Durante cerca de cuatro milenios permaneció asida al cuerpo de un difunto. Fue símbolo de la alta alcurnia de su propietario y, tal vez también, de su agallas como guerrero en el campo de batalla. Camuflada durante milenios de los cazatesoros, una misión andaluza ha hallado entre los vendajes del sacerdote Khema una espectacular daga de cobre. Una joya de 28 centímetros que inaugura la serie que El Independiente dedica a objetos descubiertos en los últimos años por expediciones españolas en la tierra de los faraones.
El arma, de la que no se han encontrado ejemplares similares en siete décadas, asomó en una de las tumbas de la necrópolis que el equipo de la Universidad de Jaén excava desde hace trece años en la árida colina de Qubbet el Hawa, en la actual Asuán, a unos 850 kilómetros al sur de El Cairo. “Al retirar la momia vimos que había un objeto junto a su pelvis que no era parte de los restos óseos. Se trataba de una daga en perfecto estado de conservación”, explica a este diario Alejandro Jiménez Serrano, el director de una de las misiones con más solera de la Egiptología española.
Las instantáneas que acompañan estas líneas son la prueba del levantamiento de un cadáver que fue enterrado hacia el 1825 a.C., en un período indeterminado que comprende el final del reinado de Senusret III y los primeros años del faraón Amenemhat III en palacio. El finado abrazó la vida eterna desde la sepultura QH33, una de las oquedades horadadas en la montaña de Qubbet el Hawa para albergar a los gobernadores de Elefantina, un estratégico enclave fronterizo entre Egipto y Nubia. La amplia tumba era un complejo funerario para dos gobernadores de finales de la dinastía XII que contiene, además, otras cinco cámaras funerarias contemporáneas a las de ambos dirigentes.
En una pared de una gran capilla funeraria
“Cuando excavamos el gran complejo funerario QH33, sabíamos que el plano de capilla funeraria era exactamente igual que la de Sarenput II y ésta tenía dos cámara en el lienzo sur”, detalla el “mudir” (director, en árabe). “Una la habíamos descubierto en 2008, intacta, aunque con enterramientos muy posteriores que habían reutilizado la cámara. Soñábamos que las coincidencias con Sarenput II se repitieran con una segunda cámara y, tras un par de semanas de excavación llegamos a los niveles en los que tendríamos que ver si se confirmaba la presencia de la segunda cámara”, evoca.
Lo que no esperábamos es que estuviera sellada y que ese cierre fuera original. Nadie había abierto ese enterramiento desde el 1825 a.C.
Las cábalas se demostraron ciertas cuando los obreros retiraron capas de sedimentos de las húmedas entrañas de la capilla. “Lo que no esperábamos es que estuviera sellada y que ese cierre fuera original. Nadie había abierto ese enterramiento desde el 1825 a.C. Tras una apertura parcial y un reconocimiento preliminar documentado fotográficamente, volvimos a sellar la sepultura hasta que la capilla funeraria estuviera completamente excavada”, comenta Jiménez Serrano. Tres campañas más tarde, la cámara funeraria emergió en todo su esplendor.
“Abrimos definitivamente la cámara y tuvimos acceso al magnífico ataúd de madera de cedro así como al ajuar”, rememora. “Fue un momento bastante emocionante. Era la primera vez que descubríamos a un individuo que pertenecía al grupo familiar que había construido las tumbas que estábamos excavando. Era estar cara a cara con uno de esos protagonistas”, desgrana. Tras milenios de letargo, resucitar a un muerto implica ciertas complicaciones. “Nos ocupamos en primer lugar de tratar de consolidar lo que quedaba del ataúd exterior donde estaba la inscripción con su título de sacerdote”.
Un ajuar muy escaso
Los féretros habían resistido al tiempo con evidentes achaques. “El ataúd exterior era de madera local de acacia cubierto de estuco y pintado. Se conservó muy mal. Apenas había quedado la zona en la que se mencionaba su título como sacerdote. Tuvimos que aplicar consolidante, esperar a que se secara y luego extraerlo sin que se rompiera porque estaba completamente destruido por la acción de las termitas.”, sostiene el arqueólogo. El ataúd interior, en cambio, presumía de mejor salud. “Era de madera de importación de cedro del Líbano que se conseguía a partir de las misiones que enviaba al rey a la ciudad de Biblos. El faraón lo redistribuía entre los individuos que pertenecían a la clase dirigente egipcia”, agrega.
Las maderas guardaban una sorpresa: la daga. “En la ingle del difunto había un objeto extraño: se trataba de una daga de cobre con empuñadura de plata, marfil y ébano. Uno de los ejemplos más finos y de mejor calidad hallados en Egipto”, se jacta el investigador jienense. “Nos confirmaba que los miembros de la familia gobernante de Elefantina tenían acceso a objetos de alta calidad, que seguramente fueron realizados por los artesanos del palacio real”, desliza.
