Noventa y tres años cumpliría hoy uno de los artistas más influyentes del siglo XX, fundador del movimiento pop art y figura icónica de la noche neoyorkina durante los años 60, 70 y 80. Andrew Warhola (Pittsburgh 6 de agosto de 1928 - Nueva York 22 de febrero de 1987), mejor conocido como Andy Warhol, consiguió convertir a través de su arte, derivado de sus conocimientos en publicidad, en productos de consumo tanto a materiales como a las figuras más célebres de estas décadas.
Con ello, logró que los artistas de la época abandonasen el expresionismo abstracto que tanto le horrorizaba y que apostasen por un arte figurativo, divertido, irónico y descarado en ciertas ocasiones. A continuación, repasamos 10 de las más representativas obras del estadounidense y la historia detrás de ellas.
Latas de sopa Campbell's, 1962
Los 32 lienzos diferentes que Warhol creó con las latas de sopa Campbell's como protagonistas - cada una de un sabor distinto - supusieron el primero de sus éxitos artísticos, con los que se estrenó en su primera exposición individual.
¿Y qué sentido tenía pintar unas básicas latas de comida precocinada? El pintor encontraba en ellas confort. En la despensa del artista, al igual que en la de miles de familias norteamericanas, no podían faltar estas sopas. Eran un producto y una marca conocidos y consumidos por toda población. Además, Warhol consideraba que el arte no debía estar restringido a unos pocos privilegiados. En cambio, este debía poder ser comprendido por cualquier persona, fueran sus circunstancias cuales fuesen.
Por tanto, uno de los objetivos clave del pintor era representar productos populares - de ahí que este tipo de arte se conozca como pop art o arte popular - que carecen del sentimentalismo que otras corrientes artísticas incorporan a las obras y consigue despersonificar mediante la seriación de las pinturas.
Díptico de Marilyn, 1962
El rostro de Marilyn Monroe repetido una y otra vez en diversos colores y colocados uno tras otro es una de las obras más reconocidas, junto con las latas de sopa, de Warhol. Con la noticia de que la aclamada actriz había sido hallada muerta en su dormitorio de Brentwood (California), el artista encontró en el suicidio de la diva americana la perfecta metáfora de lo que conlleva la fama.
Con la idea de representar las diferentes facetas que la figura de Monroe había mostrado a lo largo de su carrera profesional, decidió que era una buena idea duplicar tantas veces fueran necesarias su faz. Para ello utilizó la serigrafía, técnica poco común por aquel entonces de la que hizo su marca personal y que le supuso más de una crítica desde el sector pictórico.
Así, tomando como referencia una fotografía de la actriz en una de sus películas de mayor éxito: Niágara (1952), el pintor también cuestiona la idea de exclusividad que se solía reflejar de Marilyn Monroe mediante la continua repetición de su representación en el díptico. Por su parte, el uso de múltiples colores en cada una de las imágenes demostraba que, a pesar de la glorificación que se había hecho de la celebridad, existía una mujer compleja y llena de matices, mucho más allá de la guapa intérprete.
Con este conjunto de retratos, Andy Warhol consiguió plantear sobre la sociedad consumista americana la pregunta de hasta qué punto había sido Marilyn víctima del éxito de masas.
Elvis, 1963
Esta obra, también famosa por duplicar la imagen del cantante en dos y tres ocasiones en el mismo lienzo (Doble Elvis y Triple Elvis, respectivamente), fue creada por el excéntrico artista a principios de los 60, cuando ya Presley había dejado su época dorada en los años 50.
Su famoso giro de caderas y tupé comenzaban a quedarse anticuados ante la llegada de nuevas personalidades al mundo musical, y fue por eso mismo que Andy Warhol decidió representarlo. Presley supuso, como en el caso de Monroe, todo un hito cultural que desató pasiones. Por eso mismo, decidió rendir homenaje al rey del rock por su aportación a la vida de tantos estadounidenses.
