Aunque hoy nadie la recuerde en Occidente, hace décadas hubo una reina muy famosa en Afganistán que revolucionó el país y, sobre todo, ofreció a las mujeres oportunidades muy avanzadas para su época. Su nombre era Soraya Tarzi y el año pasado la revista Time la rescató del olvido y la honró como una de las mujeres pioneras de la historia, una auténtica revolucionaria y progresista que, entre otros muchos logros, defendió la educación para las mujeres y más derechos sociales.
Soraya Tarzi fue ciertamente una pionera, una mujer excepcional que ya en la década de los veinte abrió a las mujeres afganas unas ventanas de oportunidad que, desgraciadamente, pronto les serían cerradas y que a día de hoy aún no han recuperado.
Soraya representó un nuevo modelo de mujer ya en los años veinte: emancipada, educada y consciente de su valía. Incluso hablaba abiertamente sobre los derechos de las mujeres y, en 1926, en la celebración del día de la independencia afgana, llegó a decir públicamente que: “¿Creéis que nuestra nación sólo necesita hombres que la sirvan? Las mujeres también debemos formar parte”.
Una vida de película
La historia de la reina Soraya de Afganistán, desde luego, parece sacaba de una película. Nació el 24 de noviembre de 1899 en Damasco, Siria, donde su padre, el intelectual afgano Mahmud Tarzi, estaba exiliado. Mahmud era un hombre increíblemente culto y avanzado a su tiempo: no sólo había viajado extensamente sino que hablaba varias lenguas y tenía unas ideas muy liberales. Fue periodista (está considerado el padre del periodismo afgano), poeta, crítico literario, editor y tradujo numerosas novelas del inglés y francés al farsi, entre ellas La vuelta al mundo en ochenta días, de Julio Verne.
Damasco por aquel entonces era un hervidero de nuevas ideas cosmopolitas en donde intelectuales de todo el mundo musulmán pugnaban por deshacerse de las ideas más reaccionarias del puritanismo más arcaico. Soraya creció en ese ambiente moderno y recibió una esmeradísima educación de mano de su padre antes de ser enviada a una escuela religiosa.
Años después, el rey afgano Habibullah Khan permitió a la familia Tarzi regresar al país y éstos se instalaron en Kabul. La capital afgana era por entonces un lugar de fuertes contrastes. Por un lado, estaba la parte moderna y cosmopolita, fuertemente influenciada por los británicos, con sus cafés, cines, tiendas de moda, hoteles de lujo e incluso algunos centros deportivos. Por otra parte estaba la parte pobre y mísera, donde miles de familias se hacinaban en condiciones insalubres. Aunque estaba permitido que las mujeres no llevasen velo, muchas lo hacían por seguir la tradición.
En 1913, Soraya se enamoró y se casó con el príncipe heredero Amanullah. Hay que apuntar que lo de rey o príncipe, en este caso, es relativo, porque no tenían plenos poderes. Por aquel entonces, Afganistán era un protectorado británico y, de hecho, no fue hasta 1919, pocos meses después de que Amanullah subiese al trono, que se consiguió la independencia plena.
El nuevo rey Amanullah tenía una gran visión para su país: quería modernizarlo y transformarlo en una potencia avanzada. Para conseguirlo era muy consciente de que debía desterrar algunas tradiciones medievales que aún pervivían en el país y apostar por innovaciones occidentales, como construir escuelas cosmopolitas para niños y también niñas.
La reina Soraya también quiso dar ejemplo y se convirtió en la primera consorte musulmana del mundo en aparecer públicamente al lado de su marido. No sólo asistía a actos, sino que participaba en reuniones del gabinete presidencial y pronunciaba discursos. Se dejó fotografiar montando a caballo y yendo a cacerías.
Los nuevos reyes Amanullah y Soraya se opusieron firmemente a la poligamia y también al velo: él rechazó tener su propio harén y ella se quitó el velo en público siguiendo el ejemplo de otra feminista musulmana muy famosa por entonces, la egipcia Huda Shaarawi.
