Los talibán han insistido durante las últimas semanas, desde su ocupación de la capital afgana, en enviar un mensaje tranquilizador a la población. A través de las imágenes que se hicieron virales en las que los soldados del proclamado Emirato Islámico de Afganistán aparecían haciendo deporte en gimnasios o comiéndose un helado, pretendían aparentar normalidad y reforzar su carácter más moderado.
Con estas actuaciones meramente propagandísticas, unida a las declaraciones a los medios de comunicación desde su llegada al poder, este grupo insurgente ha asegurado por activa y por pasiva que en la actualidad no pretenden gobernar Afganistán de la misma forma que hicieron hace 20 años, a través de una interpretación estricta de la Sharia o ley islámica.
Por el contrario, tal y como explicó el portavoz de los talibán Zabihullah Mujahid en la primera rueda de prensa tras la ocupación de la capital del país: «nuestro país es una nación musulmana, ya sea hace veinte años o ahora, pero cuando se trata de experiencia, madurez y visión, por supuesto que hay una gran diferencia entre el nosotros ahora y el de hace veinte años. Hay una diferencia en las acciones que vamos a tomar. Este ha sido un proceso evolutivo».
Sin embargo y de acuerdo a sus acciones durante las dos semanas en las que llevan en el poder, no parece muy probable que todas estas palabras se conviertan en hechos. En la entrevista que Mujahid concedió al New York Times - la primera a un medio de comunicación occidental desde la llegada talibán al poder - a pesar de tratar de mostrar una imagen más tolerante del nuevo régimen, el portavoz confirmó una nueva restricción bajo el gobierno talibán: los afganos no podrán escuchar música en espacios públicos.
«En el islam, la música está prohibida» comentó Mujahid, quien a continuación expresó sus esperanzas en conseguir «convencer» a la población para que acaten las nuevas normas antes de verse obligados a «presionarles» a ello. A pesar de esta restricción, el Corán no recoge de forma explícita que las canciones vayan contra la cultura musulmana.
El precedente del silencio musical, en los años 90
Esta no es la primera vez que los talibán imponen la restricción sobre el disfrute de música en el país. Con su ocupación entre 1996 y 2001, hasta que Estados Unidos invadió Afganistán tras el ataque de las Torres Gemelas, quedó terminantemente prohibido cantar, tocar instrumentos o deleitarse con los ritmos de cualquier estilo musical.
El impedimento no quedaba acotado a la música occidental de artistas como Britney Spears, las Spice Girls o los Backstreet Boys, cuyas vestimenta o bailes ya suponían de por sí un completo atentado contra su estricta interpretación de la Sharia. A la prohibición de la cultura musical pop, rock y rap de la década también se unieron la de ritmos tan tradicionales como el klasik, un tipo de música conformada por la combinación de formas instrumentales y vocales y cuyo origen se encuentra en la década de 1860, cuando artistas de origen indio se trasladaron a la corte real tras ser invitados por emir afgano Amir Sher Ali Khan.
Tampoco olvidar los diversos géneros musicales que han coexistido a lo largo de la historia de Afganistán, silenciados durante los 90 tal y como se hace hoy con la nueva ocupación de Kabul. Massood Sanjer, uno de los DJs del país que trabaja para la cadena musical de radio más importante a nivel nacional, explicó en una entrevista a Forbes la trascendencia y mezcla cultural que conforma los ritmos afganos, que cuentan con «influencias desde Bollywood, India, Persia y el mundo árabe. Es una encrucijada musical única».
Reinventarse o exiliarse
Ante esta difícil situación, los músicos del país se han visto obligados o bien a salir del país o, en el caso de no poder optar a abandonar Afganistán, a dedicarse a otros quehaceres.
Esta última opción es la que el cantante Habibullah Shabab ha tenido que seleccionar. El artista explicaba en declaraciones a la agencia Ashwaka News que abandona el mundo de la música para intentar proteger su seguridad y la de su familia, algo que no le está garantizado por su pasado vinculado al mundo de la canción. Shabab, cuya imagen se ha vuelto viral en redes sociales, a partir de ahora se dedicará a vender verduras en la provincia de Helmand, su lugar de residencia y donde era especialmente conocido.
Sharafat Parawani, por el contrario, ha conseguido salir del Emirato Islámico de Afganistán. El pasado 24 de agosto se hacía pública su llegada a EE.UU. donde a partir de ahora residirá como refugiado. Este cantante afgano es una figura muy popular a nivel nacional entre las audiencias más jóvenes, que hasta antes de la llegada talibán solía realizar numerosas apariciones en los canales de televisión más relevantes del país, tanto en actuaciones como en entrevistas.
En su última publicación en Instagram hasta la fecha, difundida dos días antes de la ocupación de Kabul, Parawani comentaba: «la guerra no es la solución, la guerra es la ruina, oren por la paz».
Los mismos pasos ha seguido la que es considerada la artista más famosa del país: Aryana Sayeed. La estrella pop, que logró el 19 de agosto subirse a un avión destino Doha (Qatar) para hacer escala hasta Estambul (Turquía), es el mejor ejemplo de todo lo que los talibán buscan restringir con su gobierno.
Sayeed es conocida por su activismo por los derechos de las mujeres además de por su melodiosa voz. Como recuerda la periodista iraní Masih Alinejad, «en 2015, cuando cantó en un estadio de fútbol, (Aryana Sayeed) rompió con tres tabús: 1- Cantar siendo mujer 2- No llevar puesto un hijab 3- Entrar en un estadio siendo mujer, lo que estaba prohibido bajo los talibán».
En las últimas semanas, ya desde un espacio seguro, Sayeed se ha encargado de hacer público el régimen del terror que el grupo insurgente ha vuelto a implantar en Afganistán.
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