inundaciones en Alemania”.
Esta duda, no obstante, ya se ha resuelto en el caso de las olas de calor producidas en Norteamérica mediante la realización de dichos estudios. El resultado: es prácticamente imposible que Lytton hubiese llegado hasta los 50º sin el cambio climático. “En el caso específico de la ola de calor que asoló Canadá y el noroeste de EE.UU., se ha concluido que, sin cambio climático, sería 150 veces menos probable este episodio”, comenta Hervilla.
A pesar del panorama que se presenta si continuamos contribuyendo a amplificar los efectos del cambio climático, existe cierto optimismo si se consigue concienciar a los ciudadanos a nivel mundial. Desde la AEMET afirman que aún es posible reducir sus consecuencias, aunque este será un proceso complejo y lento.
“Nuestra capacidad de actuación aún existe, pero al tratarse de gases acumulados, reducir las emisiones (de CO2) supone trabajar en cómo van a ser las próximas décadas. Es decir, modificar las emisiones ahora no tiene un efecto inmediato, pero servirá para mitigar en mayor o menor medida los efectos de un cambio climático que ya nos está afectando pero que podemos atenuar en el futuro”, afirma la portavoz de la AEMET.
Ahora, ciudades como Pepinster en Bélgica o Bad Neuenahr en Alemania tratan de volver a la rutina, aunque antes deberán reconstruir viviendas, limpiar carreteras e intentar salvar puentes y otras infraestructuras que facilitan la vida en estos territorios. Mientras, el resto del mundo espera a que un nuevo episodio meteorológico de dimensiones similares se produzca en cualquier otro punto del planeta.
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