Ministra de educación de Afganistán
No hay duda que detrás de todas estas ideas modernas estaba la mano de Soraya, la cual no sólo se empeñó personalmente en mejorar el nivel educativo de las mujeres, sino que se convirtió en ministra de Educación en 1926 (en un discurso, su marido dijo que “yo soy el rey, pero mi ministra de educación es mi mujer”). Gracias a ella se abrió la escuela Masturat, la primera de educación primaria secular para mujeres en el país, y también fue a través de sus buenas artes que quince mujeres —todas ellas de clase bienestante de Kabul, eso sí— pudieron viajar a Turquía a ampliar sus estudios, lo cual por entonces fue toda una revolución. En 1924, Soraya inauguró el Hospital Masturat para mujeres, otra gran innovación.
No sería los únicos cambios drásticos que impulsaría: Soraya convenció a su marido para que impulsara leyes a favor del divorcio y que estableciera cortes seculares en vez de tribunales de sharia. Por no decir que fundó la primera revista para mujeres del país: fue en 1927 y la llamó Ershad-I-Niswan, o “Guía para Mujeres”. En 1930, Soraya envió una delegación de mujeres afganas a Damasco para participar en la Primera Conferencia para Mujeres Orientales.
Pero semejantes movimientos fueron vistos con recelo por amplias capas de la sociedad, las cuales comprobaron horrorizadas cómo el nuevo rey y su esposa impulsaban cambios drásticos a una velocidad de vértigo. Según muchos historiadores, Soraya y Amanullah pecaron de querer hacer demasiado en muy poco tiempo, lo que chocó frontalmente con un país fuertemente tradicional donde las costumbres culturales estaban fuertemente enraizadas. El rey y su esposa puede que se hubieran criado en ambientes cosmopolitas y muy liberales, pero la gran mayoría del país aún vivía según un código de tribus al que no pensaban renunciar.
El viaje a Europa que los hizo caer
El hastío llegó a un punto límite en diciembre de 1927, cuando los reyes de Afganistán se embarcaron en un —carísimo— viaje oficial a las principales capitales europeas. En Londres se vieron en Buckingham con el rey Jorge V y la reina María (abuelos de la actual soberana). Los británicos los aplaudieron mientras desfilaban por el Mall. Ella iba vestida a la manera occidental, como siempre hacía, con trajes a lo flapper y pelo corto con ondas.
De vuelta a Afganistán, los reyes comprobaron aterrados cómo su viaje de estado había servido a la oposición para desprestigiarlos como meros despilfarradores en manos de fuerzas occidentales. También había una campaña muy bien orquestada para destruir la imagen de Soraya. Incluso se distribuyeron fotos (manipuladas) de ella con las piernas al aire, lo que suponía toda una afrenta en aquel momento.
El rey intentó calmar los ánimos y, al ver que no lo conseguía y que las facciones más tradicionales estaban en pie de guerra, revirtió algunas de las reformas más polémicas que había impulsado: cerró las escuelas para mujeres y volvieron los tribunales de sharia.
Pero no sirvió de nada. A finales de 1928, la oposición al rey estaba muy organizada y provocó una guerra civil en el país. A día de hoy muchos creen que, en realidad, los británicos estuvieron detrás de semejante operación y que introdujeron una campaña de mentiras —lo que hoy llamaríamos fake news— para recuperar el control del país. Algunos analistas consideran que al Imperio Británico no le interesaba un Afganistán próspero y moderno que se escapase de su influencia y preferían un país dividido en facciones que se odiaban entre sí y que eran más fácilmente manipulables. También el Imperio podría haber pensado que un Afganistán cosmopolita hubiese sido una pésima influencia para sus intereses en la India, porque les hubiese dado a los indios un ejemplo de libertad e independencia que podrían haber querido emular.
Sea como fuere, la verdad es que a Amanullah no le quedó más remedio que abdicar. Soraya y él tuvieron que abandonar el país a toda prisa. Se refugiaron en la India y después en Roma, en donde vivieron hasta su muerte. Él murió en 1960; ella, en 1968. Tan sólo en la muerte pudo Soraya regresar al país donde había sido reina: incluso le organizaron un funeral de estado y la enterraron en el panteón familiar de la familia real en Jalalabad.
Hoy, varias décadas después de su muerte, el nombre de Soraya Tarsi ha quedado desgraciadamente olvidado y también su ejemplo de valentía y lucha. Pocos, desde luego, se pueden imaginar que existió una mujer afgana en la década de los veinte que impulsó una revolución feminista en su país.
Pero existió: su ejemplo demuestra lo que Afganistán podría haber sido si su historia hubiese seguido un derrotero totalmente distinto.
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