A Pedro Sánchez parecía que lo recibía en el Palacio de la Generalitat la guardia de la fábrica de chocolate de Willy Wonka. Aragonès preside, verdaderamente, un cuento lleno de monas de Pascua y gente con sombrero de chimenea o gorro de enanito dormilón. El independentismo, que ya se mata a farolazos en la calle y a tartazos en el Govern, se diría que sólo puede sobrevivir como musical infantil y siniestro, en plan Umpa Lumpa. Igual que el sanchismo, en realidad. En esta mesa del paripé todos van a poder tener su papel o al menos llevar una lanza, que se dice en teatro. Unos llorarán y otros declamarán, unos tirarán la sopera y otros dormirán como un rey en el ballet o como otro cisne del ballet. Pero el objetivo es el mismo, mantener la fantasía y que pase el tiempo, lenta y lujosamente, como un larguísimo tren oriental.
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