Me encuentro con mi entrevistado en un bar muy japonés del centro de Madrid. De los que podrían estar frente al famoso cruce de Shibuya, y no desentonaría. Este ganador de un Goya y yo compartimos afición, seguro que junto a muchos de los lectores, por aquel Mazinger Z de los 70. Ahora está orgulloso de la versión de D'artacán y los tres mosqueperros que podemos ver en cines. Otro clásico.
Pregunta.- Nuestra generación se crió viendo el mundo a través de una ventana muy pequeña que daba al mundo llamado 'tele'. ¿Somos un poco hijos de nuestra propia infancia?
Respuesta.- Sí, siempre recuerdo a mi “ser pequeño”. Si no tienes eso, no puedes dedicarte a crear. A cada plano, a cada dibujo, a cada escena, le pones la imaginación que tenías de niño.
P.- ¡Quién te iba a decir que empezarías tu carrera profesional trabajando para Disney y hasta dibujando para ellos un personaje tan emblemático como Mickey! Por cierto, no debe ser fácil...
R.- No, para nada. Es muy alegre, y si te fijas, también muy redondito. Parece que no tenga huesos y hay que darle a cada trazo ese “blandi blub” que tiene como estilo propio. Es como un “gurú”. Se trata de un personaje que tiene casi cien años de edad y ha pasado por muchas manos. El trazo no te deja descansar en ningún ángulo muerto para luego continuar. Es todo curvo. Lo tienes que hacer de una vez y que fluya el trazo. Es la única forma de que salga bien.
P.- ¿Disney es tan universo aparte como dicen?
R.- Los personajes Disney son impresionantes por la vida que les da las referencias con las que cuentan los creadores. Antes de dibujarlo se inspiran en actores, ven cine. Y así, el personaje tiene una vida y transmite. Si dibujas sin documentarte, copias lo que ya hay. Mira, cobrábamos en lo que era Caja Madrid, y los cheques en vez del osito, tenían la silueta de Mickey Mouse. Yo creía que eran de mentira, como el dinero del Monopoly. Pero no, era real. La gente del banco hacía fotocopias porque tampoco se lo creían, hasta que vieron que era legal. Eran como sacados de una película.
P.- Sin embargo, ya no existe ningún Walt Disney creador 'todopoderoso' en el mundo de la animación. ¿Es todo ya un trabajo de equipo?
R.- Totalmente. De hecho él mismo se rodeó de los mejores. Era bueno, pero no era un gran dibujante. Siempre recomendó que te rodearas de los mejores. Incluso mejores que tú, si estás dirigiendo la película.
P.- ¿Le has hecho caso?
R.- Totalmente, de hecho cuando se estrena y somos más de doscientas personas, todos dicen “ese plano es mío” en alguna parte de la película. Pero claro, es “tuyo” porque lo has generado en el “storyboard”, pero también es de quien hizo el “layout”, del que hizo la capa de 3D, del que iluminó… es un equipo.
P.- Y español. Cuando vi que Tadeo Jones, tu primera gran película, era española, no daba crédito. De hecho, muchos ni lo saben y no se lo imaginan. ¿Toda la animación de calidad parece que ha de venir de Estados Unidos?
R.- Sí, pasa también con las series de acción, tipo La casa de Papel. No parece española. El problema que tenemos aquí es conseguir aunar ese talento y conseguir que alguien lo quiera dirigir. Muchas veces, después de un trabajo, no hay continuidad y la gente, claro, se va fuera. Y cuando vas a hacer otra película, ya no están. Tenemos dibujantes y artistas en Pixar, en Disney, y en productoras de todo el mundo. El 80 por ciento de la gente que hizo Planet 51, que sigue siendo una referencia en el cine de animación, ya no vive aquí. Esa fuga de cerebros existe, es real.
P.- Mientras, los españoles nos seguimos dedicando al turismo desde los 60. Se habla mucho de cambiar nuestro modelo productivo. ¿Es muy especial la industria del cine de animación?
R.- Sí, son producciones tan largas que la recuperación del dinero es lenta. A lo mejor te tiras cuatro años haciendo una película y luego el fin de semana que estrenas hay una final de champions o hace buen tiempo y la gente se va al campo. Producir cine es algo arriesgado. Lo entiendo. No hay una fórmula del éxito. Hasta los más grandes tienen fiascos comerciales.
P.- No podemos decir que sea el caso de tu versión, dirigida por Toni García, del clásico de nuestra infancia D’artacan y los tres mosqueperros. Inolvidable para mí.
R.- Para mí también, es una serie que me fascinó con apenas doce años. Solamente escuchar los primeros acordes “eran uno, dos y tres”... te lo recuerda. Su magia la hemos visto ahora en los cines, con el público. Los padres se vuelven locos casi más que los hijos.
P.- Toda una carambola, porque no es debe ser fácil gustar a generaciones tan dispares. Una vez lanzada la película, imagino que podrás dedicarte a hacer otras cosas. Eres profesor en una conocida escuela de arte digital, y seguro que más cosas.
R.- Ahora estoy involucrado en un proyecto de pediatría en los hospitales Vithas en el que he creado un personaje para los niños hospitalizados. Es algo precioso.
P.- Con lo que volvemos a la infancia...
R.- Sí, de cómo hemos empezado a cómo hemos acabado, se cierra el círculo.
Paco no lo puede evitar. Sigue pensando en círculos, como si estuviera dibujando.
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