El virus de la crispación y la polarización. La obstinada negación del otro, de un mal entendido adversario. Sesiones de control en las que las preguntas se quedan sin respuesta, rebajadas a una banalización de ninguneos y exabruptos. Ruedas de prensa que se desarrollan vacías e inocuas. El sectarismo de quien sólo aspira a ver el mundo desde sus estrechas coordenadas ideológicas. El populismo del que cuenta una ínfima porción de la verdad o ventila, a sabiendas, una completa mentira. Los "hiperliderazgos" y "cesarismos" que surgen de supuestos procesos participativos y guillotinan ferozmente a los disidentes.
He aquí los males de la política española, el parte médico que despacharía cualquier experto si le encargaran un exhaustivo chequeo desde el Congreso de los Diputados. En este otoño, en el que los estragos de la primera pandemia del último siglo comienzan a remitir, la política nacional muestra síntomas de haber salido indemne e ilesa de un cataclismo colectivo. Pareciera militar en el sector de quienes rechazan vacunarse contra la polarización, la crispación o el sectarismo. Lo que permanecía bloqueado antes de la pandemia lo sigue hoy. Desde el Consejo General del Poder Judicial hasta el Defensor del Pueblo. La insana tradición de rehuir el pacto, desde ambas trincheras, no ha perdido un ápice de vigencia.
“Como decía Joaquín Garrigues, la democracia española tiene una mala salud de hierro”, señala a El Independiente Manuel Cruz. El filósofo, ex presidente efímero del Senado y actualmente senador socialista, disecciona en “Democracia, la última utopía” (Espasa) las patologías de un paciente que “no pasa obviamente por su mejor momento”. “Entre otras cosas, sufrió en la década pasada dos enmiendas a la totalidad de la que consiguió salir pero no sin daños”, admite. Dos impugnaciones que surgieron del “procés” catalán y del nacimiento de Podemos. “Se ha salido de ahí pero el edificio ha quedado dañado”.
Del bipartidismo al choque de bloques
La actual política nacional sigue digiriendo la irrupción de las formaciones que quebraron décadas de bipartidismo. “La llamada nueva política era, en realidad, un relevo generacional perfectamente legítimo. Lo que no es legítimo es vestirlo de relevo ideológico. En la derecha no lo ha habido y en la izquierda tampoco. Cuando yo estaba en el Congreso lo que me llamaba la atención de esa formación a la izquierda del PSOE [Podemos] no era su radical novedad sino su radical antigüedad. Eso yo ya lo había oído, cuando era estudiante en la facultad a principios de los 70”, replica Cruz.
En los últimos dos años, el tsunami de una pandemia que se ha cobrado alrededor de 90.000 vidas no ha modificado la obstinación por la confrontación. “Y podría haber sido posible si, por un momento, hubieran cedido o dejado apartados los intereses partidistas y se hubieran unido en una estrategia común. Haber tenido un sentido de Estado nos habría beneficiado a todos y, aunque suene excesivo, se podrían haber evitado muertes”, indica a este diario María Blanco, profesora de la Universidad CEU-San Pablo y autora de “Votásteis gestos, tenéis gestos” (Deusto). A su juicio, la polarización es una rémora de los tiempos en los que reinaba el bipartidismo.
“Mi olfato me dice que es precisamente una consecuencia de tantos años de bipartidismo. La mentalidad de bueno o malo; uno o cero; derecha o izquierda, o PP-PSOE ha facilitado que los políticos se aprovechasen de esa costumbre española de esto o lo otro. Se ha pervertido el sentido de la democracia y nadie se ha preocupado por exigirle al partido en el gobierno cuando estaba en la oposición”, sugiere Blanco. “Se ha perjudicado muchísimo la credibilidad de las instituciones. Este bipartidismo persistente ha hecho mucho daño a nuestra democracia y tal vez es el momento de que nosotros, los ciudadanos, nos planteemos otra manera de mirar a la política”, reivindica la politóloga.
En el último lustro el bipartidismo ha dado paso en España a “la idea de bloques”, como advierte Ignacio Urquizu, un alcalde socialista represaliado tras el ascenso de Pedro Sánchez. “La diferencia es que antes el enfrentamiento era PSOE-PP y ahora es el bloque de la izquierda frente a la derecha. La cuestión clave es la existencia de bloques ideológicos con posiciones nítidas y que ninguno de los dos bloques dé ninguna oportunidad de escuchar y comprender al otro”, puntualiza Urquizu en su recién publicado “Otra política es posible” (Debate) en el que censura “una política que se acerca más a la guerra que a la convivencia pacífica”.
"La diferencia es que antes el enfrentamiento era PSOE-PP y ahora es el bloque de la izquierda frente a la derecha. La cuestión clave es que ninguno de los dos bloques dé ninguna oportunidad de escuchar y comprender al otro"
IGNACIO URQUIZU, alcalde de Alcañiz. Foto: F. Carrión
En su opinión, las recientes elecciones regionales madrileñas -convertidas en epítome- fueron celebradas en torno a premisas falsas desde ambos lados. “En realidad, ni la libertad estaba en peligro ni nadie defendía un proyecto comunista para España ni la democracia estaba en riesgo ni el fascismo campaba a sus anchas”, remacha.