Sin embargo, otros motivos existían detrás de la representación del cantante. Como con todas las celebridades que fueron protagonistas de su obra, Warhol encontraba en Presley algo que le unía a él. Ambos procedían de familias humildes y habían llegado a lo más alto por su esfuerzo y talento innato, pero también los dos personajes se encontraron en una espiral de drogas, alcohol y depresión provocada por la abrumadora fama.
En Elvis, Warhol utilizó una imagen del cantante y actor en la película western Flaming Star (1960), que aparece en un fondo plateado. El uso de este color, además de aportar el glamour que la estrella merecía, le permitió que las serigrafías superpuestas en Doble y Triple Elvis se pudiesen contemplar con mayor facilidad. La decisión de duplicar y triplicar la imagen del músico buscaba dar movilidad a la pintura.
Liz, 1965
Elizabeth Taylor, al igual que Monroe y Preysler, fue una de las musas del artista estadounidense por su popularidad y porque, durante un tiempo, todo lo que tocaba se convertía en oro. Sin embargo, Taylor compartía con las anteriores celebridades un halo de tristeza y escándalos públicamente conocidos, como el fracaso de sus matrimonios o su experiencia cercana a la muerte mientras grababa Cleopatra (1963).
Warhol utilizó el rostro de la actriz hasta en 13 lienzos, para los cuales utilizó una de las fotografías empleadas durante la promoción de la película Butterfield 8, de la que fue protagonista. Para resaltar su retrato y aportarle de la elegancia que caracterizaba a Elizabeth Taylor, el artista decidió pintar de vibrante azul sus párpados y de un rojo pasión sus labios.
Vaca, 1966
"¿Y si pintas unas vacas?". Esta fue la pregunta que el director de la galería Castelli, Ivan Karp, realizó al pintor en 1966 ante la futura exposición de sus obras en este espacio de arte localizado en Nueva York. "Son increíblemente bucólicas y una imagen muy presente en la historia del arte".
La idea del galerista gustó a Warhol, quien encontró en la mezcla del bovino y su arte una forma de generar simpatía sobre el espectador ante la imagen del animal; así como desconcierto por el uso de excéntricos y chillones colores al crear tres diferentes versiones de la original a lo largo de los años. El encargado de seleccionar la fotografía en la que basó el pintor su popular vaca fue Gerard Malanga, que se ocupaba de imprimir las imágenes que Andy Warhol luego convertía en serigrafías.
De acuerdo al artista, cuando le enseñó por primera vez a Karp el resultado de su propuesta, éste reaccionó sorprendido y emocionado: "¡Son súper-pastoriles! ¡Son ridículas! ¡Son extremadamente llamativas y vulgares!".
Mao, 1972
En plena Guerra Fría y con motivo del primer encuentro entre el presidente estadounidense Richard Nixon y el dictador chino Mao Zedong, Warhol apostó por convertir al mandatario asiático en un producto de consumo, como ya había venido haciendo con el resto de personalidades retratadas en sus trabajos.
Este aparente simple cuadro esconde tras cada trazo y detalle múltiples significados. Para el retrato, Warhol se decantó por una fotografía del dictador utilizada como propaganda totalitaria. El uso del color azul - que en la cultura china significa calma y paz - como fondo liso en el que se encuadra su imagen es utilizado por Warhol a modo de crítica de su régimen, en el que fueron asesinadas centenares de millones de personas.
Aunque, si hay algo que llama especialmente la atención, son los colores vivos que el pintor usa en la cara del dictador. La intensidad del rojo de sus ojos refleja la maldad del protagonista, al que pinta los labios y tiñe las mejillas de colores similares. Con ello, ridiculiza y banaliza la temida figura del mandatario chino, al igualarlo al resto de las celebridades representadas por el estadounidense.
