Iván Redondo es el único que sostiene que salió del lado de Pedro Sánchez por propia voluntad y a pesar de que el presidente le ofreciera una cartera.
Esto último podría ser cierto pero imbricado en otro contexto: el de la petición de Redondo del ministerio de la Presidencia o incluso de una vicepresidencia -aunque esto es más una especulación- y que Sánchez le hubiera contraofrecido otra cartera de menor rango, menos aparente.
Pero su versión choca para su disgusto con los muchos relatos contrarios que sostienen quienes en aquellos momentos estaban cerca de los círculos del poder. Y, habida cuenta de que su figura -todopoderoso asesor del presidente, el que se sube junto a él en el coche oficial, el que le escucha y le aconseja día y noche sin intermediario alguno- no ha generado la simpatía general sino más bien cierta hostilidad compartida por la mayoría, lo más probable es que nadie se crea que él se fue voluntariamente sino que le echaron. Para alivio de muchos dirigentes socialistas, dicho sea de paso.
Y hay algo que invita a pensar que Iván Redondo salió de la vera de Pedro Sánchez contra su voluntad y porque había perdido el favor presidencial. Y ese algo es el desdichado proceso de la fracasada moción de censura de Murcia.
Vamos a ver, si es verdad algo tan sorprendente e inaudito como que el hasta entonces alter ego del presidente del Gobierno no se enterara de una operación de la envergadura del intento de derribar un Gobierno autonómico, como él sostuvo en su conversación con Évole, sólo puede ser porque para entonces su posición había perdido muchos enteros y su enorme poder se le estaba escurriendo ya entre los dedos.
Lo malo es que este especialista en volatines más o menos deslumbrantes ha tenido una influencia determinante en la vida de los españoles
Mal retrato, por lo tanto, que favorece la versión de que Sánchez había decidido ya prescindir de él. Porque de lo que no debe caber ninguna duda es de que el presidente sí conocía lo que se estaba cociendo en Moncloa con Inés Arrimadas a propósito de Murcia. Pero Iván Redondo, el conde duque de Olivares de nuestro tiempo, dice que él no, que se enteró el mismo día o 24 horas antes. Eso no es posible si no estaba ya caminando, aunque él aún no lo supiera, por el tablón de la muerte, la plancha del barco del capitán Garfio.
Pero si estaba enterado de lo que Félix Bolaños estaba preparando junto a la líder de Ciudadanos, entonces lo que resulta es que tendría que hacer cargar sobre su espalda el mayor error cometido por el Gobierno que, además de fracasar en aquel intento pirata, trajo como consecuencia la convocatoria de elecciones anticipadas de Isabel Díaz Ayuso y su arrolladora victoria que dejó además al PSOE como tercera fuerza. De ese desastre se quiere librar Redondo que, de esa manera, deja al aire su flanco de “ejecutable” por parte del presidente.
Y por supuesto, en la campaña electoral de Madrid del Partido Socialista él tampoco tuvo arte ni parte, sostuvo ayer. Eso lo organizó el partido, dice Redondo, incluidos los spots en los que se presentaba a Ángel Gabilondo como “soso serio formal” y aquella frase del último minuto en el debate televisivo dirigida a Pablo Iglesias: “Pablo, tenemos 12 días para ganar las elecciones”. Palabras que dejaron al candidato socialista definitivamente fuera de juego para muchos electores.
Ésas fueron algunas de las muchas cosas llamativas que el ex asesor del presidente del Gobierno dejó dichas ayer en La Sexta a Jordi Évole. Y lo que sobresale de entre todas ellas es su determinación de adjudicarse los éxitos como propios y ponerse de perfil para que pasen junto a él sin romperlo ni mancharlo todos aquellos errores o los considerados fracasos. Y, entre eso, su afán por mimetizarse con el presidente como cuando dice "Sánchez y yo hemos dormido muy bien con Pablo Iglesias en el Gobierno". Sánchez y yo.
Comete además la imprudencia, impropia absolutamente de un asesor, de dejar caer que las ideas, las buenas ideas, fueron siempre suyas y que el presidente simplemente las llevó a cabo.
Y algo más, que es la inquietante impresión, la certeza yo diría, de que lo que le importa por encima de todo es el efecto en el tiempo de una frase, la duración de un crítica, sea cual sea la trascendencia del asunto a tratar, léase el escándalo producido por los indultos concedidos a los independentistas condenados por el Supremo. Eso dura lo que dura, vino a decir, y luego a otra cosa mariposa. Ésa es su medida de lo importante.
Memorable resultó el episodio de las dos piezas de ajedrez que se traía en el bolsillo para explicar qué es él: el peón puede convertirse incluso en Dama si alcanza la casilla 8. “Y de esto va esta entrevista, este cara a cara”. Traducido, yo, que soy el peón, he podido ser la Dama. Y aclara sin inmutarse: “Esto no estaba preparado”.
La impresión que Iván Redondo produjo en muchas personas, incluida quien esto escribe, es que es un vendedor de humo, un fabricante de frases sorprendentes y originales pero huecas. Un acróbata de la nada.
Lo malo es que este especialista en volatines más o menos deslumbrantes ha tenido una influencia determinante en la vida de los españoles. En La Vanguardia estará mejor para tranquilidad de todos, los socialistas los primeros.
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