“Yo no soy héroe sino simplemente un superviviente. Para mí los héroes murieron el 11 de septiembre”, desliza William Rodríguez. Dos décadas después, el que fuera conserje de la Torre Norte del World Trade Center sigue recordando aquellos 102 minutos de agonía como si hubieran sucedido ayer. El puertorriqueño, que ya peina canas, ha dedicado estos últimos veinte años a defender la causa de las víctimas, las que -como él- sobrevivieron y las que, muchas de ellas aún sin identificar, perecieron bajo el fuego y el amasijos de hierros.
“El 11-S es una herida abierta”, admite Rodríguez en una entrevista a El Independiente desde Nueva York, la ciudad en la que sigue residiendo. “Todo el mundo en la nación americana dice 'no olvidaremos'. Eso es mentira. Aquí se olvidan fácilmente de lo que ocurrió. Hay una nueva generación que nació a partir del 11 de septiembre. Ya tienen sus 20 años y no entienden la magnitud y la capacidad que hizo esto para cambiar el mundo”, argumenta quien es considerado la última víctima en abandonar una torre que acabaría colapsando minutos después, sumiendo al Bajo Manhattan en un tsunami de polvo y humo.
Rodríguez habla desde el despacho de su residencia, donde una larga retahíla de objetos recuerdan aquella efemérides de terror que transformó el planeta y de la que él se considera “historia viva”. “No solamente lo revivo diariamente por lo que pasó, sino porque perdí a 200 amigos y como líder de las víctimas siempre he estado en la pelea por sus derechos. Tengo que vivirlo y digerirlo constantemente. Mi casa está llena de recuerdos del 11-S”, detalla. Al fondo, la pared guarda el chaleco en el que fue rescatado y sobre su escritorio permanece un fragmento del edificio que el terrorismo yihadista hizo desvanecer.
“Aquí hay un pedazo del edificio que agarré yo mismo de la Zona Cero cuando me sacaron de los escombros. Todo aquí me recuerda el 11-S, así que no hay un día en que yo no tenga que revivir ese día tan dantesco y horrible que nos marcó a todos”, apostilla. Las imágenes del mayor ataque en suelo estadounidense de la historia continúan venciendo al tiempo transcurrido. “De lo que más me afectó el 11 de septiembre fue ver gente con vidrios incrustados en su cara y en sus brazos. Todas las ventanas estallaron y esos vidrios le fueron a la cara y al cuerpo. Había mucha sangre por todos lados, porque la gente herida obviamente estaba dejando su rastro”.
"Le llaman la llave de la esperanza. Había cinco llaves en el World Trade Center. Las otras cuatro personas, las entrenadas en primeros auxilios, administración de desastres y evacuación, los jefes de mis jefes, se fueron corriendo con esas llaves»
FOTO: Llave maestra del WTC
Tras el impacto del primer avión, hacia las 8.46 de la mañana, Rodríguez recuerda la aparición por la sala de máquinas del B2, uno de los niveles del sótano, del primer herido. “Felipe David, con su piel arrancada, el primer herido que vi. Sus pedazos de la cara le colgaban. Eso fue una imagen dantesca que no puedo sacarme de la cabeza”, narra. David pasó trece semanas en coma y terminó reuniéndose con Rodríguez, que le socorrió. “Se convirtió en un hermano de vida”.
Otro de los fogonazos que persigue al conserje, transfigurado hoy en conferenciante y trotamundos, es el de los atrapados en las torres lanzándose al vacío. “Yo no sabía que se estaban suicidando. Los famosos 'brincadores' eran personas que el calor del fuego era tan grande que decidieron suicidarse porque no podían respirar. Cuando salí, la policía me gritó 'No mires hacia atrás' y obviamente yo miro y, cuando lo hago, veo todos los cuerpos de la gente que se había tirado. Y era muy triste porque lo que veía era una masa humana, porque el impacto de un cuerpo cayendo desde 80 o 90 pisos de altura era como una explosión. Todo lo que veía era masa, pelo y sangre, mucha sangre”. "Cuando bajé la cara de nuevo, el único cuerpo completo que pude identificar fue de esa señora que yo ayudé a escapar del piso 33. La encontré partida por la mitad. Mi especulación es que ella salió y le cayó un vidrio de las ventanas con una fuerza tan vertiginosa que la cercenó por la misma mitad".
"Tengo que vivirlo y digerirlo constantemente. Mi casa está llena de recuerdos del 11-S»
FOTO: Fragmento del WTC
-Son imágenes muy duras. No sé cómo se consigue digerir esas imágenes y si arrastra alguna secuela…
-La secuela más grande que yo tuve fue que no me podía meter por muchos años en los ascensores porque oía los gritos de las personas. Cuando yo subía a salvar a gente había gente atrapada en el ascensor y nadie habla de eso, nadie quiere hablar de eso. Mucha gente se estaba quemando dentro de los ascensores porque se quedaron atascados entre piso y piso y la gasolina del avión estaba quemándose por ese ducto central de los elevadores y se estaba desparramando por todos lados. Oía muchísimos gritos. Recuerdo que miré a los bomberos para ver qué se podía hacer, porque yo estaba desesperado. Recuerdo su mirada de que que no se podía hacer nada y a mí eso me dolió tanto, me dio una desesperación que a partir del 11-S yo me metía en un ascensor y oía los gritos. Tuve que dejar de meterme en los ascensores y tomaba las escaleras hasta que lo pude superar. Aquello me tomó un par de años.