Ashaf Pahlavi, princesa de Irán, 1978; Mohammad Reza Shah Pahlavi, sha de Irán, 1978; Farah Diba Pahlavi, emperatriz de Irán, 1977
El gran prestigio de Warhol como publicista y su capacidad de conseguir que cualquier cosa o persona se convirtiese en un gran éxito hizo que desde Irán se fijasen en el artista para iniciar una campaña propagandística de remodelación del país.
Ante una situación de enorme modernización y teniendo en cuenta que la monarquía iraní era una apasionada del arte contemporáneo - contaban con una extensa colección de obras - a finales de los años 70, el embajador de Irán ante las Naciones Unidas propuso al pintor norteamericano una serie de encargos, comenzando con un retrato de la emperatriz Farah Diba.
Andy Warhol aceptó representar entre 1977 y 1978 a la emperatriz, a la princesa Ashaf Pahlavi y al sha Mohammad Reza Shah Pahlavi, aunque el pintor fue fiel a su forma de comprender y hacer arte. Así, al lujo que estos retratos reflejan, también incluyó una sutil y velada crítica al excesivo poder de los protagonistas del tríptico.
Pistola, 1981
En esta obra, Warhol representa la experiencia más traumática de su vida: el intento de asesinato que sufrió por parte de Valerie Jean Solansas. La joven de 28 años acusaba al pintor de haberse hecho con una obra teatral suya, cuyo guión había presentado al también cineasta dos años antes del incidente, que tuvo lugar en 1968.
Jean Solansas sacó el revólver que el pintor serigrafió hasta en 200 ocasiones y que utilizó por primera vez en su obra trece años después del altercado. Además de disparar contra Warhol, a quien atacó hasta en tres ocasiones, la aspirante a directora teatral también la emprendió contra el crítico de arte Mario Amaya y el gerente de Warhol, Fred Hughes.
A pesar de que Warhol consiguió mantenerse con vida tras el intento de la joven de acabar con ella en las inmediaciones del estudio del artista, el mejor conocido como Factory, el padre del pop art aseguró en una entrevista a The New York Times que desde aquel momento “No sé de qué va nada. Como si ni siquiera supiera si estoy realmente vivo o morí”.
Signo del dólar, 1981
Warhol no se escondía: le gustaba - y mucho - el dinero. Considerando que sus orígenes eran de lo más humildes, el niño nacido en Pittsburg (Pensilvania) había conseguido crecer y convertirse en un hombre rico que podía permitirse cualquier tipo de lujo y excentricidad.
No obstante, la serie protagonizada por el símbolo del dólar que él mismo había dibujado y que había sido creada en 1981 también representaba la situación del momento. Con Reagan a los mandos de la primera potencia mundial, el comercialismo y materialismo estaban más presentes que nunca en la política del país, algo que el pintor celebraba: "Hacer dinero es arte, trabajar es arte y hacer buenos negocios es el mejor arte".
Sesenta últimas cenas, 1986
Entre las últimas obras de Warhol se encuentra Sesenta últimas cenas, que surge tras la idea del galerista Alexander Iolas. En ella, Warhol se apropia de uno de los cuadros más famosos de Da Vinci. Para ello, hace que esta archiconocida pintura aparezca repetida continuamente en blanco y negro, y con cada una de las repeticiones conteniendo algún detalle distinto y exclusivo.
Con ella, tal y como explican desde la casa de subastas Christie's, el espectador reflexiona acerca de la concepción de qué es o deja de ser contenido original del artista, así como el papel de la seriación en estos casos; volviendo de esta manera a las preguntas que los más críticos con Warhol se hicieron en un primer momento.
Por supuesto, tampoco podía faltar el lado más personal del estadounidense en esta colección. Su familia era muy religiosa y los valores cristianos siempre habían estado presentes en la vida de Warhol, aunque estos se habían acentuado a medida que el artista se acercaba a su muerte: "Sesenta últimas cenas marcó la culminación de un proceso de aceptación: la imagen final de comunión y perdón", aseguran desde Christie's.
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