"Es como si la llevara colgada al cinto. Lo que me llamó la atención es que estaba situada en la parte izquierda para ser prendida por el difunto con su mano derecha"
ALEJANDRO JIMÉNEZ SERRANO, DIRECTOR DE QUBBET EL HAWA
La posición en la que el arma blanca había transitado por el más allá no resultaba, en ningún caso, baladí. “Es como si la llevara colgada al cinto. Lo que me llamó la atención es que estaba situada en la parte izquierda para ser prendida por el difunto con su mano derecha”, advierte el director de la misión. El segundo ataúd confirmó la identidad de su propietario. “Era un sacerdote que se llamaba Khema y que murió alrededor de los 25 años por razones desconocidas, quizás por una enfermedad infecciosa. Tenía rasgos negroides y era un individuo muy robusto”, estima el proyecto.
La daga era uno de los contados integrantes de un ajuar extremadamente exiguo, norma en los enterramientos de la última etapa del Reino Medio. “Vivió en un momento en el que cambian las costumbres funerarias de tal forma que los enterramientos masculinos no se acompañan de un ajuar funerario diverso. Aparte de la daga, desgraciadamente solo había un par de vasitos de anhidrita que fueron robados en 2013 de un almacén de Elefantina”, constata Jiménez Serrano. “Lo más llamativo es que cuando cogí uno de aquellos vasos y, a pesar de que el tapón había desaparecido, tuve la suerte de oler a flores, el contenido original del perfume. Tenía un olor muy interesante. Rara vez tiene en una excavación en Egipto la posibilidad de oler un perfume antiguo”.
Una elaboración exquisita
La daga, no obstante, constituía el gran tesoro que desempolvó la sepultura de Khema. “Está realizada en bronce, plata y madera tropical, seguramente ébano, y marfil. En esa daga lo que tenemos son, ni más ni menos, productos que vienen del exterior de Egipto. El bronce es importado del Próximo Oriente o el Sinaí. La plata procede probablemente de Anatolia (actual Turquía). La madera tropical llegaba de los bosques tropicales africanos y el marfil del Alto Nilo”.
La pieza, exquisitamente elaborada, presenta un cuerpo de bronce mientras que el mango está compuesto de plata, marfil y madera tropical. Bajo su homogénea apariencia se esconden hasta cinco partes, desde la empuñadura hasta el cuerpo en forma de espiga, perfectamente ensambladas. El pormenorizado estudio del objeto ha permitido confirmar que no existe ningún rastro de uso. Su presencia y la calidad de sus acabados son pesquisas sobre el estatus de Khema.
“Es un objeto de uso funerario que va a acompañar al difunto en el Más Allá y le va ayudar a protegerse de los peligros que puede afrontar. Al mismo tiempo, nos informa de su posición social. Es una minoría la que tiene acceso a una pieza de tanto valor”, subraya Jiménez Serrano. La daga es uno de los tesoros de la exposición dedicada a la misión española que, aplazada por la propagación del coronavirus, espera abrir sus puertas el próximo noviembre en el Museo Nubio de Asuán. “Se trata de la primera daga que hemos descubierto en los últimos setenta años y con una contextualización arqueológica seria”.
Las tesis del equipo es que Khema perteneció a la alta sociedad de la época. “Es posible que no solo hubiera sido parte de la familia gobernante sino también del séquito de los gobernadores de Elefantina que dirigieron las expediciones a Nubia y el sur de África”, apunta la expedición. El ataúd interno que albergaba la daga junto a los restos del difunto también está aportando parte de la información que el tiempo borró.
"Es posible que Khema no solo hubiera sido parte de la familia gobernante sino también del séquito de los gobernadores de Elefantina que dirigieron las expediciones a Nubia y el sur de África"
ALEJANDRO JIMÉNEZ SERRANO, DIRECTOR DE QUBBET EL HAWA
En busca de la memoria de la madera
Un estudio, que se publicará próximamente en una de las revistas más prestigiosas de la arqueología internacional, arrojará luz sobre el proceso de construcción de los ataúdes. La dendrocronología, la ciencia dedicada a datar los anillos de crecimiento de las plantas arbóreas, ha arrojado nueva luz.
Ahora sabemos que cortaron el árbol, sacaron los tablones y construyeron dos ataúdes
“Unos años después de este hallazgo, encontramos otro ataúd en otra parte de la necrópolis. Ambos ataúdes habían sido cortados del mismo árbol con lo que hemos podido establecer una sincronía entre dos espacios arqueológicos que en principio sería difícil de conectar”, arguye el arqueólogo. “Lo que sí tenemos claro es que no fabricaban los ataúdes en Elefantina sino probablemente en el medio Egipto aunque, por desgracia, no se han hallado estos talleres de carpintería”.
El resultado es una reivindicación de la memoria que quedó extraviada hace milenios. "Ahora sabemos que cortaron el árbol, sacaron los tablones y construyeron dos ataúdes. Tenemos a dos personas que recibieron el mismo cargamento procedente de Biblos (una ciudad del actual Líbano). Nos permite conectarlos muy cerca en el tiempo, vinculados seguramente a la misma familia”, murmura Jiménez Serrano. No todos los enigmas han sido descifrados. La daga que resucitó de entre los muertos suscita aún preguntas sin respuesta. “No se puede resolver el interrogante de si la daga era propiedad de Khema cuando todavía estaba vivo o si le fue entregada para el más allá”, reconoce el director de Qubbet el Hawa.
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