Entre los objetos que guarda como un preciado tesoro de aquella jornada a la que sobrevivió milagrosamente figura la llave maestra que tenía como conserje y que, con ayuda de los bomberos, ayudó a salvar cientos de vidas. “Le llaman la llave de la esperanza. Había cinco llaves en el World Trade Center. Las otras cuatro personas, que eran las entrenadas en primeros auxilios, administración de desastres y evacuación, los jefes de mis jefes, se fueron corriendo con esas llaves. De hecho, uno de ellos se suicidó porque pudo haber salvado a 68 personas de su oficina y no la salvó. Entonces yo creo que el cargo de conciencia fue tan grande que decidió quitarse la vida. La quinta llave la tenía como barrendero y no me la querían dar. Ironías que pasan, este instrumento significó la salvación de cientos de personas”.
"Todos los días iba a aquel restaurante porque me daban el desayuno gratis. Si no hubiera llegado tarde, el avión me hubiese atracado allá en la parte de arriba del edificio. Ahora estaría muerto»
FOTO: Plato y taza del restaurante Windows of the World
Rodríguez sorteó la muerte por puro azar. Cada mañana solía desayunar en Windows of the World, un restaurante ubicado en la planta 106 de la torre norte. Aquel martes llegó tarde y evitó la cita. “Todos los días iba a aquel restaurante porque me daban el desayuno gratis. Ese día llegué tarde, ni siquiera iba a ir a trabajar. Si no llego tarde el avión me hubiera atracado allá en la parte de arriba del edificio. Ahora estaría muerto”. Bajo la estructura humeante del WTC, el puertorriqueño volvió a nacer. “Es mi segunda vida. Antes de aquello yo era ilusionista y barrendero, un trabajo humilde que consistía en limpiar 110 pisos de escaleras. Y después, hice un trabajo totalmente diferente a lo que yo conocía”.
-20 años después, ¿cuáles son las preguntas sin respuesta del 11-S?
-Hay muchísimas pero ahora mismo nos estamos concentrando en que el gobierno de Arabia Saudí le dio dinero a los secuestradores. De los 19 implicados, 15 de ellos eran de Arabia Saudí. Sabemos que alguien de la realeza saudí fue financiando a este tipo de personas y ya no me sorprende porque, como recordarás, fue el gobierno saudí el que mató al periodista Jamal Khashoggi. Otra pregunta es por qué falló la seguridad nacional aérea y si el vuelo 93 fue, como se dijo, una rebelión de los pasajeros, como se cree místicamente o el avión fue derribado por la Fuerza Aérea Americana porque iba hacia el Capitolio.
"Pensé que iba a ser una muerte lenta, una muerte horrorosa quizás. Y me dije: 'Lo que tengo que hacer es esperar y hacer que dure lo más posible'»
Rodríguez admite que las lecciones que había recibido de escapismo durante su etapa laboral como mago le ayudaron a vivir para contarlo. “Mi maestro me decía: 'si te quedas atrapado y hablaba básicamente de cuando trataba de escaparme de debajo del agua, siempre se crea una burbuja de oxígeno que tú puedes utilizar. Tú tienes que aprender a controlar tu cuerpo, bajar los latidos del corazón y tu respiración lo más mínimo. Yo estaba haciendo eso porque cuando el edificio se derrumba encima de mí, yo estoy debajo de un camión y en el epicentro de aquella nube de polvo que cubrió todo el Bajo Manhattan”.
“El viento que vino del cemento triturado fue tan fuerte que me destruyó toda la camisa que tenía. Me puse la cara de la camiseta cubriéndome la cara y comencé a administrar esa burbuja de oxígeno que quedaba. Pensé que iba a ser una muerte lenta, una muerte horrorosa quizás. Y me dije: 'lo que tengo que hacer es esperar y hacer que dure lo más posible'”, relata quien trabajó en el edificio durante dos décadas. “El WTC era una ciudad dentro de una ciudad. Era un complejo de siete torres en el que había representados 92 países. Fue un crimen internacional. Fue lindo trabajar allí. A mí me encantaba”.
"El WTC era una ciudad dentro de una ciudad. Era un complejo de siete torres en el que había representados 92 países. Fue un crimen internacional. Fue lindo trabajar allí»
Un atentado monumental que, pese al tiempo transcurrido, sigue buscando verdad. De las 2.753 vidas que quedaron cercenadas, alrededor del 40 por ciento no han sido identificadas oficialmente. Las víctimas mortales número 1.646 y 1.647 recobraron la identidad el pasado martes. “Alrededor de mil y pico personas fueron los únicos que recibieron restos de sus seres queridos. Hay decenas de miles de fragmentos que no han sido identificados porque en aquel tiempo no se tenía la tecnología de ADN tan avanzada como la actual. La suerte fue que esos restos se momificaron, se preservaron de una forma que para futuras generaciones de científicos pueden tratar de identificarlos”.
Rodríguez sostiene que “queda mucho por hacer” para lograr, por ejemplo, que todas las víctimas y quienes trabajaron en las tareas de limpieza obtengan la residencia o la ciudadanía. O para despejar las dudas que despierta todavía la implicación saudí. “Yo aprendí lo que realmente importa el 11-S y no es el dinero que uno hace ni es el trabajo que uno tiene, sino la familia y los amigos. Se convirtió en una misión simplemente porque yo soy historia viviente. Yo soy una persona que estuvo desde el primero hasta el último segundo durante los 102 minutos de horror y angustia que vivimos. Si no sigo hablando, la gente se va a olvidar. Mi tarea es continuar dando la batalla, que básicamente se contesten todas estas preguntas que no se han contestado relacionadas a lo que pasó y seguir siendo la imagen y la voz de la esperanza de tantas personas afectadas”.
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