Primarias pervertidas desde la génesis
“A nivel nacional la polarización no ha descendido así que la capacidad de llegar a acuerdos sigue siendo tan alta y baja como antes de la pandemia. A nivel autonómico y municipal sí existe capacidad de pacto”, recalca contrario a una estrategia en la que “una parte la lleva a cabo por diferentes razones y quien la sufre a veces le viene bien sufrirla”. “En política ser víctima también tiene sus seguidores y cuando hay una pelea, la gente se pone del lado de las víctimas”, agrega. “Una parte de la polarización y la crispación en las democracias viene justamente del funcionamiento interno de los partidos”, indica quien se considera crítico de los supuestos procesos participativos internos que acaban alumbrando "hiperliderazgos".
"Este bipartidismo persistente le ha hecho mucho daño a nuestra democracia"
MARÍA BLANCO, profesora de la Universidad Ceu-San Pablo
Unas primarias que, sostiene Blanco, son pervertidas desde el principio. “Para realizar procesos que son capaces de viciar de esa manera, casi es mejor que los líderes sean nombrados a dedo. En España tenemos un problema muy serio de credibilidad. Por eso funcionan estos liderazgos unipersonales que están muy bien al principio, pero que luego se vuelven muy problemáticos porque no hay sucesor”, censura la politóloga. Cruz advierte de la transformación de las estructuras de los partidos, que “como las de la sociedad sirven de contrapesos y controles para evitar los 'cesarismos'". “Otra cosa es que esos mecanismos intermedios terminen siendo la ocasión para el clientelismo o las endogamias”.
Votantes más exigentes, políticos menos mediocres
La implicación y la responsabilidad de los ciudadanos es un aspecto que tanto Cruz como Blanco reclaman en sus respectivas obras. “Se ha convertido a los políticos en chivos expiatorios. Concentran todos los males sociales y liberan de cualquier responsabilidad al resto de la sociedad”, denuncia Cruz. “En nuestra sociedad no recibe el mismo trato el político corrompido y el empresario corruptor. No rebajo la importancia del primero pero lo que no tiene sentido es que desde el reproche social el corruptor se vaya de rositas e incluso pueda llegar a despertar una cierta simpatía”, lamenta. “La de los ciudadanos con la cosa pública es una relación deteriorada”, alerta.
"Se ha convertido a los políticos en chivos expiatorios. Concentran todos los males sociales y liberan de cualquier responsabilidad al resto de la sociedad"
MANUEL CRUZ, filósofo y senador del PSOE. Foto: F.Carrión
Existe, no obstante, cierta unanimidad en que para salir de la UCI la sociedad española precisa de políticos menos mediocres y cortoplacistas y votantes más exigentes. “Lo que sucede es que en el espíritu de la política de hoy en día reina la superficialidad. Creo que los gestos y los rituales son necesarios desde el punto de vista antropológico. Lo malo es cuando el gesto queda desprovisto de contenido. Entonces existe esta política de gestos vacíos”, esboza Blanco. “Para eso los ciudadanos tendrían que ser mucho más exigentes y reflexionar respecto a qué es lo que queremos, qué democracia queremos, con o sin Estado de Derecho. Solo el Estado de Derecho nos va a permitir estar protegidos frente a una democracia absolutista, donde los medios son manipulados y donde la educación se convierte en propaganda y en lavado de cerebro”.
A Cruz, el filósofo metido a político temporal, lo que le resulta más acuciante es reflexionar sobre la “naturaleza de la democracia”. “En la democracia no se puede empezar decidiendo. Es una democracia deliberativa porque lo que hacemos es deliberar en la plaza pública a propósito de las propuestas y de los mejores argumentos. Una sociedad en la que se pretende decidir sin deliberar se está violentando la democracia”, replica, indignado por el espectáculo de "continuos zascas" en el que se ha reducido la actividad parlamentaria.
Las raíces del descontento
“Se habla de que la democracia está siendo atacada pero pareciera como si en medio de un estanque plácido hubieran aparecido sectores fanatizados de un signo y otro”, desliza Cruz. “¿Cómo puede ser que Vox sea una fuerza con 50 diputados? Podemos ser autocomplacientes y decir que es un horror pero resulta llamativo que en un momento de 'cesarismos' Vox, en cambio, sea un partido con un líder muy poco carismático. Habría que escuchar a los votantes que dicen: 'No soy de Vox pero…' En ese pero está la clave. El ciudadano tiene la percepción de que Vox trata temas que no abordan otras formaciones”.
¿Qué hecatombe tendría que ocurrirnos para que la clase política practicara el pacto?
Con la vacunación marcando la senda de la vuelta a la normalidad, un interrogante sobrevuela la escena política nacional: ¿Qué hecatombe tendría que ocurrirnos para que la clase política practicara el pacto? A todas luces, la pandemia no fue suficiente para quienes ocupan escaño en el Congreso de los Diputados y en los despachos ministeriales. “Yo comparto ese estupor”, confiesa Cruz. “Pero el problema es que los diferentes protagonistas que intervienen no responden a la misma lógica. Hay partidos al servicio de la carrera del líder o del aparato; cortoplacistas o con una visión más a largo plazo. Eso crea un desorden y el efecto es la parálisis”, reconoce.
Para restañar la democracia herida, los entrevistados en este reportaje recetan “proyectos políticos” en lugar de consignas y lemas; “buenos argumentos y no argumentos para que los tuyos te aplaudan, para el tuit o el titular”; evitar “una política cortoplacista más pendiente de las urnas que de los cambios sociales”; impedir que el contagio del populismo y el sectarismo que ya sufren muchas de las formaciones tradicionales o solucionar “el severo problema de selección de la élite política”. “Sería una política más basada en el acuerdo, en la verdad de los hechos, en la defensa de un proyecto político que mire al largo plazo y que huya de comportamientos populistas del tipo 'hacer lo que quiere la gente'”, concluye Urquizu.
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